miércoles, 27 de julio de 2011

EL ASTRÁLAGO

-¿Te quedarás allá? Le sorprendió la pregunta de quien acababa de sentarse a su lado. Ella había observado el folleto que le entregó la azafata sobre la Patagonia y que él estaba leyendo.
Después soltó una de las patillas de sus anteojos que sostenía entre sus dientes y con una mano se los colocó, mientras que con la otra sostenía el mismo desplegable aunque un poco más arrugado. Moviendo su cabeza como para quitarse el cabello rubio de la frente, repitió la pregunta -¿Te quedarás en la Patagonia? Antes de responder y aún no había decidido hacerlo, recordó, por un instante, que en la tarde anterior había abordado el bus en el que ahora se encontraba y esperaba confiado, que a la mañana siguiente lo dejara en la terminal de Viedma. Alcanzó a ver, eso sí, los ojos azules de ella, tan profundos, como los lagos del sur -pensó.Como se reconocía bastante huraño, poco hablador y con muy pocos artilugios de seducción, asumió que le esperaba una larga y pesada noche. En ese momento ni se le ocurrió pensar lo equivocado que estaba. Sin razón aparente, respondió: -Mirá, la Patagonia es inmensa y tardaría meses en recorrerla, solo voy por unos días. Y no sólo respondió, sino que agregó temerariamente: - como no me gusta hablar con desconocidas, me voy a presentar, Nahuel Epulef, como se llamaba mi padre, abogado, 45 años, soltero, nacido en la Patagonia pero radicado en Buenos Aires. Ella soltó una risita coqueta. –Ok, está bien, está bien –dijo -me llamo Julia Sandoval, arquitecta, rubia natural, no digo mi edad y también nacida en la Patagonia y para festejar este encuentro casual de dos patagónicos, te propongo algo: contame de tu vida y yo te contaré de la mía y prométeme que lo harás sin mentir. Y agregó mirando por la ventanilla -recién salimos de la Capital. Antes te mostraré mi tatuaje ¿querés ver?- Hizo ademán de desprenderse la blusa.¡Sí, sí! -exclamó Nahuel entusiasmado, esperando ver algo más que el tatuaje de la arquitecta. Pero no. Solo se corrió un poquito la prenda y le mostró. -Que mal se ve –opinó él. Rió ella otra vez y dijo; -No, no, en realidad no es un tatuaje... “y el Señor puso una mancha en Caín” -añadió -es una mancha de nacimiento. Si mirás bien, verás que es un astrágalo pequeño, de cordero tal vez. Según me contó mi madre; estaba embarazada de mí, cuando mataron a mi padre en un juego de tabas, allá en el sur. Bueno –dijo – y ahora contame de vos. -Ahora si, lo veo claramente - se corrigió el abogado, es una pequeña taba ¡Qué increíble!. Te cuento, -optó definitivamente por el tuteo - mi madre me trajo a Buenos Aires, cuando tenía cinco años y nos quedamos para siempre. De mi padre poco me contaron... que estuvo involucrado en un hecho de sangre... que había muerto en la cárcel, etc, etc., pero en realidad nunca mas supimos de él y mi madre perdió todo interés. Trabajó como “doméstica” en una casa del barrio Belgrano, y yo mas grande, en una “parrilla” de Constitución. Así pude terminar la secundaria y después la universidad y me recibí de “otro abogado mas”. Recientemente, un colega de Viedma, me informó que había encontrado el expediente judicial relacionado con mi padre. Te lo explico mejor; al ser habida la persona objeto del delito, dice el código, el Juez de la causa tiene la obligación de describir detalladamente su estado y las circunstancias, que tuvieran relación con el hecho condenable. Por eso viajo hacia allá, a Viedma, que era la capital del territorio, para acceder al expediente y conocer toda la reseña del auto de procesamiento y posterior sentencia recaída contra mi padre. En ese momento de su relato, la arquitecta, bostezó, inclinó la cabeza, desparramó su pelo rubio sobre él y se quedó dormida. Nahuel la tomó suavemente por los hombros y ya no pudo cerrar sus ojos en toda la noche. Julia se despertó cuando el bus circulaba por el puente viejo, cruzando el río Negro.
Tengo que apurarme, si quiero invitarla a cenar -pensó el abogado diseñando mentalmente su estrategia.
Por la mañana, con su querido amigo y colega, se dirigieron al archivo de la primera circunscripción judicial de la provincia, para encontrar y leer el viejo sumario.
Antes de entrar buscó en su bolsillo y tocó suavemente la tarjeta que le había alcanzado Julia a último momento.

