martes, 26 de julio de 2011

Encuentro.

Cruzaron sus miradas en el ascensor y ella se impregnó con el placer de respirarlo cerca. Vio su mano cuando abrió la puerta para dejarla bajar y, una vez más, la imaginó sobre su hombro. Parpadeó. La mano bajó por su espalda y se apoyó en su cadera derecha. Parpadeó y dijo “gracias”. Las manos de ese hombre le encantaban. Sus manos y sus zapatos; sus manos, sus zapatos y sus rodillas marcadas a través del pantalón cuando se agachaba en cuclillas y se apoyaba contra la pared del hall de entrada durante las reuniones de consorcio.
Él no estaba enterado, pero formaba parte de la vida de Liz espiarlo cuando lo encontraba en las góndolas del supermercado. También estaba atenta a la ventana de su departamento y fantaseaba si veía la luz encendida. La noche en que Liz buscaba inútilmente las llaves en el fondo de su bolso, se asustó cuando alguien se paró detrás de ella pero enseguida sonrió sin poder prestar atención al comentario amable que él le hizo. Atravesaron la entrada y los pasos de ambos avanzaron por el pasillo que, a Liz, le pareció eterno. Ruborizada miraba el piso, parpadeó y vio sus zapatos número treinta y seis junto a los de él, y sus pies rozándose en un masaje suave y lento. Parpadeó, dijo “gracias” y bajó del ascensor. Vació el contenido de su cartera en el piso del palier y, cuando al fin las encontró, abrió, se sacó el abrigo primero y, con fastidio, el resto de la ropa después. Fue hasta la cocina descalza y se sirvió una copa de vino. Sin prender la luz, apoyada en el marco de la ventana, bebió de a sorbos lentos las manos, los zapatos, las rodillas, los pies y el hombro y la espalda. Respiró profundo.
El treinta y uno de diciembre festejaron con sus amigas, brindó y pidió tres deseos. No encontró taxi libre, caminó su regreso saturada de calor y respondió con la mano a quienes reían y le deseaban felicidades desde los balcones. A metros de llegar comenzó a buscar las llaves y el corazón se le encendió cuando, en ese mismo instante, lo vio llegar. Apuró el paso, se sentía liviana como si hubiera abandonado el peso de su equipaje. Cuando él abrió, la saludó y comentó algo pero ella respondió atropellada, sólo podía pensar en concentrarse para que ese ascensor no llegara nunca.
—Vos ya te vas a dormir? —soltó él con tono tímido.
—Sí —Liz apretó la respiración.
—Tengo el aire programado, para esta hora mi casa debe estar muy fresca. ¿Querés subir a brindar conmigo?
Las paredes, de tul. El espacio rectangular es una gran pecera sin vidrios y llena de aire porque el agua se ha evaporado. Con cada suspiro de Liz las telas se agitan y se aquietan. Él regresa con las copas en la mano, crujen imperceptibles cuando las apoya sobre la mesa. Sirve burbujas que se desparraman, cada esfera estalla y libera humedad y rocío sobre la piel templada de ambos. Pueden escuchar sus respiraciones. El primer roce tiene la temperatura justa para iniciar la levitación. La cabeza de Liz deja de pensar y un juego de contactos tenues comienza a transformar las superficies de sus bocas que se apoyan y recorren sin discreción. Él escucha el jadeo de Liz en un susurro y el calor de su aliento lo tapiza del gusto más rico que hubiera podido imaginar. Despacio. Los ojos cerrados y un encastre justo de labios que muerden labios y mezclan sus humedades. Liz lo acaricia, él le acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja y le sujeta la cara con las dos manos. Ella lo rodea con sus brazos y se cuelga de su cuello. Se detienen latentes. Sus bocas tiemblan, inspiran y se quedan juntas, ahora quietas y anhelantes; casi sin tocarse las comisuras se rozan y se mojan.
Escuchan alejarse un zumbido que estalla en fuegos de artificio. El mundo, afuera. Ahí, con ellos, el universo.

Con dos cuentos diferentes que colgué para el viejo, viejísimo foro de La Nación, escribí este con varios cambios. Lo comparto con ustedes.

6 comentarios:

  1. Incitante relato Ale, que muestra espacios y objetos latentes en la mente femenina. La "presencia" de él hace que Liz se vaya sensualizando cada vez más para luego ir promediándose "todo" en ese encuentro ideal (y casi casual). God! (para darle vaina).

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  2. ¡Linda historia, Alejandra!
    Querés que le saque esos "— " y deje solo los guiones?

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  3. Quise decir de sacarle esos "< !-- [if !supportLists] --> — < !-- [endif]-- >" que veo en el texto y que creo que te los puso automáticamente al mandar la entrada. Avisame!

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  4. ¡Gracias, Greis! por arreglármelo, y a Greis, Deleted y Lilian: ¡qué bueno si les gustó!
    Besos,
    Ale

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  5. ¡Yastá! El truco es no dejar un espacio entre el guión y el texto, que vaya todo junto. Si no interpreta que estás enumerando una lista en vez de un diálogo.

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