Solo hay que sentarse a observar. Fijar la vista en el punto más lejano. Dejar que la penumbra se esparza, se adueñe del lugar más cercano después del más lejano. Cuando los ojos se habitúan a la misma, aparecen pequeños paisajes plenos de matices. Así la descubrí. En una lágrima del limonero de mi vecino que busca en mi jardín las flores de azahar que un día le robé. Desnuda, bella, bellísima, brillaba como nácar.
Me acerqué y la tomé en mis manos con sumo cuidado, pero la lágrima se rompió. Cayó sentada sobre el pequeño mar de agua en el hueco de mi mano
– ¡ Quién eres?– pregunté curiosa y compungida por lo sucedido
– La muerte de la muerte– dijo, sacudiendo su cabello iridiscente. Y desapareció
Buena conjunción de propuestas, Lilian. Hay tantas cosas, tantos matices que se le escapan a esta vista corta con la que nacimos, tan corta que sin conocerla y por un miedo o por una incapacidad inexplicable, le dimos nombre y figura a eso que no existe todavía pero que aletea en nuestra imaginación. Una gota de rocío o de lluvia es vida y es entonces la muerte de la misma muerte. :)
ResponderEliminar¡Lilian, qué bello texto! Te felicito
ResponderEliminarGreis
Hola Lilian, qué inteligente y qué bien escrito está tu cuento!. El principio y el fin se conjugan en una misma cosa. Maravilloso.
ResponderEliminarGracias por compartir.
Gra
que bella historia- me imagino el dolor de esa lágrima que se disuelve- felicitaciones- abrazos teresita
ResponderEliminarBuen texto Lilian.Luminoso el limonero.
ResponderEliminar¡Qué imágenes tan poderosas, Lilian!
ResponderEliminarMuy hermoso.
Ale