jueves, 14 de julio de 2011

ASI LLAMA EL DESTINO A TU PUERTA

Aún era noche cerrada cuando José Lorenzo, el cura del Colegio La Piedad, se arremangó la sotana y saltando por sobre los charcos que se habían formado en el empedrado, por la lluvia caída durante la noche, llegó hasta la puerta del Monasterio.
Edificado durante el siglo XVIII en las afueras de la ciudad, y tal vez por la misma atracción arquitectónica que ejercía, se fue rodeando de casas, comercios y servicios de toda clase. En un terreno de unas cuatro hectáreas, donado por una adinerada familia porteña, el convento eremítico fue construido por nobles artesanos gallegos según planos traídos de España. Por eso lo encontré tan similar a los vistos en Europa.
A la derecha estaba la puerta y la torre del campanario con algunos ornamentos y el reloj en su parte superior.
A través de un pórtico importante se ingresaba al patio; a su alrededor los claustros con arcos de un punto sobre columnas de ladrillos y las celdas individuales de las monjas. La primera, un poco más grande, la ocupaba la Madre Superiora. Varias Santa Ritas ( fucsias y rojas), Rosas, Glicinas y Jazmines que trepaban hasta el techo, junto a los Azahares del aljibe, perfumaban los silenciosos atardeceres monacales.
Detrás, había un segundo patio con habitaciones para las novicias, cocina, comedor y salón de talleres.
Una pared al fondo separaba el convento de la “quinta de las monjas” bien conocida por sus Olivos, Nogales, Almendros, Manzanas rojas y verdes (para la compota), Naranjas, Ciruelas, Vid y tres Higueras casi centenarias, además de varios tablones con hortalizas. En un rincón supo haber un establo, ya vacío.
Del otro lado, se veía un gallinero limpio y poblado, y a pesar de ello, las jóvenes seguían trayendo huevos de regalo los días anteriores a sus bodas, para pedirles a las monjas que rezaran por ellas y que haya buen tiempo en ese día tan especial.
El Oratorio con bancos de madera dura lustrada, pasillos al medio y a los lados, concluía en una tarima con un humilde altar que mostraba sólo un Cristo en la Cruz, un Cáliz cubierto con fina carpeta blanca y a su derecha un atril con el Misal Plenario.
El padre José Lorenzo tocó la puerta con tres golpes seguidos y un cuarto más espaciado como si ejecutara el primer tema de la 5º Sinfonía de Beethoven. Que, según su autor “así llama el destino a nuestra puerta” o como sostiene Vicent Witmman en su libro Más Beethoven: “así llama la Muerte a nuestra puerta”.
Yo, personalmente, prefiero ésta última versión y agregaría: “con insistencia y premura”.
Era un llamado en clave que alguien del otro lado esperaba. El antiguo reloj de la torre señalaba las 2.45.
Lo cierto es que desde adentro nadie preguntó, tal como se acostumbraba: ¿quién es el peregrino que llama a estas horas?.
Muy lentamente, en la oscuridad, el portón se abrió.
Para esa época del año el sol asomaba por sobre el horizonte después que el monasterio comenzara sus actividades.
El patio de los claustros aún estaba totalmente a oscuras. Sólo una pequeña luz de velas encendidas se filtraba por debajo de la puerta del Oratorio.
El cura cerró el pesado portón con mucho cuidado, después colocó el pasador y recién entonces, se dio vuelta para que su boca buscara otra boca.
Delicadamente, ella tomó la mano que el cura extendía y descalza y en puntas de pies, lo guió hasta su habitación.
Pasaron frente a la celda de la Madre Superiora sin respirar siquiera.
Solamente se escuchó el canto del gallo que provenía del otro patio, puntualmente, como todos los días y ladridos de algunos perros por el bajo.
Disponían de tres horas.
Victoria, así se llamaba ella, había ingresado a la Orden por exigencia de su padre, ya fallecido; “para que pudiera resistir las tentaciones del Diablo que está en todas partes y más aún en la ociosidad de las jóvenes, y renunciara a sus bienes particulares; que no comiera carne y que, con el trabajo cotidiano y los rezos diarios lograra salvar su alma.”
Pero ahora, libre de ese mandato, había elegido el camino del amor terrenal.
Eran las 7.30. Faltaban pocos minutos para que el sol asomara cuando el cura sin su sotana, con pantalones negros y camisa oscura encendió las luces del Oratorio.
Ya entraban las monjas para la Santa Misa. Primero la Madre Superiora, después las hermanas y, finalmente, las novicias.
Sólo se escuchaba el murmullo de los rezos y el roce de sus ropas en los bancos de madera.
En el altar, el cura tomó el atril que tenía el Misal Plenario ubicado a su derecha y lo colocó a su izquierda. Era la señal.
Entonces, miró la Cruz, se arrodilló y bajando su cabeza rezó varios Padre Nuestro y Ave María.
Luego, se levantó, giró, miró a los ojos a la Madre Superiora que no entendió esos gestos y sin decir una palabra, caminó hacia la salida.
En el último banco lo esperaba la novicia.
José Lorenzo, que ya no era cura, corrió el pasador, Victoria abrió el portón y tomados de la mano, simplemente salieron.

6 comentarios:

  1. Como debe ser
    Precioso relato. Me encantó
    Un abrazo

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  2. Bello cuento pleno de amor! Me encantó. Me encantaron tus descripciones. Paseé por todo el Monasterio.
    Gracias por compartir.
    Gra

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  3. Sueños, mensajes y claves inconcientes condicionan nuestra permanencia en vigilia... Victoria entendía que esos mundos (ahora) no son para nosotros (no los podemos comprender). Por tanto (si no conviene ir hasta allí) no hay que dejar de tener en cuenta, que el ayuno limpia y que la gula confunde ...Así, limpios (y libres) cada vez que hemos de hacer algo, lo haremos pidiendo permiso al cielo (porque haciendo cosas (aquí) en la tierra es como se limpia el alma). Entonces, si puedes, crée en el más allá, no hagas cosas por hacer, sino en nombre del cielo (cambia el destino, cambia la razón, cambian los sueños)... No olvidar que estamos vivos, y que éste es nuestro lugar (ahora) ...y cuando una de estas noches llame la muerte a tu puerta (con insistencia y remura) simplemente "ignórala". Es solo una fantasía más que ingenia la mente (para desolarte).

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  4. Muy buena la descripción de ese claustro pleno de ritos y parsimonia al que el amor azota sus portones con los puños de lo inconcebible.

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  5. Lo mejor de esta historia de amor (prohibido por algunos) es cómo lo relatas y describes. Se siente y se suspira de alivio y complicidad en las dos palabras finales. Bello, Jorge, me gustó mucho!
    Cariños

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  6. Muy lindo, Jorge. Me gustó la forma en que está narrado.
    Greis

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