NINOSHKA
Corría el primer mes del año 1971 y toda mi familia iba de vacaciones a San Bernardo, como siempre. Alquilábamos la misma casa, llegábamos el 2 de enero y nos quedábamos hasta terminar febrero. Éramos un montón: mi mami, mi papi, mi hermano y mi tíos y mis cuatro primas. Por supuesto, que papi y mi tío iban y venían los fines de semana, porque tenían que trabajar. Pero ese año, descubrimos que había un lugar nuevo en la playa. Era una choza erguida sobre 6 pilotes y toda cubierta de paja: techo y paredes.
El primer día de playa, pasó un joven barbudo con su guitarra invitándonos a ir por la noche a “La Cabaña del Oso”, que no era otra que esa choza. Se dirigió a mis padres y a mis tíos y les contó que le encantaba la música y poder compartirla con amigos. Mi papi dijo que esa noche iríamos todos a su cabaña. Y así fue. El batallón después de cenar, partió caminando, hasta “la cabaña del oso”. Éramos los únicos que estábamos en el lugar. Adentro, sentado en una banqueta y tomando vino barato, estaba cantando el barbudo de la playa. A su lado, estaba una perra ovejera alemán que evidentemente había parido hacía muy poquito, con tres cachorritos mamando de sus tetas con fruición. Recuerdo que el barbudo dejó de cantar y nos ofreció sentarnos en unos almohadones que había en el piso y nos preguntó qué queríamos tomar: limonadas, cocacola o vino Toro Viejo. Hechos los pedidos, el barbudo nos sirvió todo en vasos de vidrio que no eran más baratos porque no existían. Pasamos una noche espectacular, cantando todos con el barbudo, que nos dijo que lo llamaban “El Indio”. Al partir, mi papá lo invitó a almorzar a nuestra casa al mediodía siguiente, ya que como todos los domingos comeríamos los típicos ravioles amasados por mi mamá y mi tía y obvio, previamente la picadita con vermut. Y así fue, comimos y mientras comíamos, “el Indio”, nos contó un poco de su vida. Sacó la guitarra y cantó, pero todos teníamos una pena inmensa después de haber escuchado su historia. Recuerdo que cuando se despidió mi papá le recomendó que pusiera más bebidas en la “choza” y le regaló dos botellas de güisqui, con la condición que él no se las tomara, sino que las vendiera y que seguramente le iría mejor si moderaba su adicción al alcohol.
A partir de ahí, durante dos meses, fuimos todas las noches a la Cabaña , que día a día tenía más concurrencia. El Indio, cantaba y cantaba. Nosotros, o sea mi prima Nora, mi hermano y yo le ayudábamos como mozos. Cuando volvíamos a nuestra casa nos reíamos a carcajadas porque jamás nuestros padres nos hubieran permitido ir si no fuera porque “El Indio”, los había convencido que era un buen tipo. Mis primas mayores no iban nunca porque el lugar era aburrido para ellas que estaban en plena época de baile en discotecas. Nora y yo teníamos 14 años y mi hermano 11. ¡Unos niños!
En eso dos meses, nos enamoramos una de las hijas de su perra, Ninoshka, y yo. Entraba a la Cabaña y ella corría a buscarme. “El Indio” nos cuidaba noche a noche y éramos sus amigos.
Así llegó el 28 de febrero y él vino a despedirnos a nuestra casa. Traía en sus manos a Ninoshka. Me la regaló porque él sentía que debía ser mía. Mi sonrisa y me felicidad podría haber cubierto nuestro mundo.
Al Indio no lo vi más personalmente. Lo vi en la tele y me enteré de quién era y del éxito que tenía. Era Facundo Cabral. Un gran tipo, generoso, cálido, divertido y amigo por sobre todo.
Ninoshka vivió conmigo hasta que me casé. Al año murió, con 11 años. Pero nunca me voy a olvidar que cuando volviendo de mi vijae de luna de miel, mi mami que habìa hecho una reunión, al ver que me iba, bajó corriendo las escaleras y se metió en el Fitito de Abel, mi marido, para irse con nosotros.
Hoy siento lo mismo que cuando la dejé. Dejé ir a un amigo por obligación, no por falta de amor.
Te quiero Facundo.
(Historia real de cuando yo tenía 14 y Facundo Cabral 24 años)
Hermoso recuerdo, Gra. Es muy triste la forma en que terminó un tipo que solo proclamaba la paz y el amor.
ResponderEliminarGreis desde no se donde porque no sé qué hará este blog.
Lo sabia! Lo sabia! Me pidiò que entre de nuevo, así que lo mando desde Anonimalandia
Qué terrible me suena eso, cuando las obligaciones se meten con los sentimientos. Me gustó esto.
ResponderEliminarSaludos.
Hermoso relato.
ResponderEliminarViva el Indio y la inocencia del amor
Un abrazo
Está muy buena esta historia, y es un excelente homenaje a alguien que luchó contra las balas, las inequidades y otros cánceres, para morir de la forma más estúpida: la del error injustificable.
ResponderEliminarGraciela, estoy muy conmovida y lo que compartís con nosotros, tu historia de la adolescencia, es un gran homenaje. Muchas gracias por traerlo, contarlo, dejar tu testimonio.
ResponderEliminarUn abrazo,
Ale.