Estaba tan nerviosa como antes de salir a escena. La plaza bramaba y pedía escuchar su voz matriarcal que calmaba ansias y anhelos, la esperaban. Sentía que era madre sin haberlo sido y que su presencia era como la aparición de la virgen, había algo místico o religioso en esa combinación que formaban el pueblo en la plaza y ella, en el balcón.
Miró sus zapatos número treinta y cinco mientras trataba de acomodar sus pies en esa horma que le apretaba y pensó que no había sido la mejor elección, a pesar de que la gamuza marrón claro –al tono casi exacto de sus medias- combinaba a la perfección con el trajecito beige. Caminó alrededor del escritorio moviendo con dificultad los dedos comprimidos y renunció a la intención de ablandar su incomodidad. Fue directo al espejo, se acomodó la solapa del saquito entallado y arregló el cuello de la camisa blanca e impecable, por fuera.
Su corazón latía con la fuerza que su vida ya no tenía; se miró por última vez antes de salir para confirmar la pulcritud de su imagen, llevó sus manos blancas y finas a la cintura entallada y se molestó al descubrir el esmalte saltado del dedo índice. El bullicio aumentaba puertas afuera: la aclamaban.
—Es hora, señora. El general pide que se acerque, la está esperando. En la puerta del balcón.
—Que ya voy. Estoy terminando de arreglarme. Él sabe. Dígale que ya voy, por favor.
—Bien, señora —dijo la asistente y cerró la puerta despacio.
Sola, sintió el vértigo de su poder. Le subió un hormigueo desde el pubis y creyó tener ganas de hacer pis, pero no, era el vacío burbujeante que se instalaba en la boca de su estómago, como siempre antes de salir.
Afuera, el sentido de su vida, la reparación y la gloria.
Se pasó la palma de la mano alisando su raya al costado y abultó el rodete en la nuca, se peinó las cejas con el índice en el que resaltaba el esmalte saltado, enderezó la espalda y bajó los hombros tensos.
Cuando le abrieron las puertas, atravesó una pared de vidrio y le golpeó la cara el rugido humano como un huracán. La garganta se le tapizó de lija y creyó que nunca volvería a humedecerse.
Dio un discurso histórico en el que dejó instrucciones de lealtad que sobrevivieron más allá de lo que ella podía suponer, después se la fotografió abrazada y acurrucada en el cuello de su marido.
Cuando terminó el acto anheló la intimidad de su cuarto, se acostó exhausta y satisfecha por la respuesta de los miles que la amaban. También los amaba. Antes de dormirse llamó a su asistente y le pidió que Dorita, su manicura, se presentara a primera hora.
¡Hola pacientes y queridos compañeros de blog!
ResponderEliminarMe doy por vencida tratando de editar mi cuento para el concurso. No puedo suprimir el doble espacio entre párrafos. Tampoco logro la sangría al iniciar cada uno.
Si alguno de ustedes tiene ganas y tiempo: por favor, ¿me lo arregla?.
Muchas gracias, ya sé que es poco "serio" presentar un cuento en un concurso y pedir ayuda para darle el formato correcto. Pero, es mi primera vez. Ya voy a aprender, prometo.
¡Besos!
Ale
Hola Ale, mirá no se como se arregla el del compañero, es más, no se si se puede.
ResponderEliminarEn cuanto al tema del relato me gustó mucho, te metiste en la piel del personaje de Eva y lo pintaste muy bien. Sobre todo en esos pequeños detalles, como el de la uña despintada. Bien pensado, bien escrito, me super gustó Ale.
Un bf.
Iris.
Excelente comprensión de una parte de la vida de una mujer fuera de su tiempo.
ResponderEliminarJosé
Cuántos detalles Alejandra y tan bien concatenados, que no podría confundirla. Habrá alguna por ahí, que acaso a veces quisiera parecérsele. Cosas de mujeres...
ResponderEliminarMuy bueno Alejandra,todo, desde el título.
Un beso,
Adela
Un costado muy interesante desde el que abordás el personaje.Porque refuerza mas el misterio.A mi el de su aprendizaje que le permite concurrir con lo suyo propio a trascendentes elaboraciones y realizaciones en apenas 32 años es el que me resulta mas fascinante.
ResponderEliminarPara nada fácil la tarea de escribir sobre quien ya se ha dicho tanto. Te salió bárbaro, Alejandra!!!
ResponderEliminarFelicitaciones y besos
Lulú
muy bien definida la sensibilidad de una extraordinaria mujer que lucho por nuestros derechos- Tere
ResponderEliminarEs increíble cómo desde la primera frase y el inicio de la segunda ya sabemos quién es la mujer (yo también lo sé, también la he identificado al instante).
ResponderEliminarY ya no hay duda cuando expones, tan certeramente, que había algo "místico y religioso". Lo hay en algunos caso, es cierto. Hay quienes llaman a eso carisma, yo no sé si esa es la palabra más certera pero no encuentro una mejor.
Lo cierto es que lo has descrito tal como debió de ser, tal como ella debió de sentirse.
¡Te felicito, Ale, y también por el título!
Un beso,
Celia,
Cuando sale al balcón, me parece estar viéndola desde atrás a contraluz...yo mezclado entre sus asistentes y el ruido de la plaza allá afuera. Quizá este cuento sea uno de los mas originales que he leído sobre "ella". Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente cuento verdadero? Ale. Pintaste la figura de Eva, desde un costado poco común.
ResponderEliminarMe encantó.
Besos
Gra
Qué emotivo retrato de Eva Duarte. Su frágil figura contrastaba con su espíritu aguerrido. Inconfundible. Ninguna se le parece ni se le parecerá. Porque mirá que la imitan...
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