Todo comenzó cuando vi la posición en que había quedado el lápiz sobre la mesa. Mi lápiz es uno de esos bien pintados con los que dan ganas de escribir poemas. El extremo trasero es rojo y me mira como si quisiera decirme que trabaje, que deje de holgazanear, que la vida no va a durar para siempre. El resto del lápiz se aleja de mí con una perspectiva amarilla delimitada por líneas negras. Al final se ve la punta desafilada pero con la capacidad de escribir y dibujar el contorno de mis angustias y el perfil de mi futuro. Cuando era niño me preguntaba cómo hacían para meter una mina de grafito, tan fina y quebradiza, adentro de un orificio en la madera, tan apretado y angosto. Evidentemente se trata de un trabajo artesanal. Otras veces pienso que una máquina escupe diez mil lápices por minuto y no puedo menos que ponerme triste porque un objeto tan bello y que alguna vez ha dibujado la cara de mi mujer y ha escrito que la amo, pueda hacerse automáticamente. Luego pienso que eso no importa con tal de que me permita reflejar la tristeza y la alegría. El lápiz sigue acostado sobre la mesa y no me deja ver la leyenda con la marca, el tipo de mina y algún otro dato como número de serie o hasta algún monograma decorativo. Si lo tomo entre mis manos para apropiarme de su materia narrativa voy a perder la magia de la posición del lápiz que se aleja de mí con esa soltura, con esa gracia aumentada por mi vista defectuosa que puede hacer foco a treinta centímetros pero no a quince en los que está su extremo rojo con su aureola blanca. Yo creo que mi lápiz es un lápiz aristocrático, no es de esos de mala calidad en los que la punta está rematada con un corte neto que deja ver la mina en el centro y pueden ser afilados desde cualquier extremo. El mío venía con la punta bien afilada de fábrica. No sirve para ponerse en la boca para pensar tal o cual cosa ni para golpearse los dientes porque sería dañar la pintura. Ahora me invade la curiosidad, voy a interrumpir su quietud para darlo vuelta y leer la leyenda que debe ser como su partida de nacimiento. Al tomarlo entre las manos descubro que su cuerpito es delgado y tiene forma hexagonal. Una de sus caras dice Made in Germany luego viene un logotipo incomprensible y en letras mayúsculas sans serif grita su nombre: STAEDTLER. A continuación la palabra Noris, probablemente el modelo, y por fin las letras HB más el número dos. Cuando paso el dedo por las letras percibo un pequeño relieve. No hay dudas de que se trata de un lápiz de buena calidad. Voy a transcribir este relato con el propio lápiz del que estoy hablando. Pienso que si hiciera esto sería como diluir el alma del lápiz en una descripción de sí mismo. Sería como ese cuadro de Escher en el que una mano dibuja con un lápiz la mano y el lápiz con los que está dibujando. Voy a sacarle punta. Mi sacapuntas escolar de acero tiene una hoja de corte muy afilada. Meto la punta en su agujero cónico y comienzo a girar. El ruido de la madera desgajándose es delicioso. Dan ganas de seguir y seguir pero con una vuelta alcanza, es una madera noble. La punta de mi lápiz pincha como una aguja. Sería bueno que pudiera escribir alguna cosa aguda con él. De todos modos de nada sirve mi lápiz solo y quieto sobre la mesa, me necesita como yo necesito de él porque ¿Qué es una espada sin la mano que la empuña?
José (Cuento añoso)
¿ Qué es una espada sin la mano que la empuña? Otro objeto aristocrático
ResponderEliminarMuy bueno
Un abrazo
Me gustó mucho este texto, José.
ResponderEliminarMe gustó mucho este concepto "no puedo menos que ponerme triste porque un objeto tan bello y que alguna vez ha dibujado la cara de mi mujer y ha escrito que la amo, pueda hacerse automáticamente"
Greis