El expediente había sido caratulado ; “Cabo Gervasio Gastamiza S/ un hecho de sangre; Riña seguida de muerte.”
Solo en una habitación del archivo, colocó el escrito sobre una antigua mesa de madera. Cómo le gustaba intentar suerte en el juego, reparó en el número de inventario del mueble, pobremente pintado en una pata,- 22 el loco- aspiró profundamente el olor a humedad de los papeles como si fuera un gas venenoso capaz de borrar todos los sufrimientos de su padre de un solo golpe y entonces leyó:


Viedma, Territorio Nacional del Río Negro, l5 de Septiembre de l945. Señor Comisario: Sobre un hecho de sangre.
A media mañana me apersoné al establecimiento “Sauce Blanco,” ubicado como a dos leguas de este destacamento.
Para la señalada de lanares el dueño había invitado a dos vecinos linderos para oficiar de testigos, como marca la Ley. Ya estaban ensartados cuatro corderos de la raza merino, según me relató el asador Nahuel Epulef (a) el indio, quien desde hace años estaba de agregado al establecimiento.
Como para el medio día los peones habían terminado con la señalada y de colocar las gomas de capar en los corderos. Debajo de unos matorrales y plantas de piquillín, los sufridos, no dejaran de balar durante toda la noche.. Abocado a la consigna revisé, por las dudas, la cancha de tabas, que había sido refrescada, utilizando agua del molino y una regadera de cinc de 10 litros con una flor de color verde. Primero sirvieron empanadas, calientes, jugosas y picantes, vino “patero” y limonada para las damas. Después chorizos, cordero y galleta de campo. Y de postre pastelitos y postre vigilante. Las mujeres se fueron para las casas y los hombres a jugar a la taba. Comenzado el juego por plata, algunos ganaban y otros perdían. Los veteranos apretaban entre sus dedos los billetes doblados, listos para copar apuestas.
Che Sandoval -gritó el paisano Sosa; –en el horcón te dejo la huesuda...Entonces vino de tirador Julian Sandoval, (a) “el yerba,” quien dijo bien fuerte como para que lo oigan todos;
-Gracias don Sosa, pero yo sólo tiro con la mía - y aportó a la pista un astrágalo de buen tamaño, calzado en plata por un artesano de San Telmo.
Con esa metió tres suertes seguidas. –Y agregó; hay más de un cien a buena, a ver si copan paisanos y a usted doña Quintina le fío hasta que esquile –le gritó a la señora que se había arrimado “solo a mirar”.
Esta si que no es una taba culera. ¡Venus! -gritó después de clavarla en suerte. -Está cargada –murmuró por lo bajo “el indio”Epulef. Los jugadores lo escucharon claramente y el “yerba” también lo escuchó.
Por un momento, pareció que todo se detuvo. -Indio piojoso –lo paró Sandoval en seco y se le fue al humo. Masticando un palito, Epulef lo esperó tranquilo, como ignorándolo pero sorpresivamente, extrajo de su cintura un cuchillo de regular tamaño, con el que hirió mortalmente al “yerba,” que cayó en la cancha, bañado en sangre.
El acero de treinta centímetros le había penetrado por debajo del esternón con el filo hacia adentro, directo al corazón.Tras el hecho el “indio” Epulef huyó rápidamente hacia unos matorrales cercanos. Al atardecer se entregó voluntariamente y está detenido e incomunicado, a la espera de lo que disponga la autoridad competente. Secuestramos el astrágalo y el arma homicida. Autoricé a que llevaran al finado al pueblo, para el velorio. Sin más, firmo el presente con dos testigos hábiles de éste vecindario, que encontraron este informe (bien) muy bien redactado. Cabo Gervasio Gastamiza , servidor.

Nahuel no siguió leyendo. Total ¿para qué?

-Señora, quiere ordenar? –preguntó cordialmente el mozo. Sentada en una mesa para dos, junto a la ventana mirando al río, Julia Sandoval respondió mirando la silla vacía;
-Estoy esperando a otra persona, después lo haremos, gracias.
A poca distancia de allí, y casi al mismo tiempo, al cruzar el ómnibus el puente viejo, con destino Buenos Aires, Nahuel Epulef sentado casi al final del pasillo miró por última vez las oscuras aguas del río Negro.
Se sentía cansado, muy cansado. Si pudiera elegir una palabra, disgustado, sería la adecuada.
Pasó su mano por sus gruesos cabellos, bigotes y barba rala, que habían sido negros, rasgos propios de su raza y con un largo suspiro, - en fin -se dijo -estoy envejeciendo... otro fracaso mas y van....qué se yo...

Luego se entretuvo rompiendo en pedazos cada vez más pequeños el folleto sobre la Patagonia que al subir, le había entregado la azafata.

2 comentarios:

  1. Bueno, de alguna manera el " destino" bravuconeaba con la taba
    Muy buena historia
    Un abrazo

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  2. Buena historia, Jorge. Me gustó mucho cómo le diste ambiente al reporte policial :)

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