jueves, 17 de marzo de 2011

PIEL SIMPLE (con Ale)


Fotomontaje del biologuero


Piel simple
Alejandro Luque


Harto de tanto desencuentro individualista en mis relaciones urbanas, me pagué un pack de fin de semana all inclusive a Marruecos. Oferta razonable para la época del año, agente de viajes recomendado por serio, hotel discreto en la vieja medina del norte –o sea lejos del centro insoportablemente turístico– y con un fotogénico spa personalizado en la habitación. Las imágenes de la publicidad podían mentir, pero ya sentía que mi cuerpo disfrutaba el reposo sobre la cama morisca justo debajo de una ventana en ojiva con vista a un patio interior repleto de naranjos. Pago en línea, billete electrónico y la valija de rigor con dos cambios de ropa de verano, un libro y mis notas. La ciudad me regurgitó la noche del jueves y desapareció de mi existencia.

Viernes de paseo, cócteles gratis –que por algo lo son– e incursión al zouk: ese patchwork de tiendas donde habita la impudicia de los marroquíes para combinar todo tipo de colores vibrantes invadidos de perfumes robustos. Caminata por la medina atestada de gente envuelta en la convocatoria al rezo musulmán que se escucha todo el tiempo por los altavoces del alminar. Mirar lo curioso de los locales y sentirse una curiosidad que se observa. Cuscús demasiado picante como para compartirlo con la soledad inminente de la noche. Regreso tarde al hotel y ganas de dormir. El conserje que pregunta: “¿Service de chambre, Monsieur?”, y mi negación con fondo de curiosidad.

Sábado soleado en una playa magníficamente vacía al norte del hotel. Terminar de escribir los resultados para el soporífero artículo del Journal of Dermatology. ¿Qué relevancia puede tener ahora la incidencia de ciertos aceites esenciales en pieles dañadas por una exposición sostenida a la intemperie? Abandonar las conclusiones para otro momento y dejarme seducir por el guión descarnado –y a la vez sincero– de Brokeback Mountain. Ese paradigma social de dos pieles incompatibles en un universo conservador y puritano que alberga sendos corazones destinados a quebrarse. Demasiada historia de frustración y dolor para tanto sol y playa virgen, a punto tal de no poder evitar arrancarme el slip y lanzarme al interior de aquel mar templado y exuberante. ¡Lejos todo! Vuelta al hotel por la tarde para ofrecerme, esta vez, un buen masaje que enseguida organiza el conserje complaciente. “Oui, Monsieur. Massage dans votre chambre. Service exclusif de l’hôtel”.

Recostado en la cama, desnudo y sobre el vientre, mi cuerpo espera el contacto. Entredormido escucho que alguien entra en la habitación. Algo, quizá el lamento del mantra sahariano que penetra por todos lados o la nube sutil de sándalo verde que se condensa en la habitación, me confiere calma. Luego las gotas de un fluido cálido caen sobre mi espalda, y unas manos delicadas y seguras comienzan a recorrer mis superficies y rincones, rasgando la costra, agitando la hojarasca, animando lo olvidado e inerte, despertando eso que siempre estuvo dormido. Siento un río que me desborda. Soy el río por el que alguien navega su caudal incontenible. Como si la piel sólo existiera para que la liben y la soben y la recorran en toda su extensión, en cada hueco, dentro de cada uno de sus repliegues, me entrego de espaldas al placer. Ofrezco esa parte del cuerpo que no suelo ver ni sentir y la recobro a través del tacto del otro. Las palmas de las manos que se deslizan sin encontrar obstáculo, las yemas de los dedos que tantean y abren el camino, despejan el relieve, acarician las hendijas donde se esconden los secretos de la identidad vulnerable. De repente descifro la topología de una prominencia potente y febril que golpea con sutileza el confín de mi cadera. Se abre paso entre las piernas y desciende con su volumen punzante para el asombro de mis talones. Recreo en la cabeza la imagen de lo incompatible y pretendo el dejo de una resistencia poco convincente. Termino cediendo, recibiendo. Me enciendo convencido de que esto será lo último que haré en mi vida. De río me convierto en mar que exuda sal por cada poro. Mis resquicios reservados por mandato moral se abren al otro lado del placer en el que los mismos orificios me atraen. Todo encaja, cada parte encuentra un lugar que la contiene. No son voces las que gritan, son nuestras pieles que rugen de estremecimiento. Giramos, nos olemos. Percibo mi propio olor desdoblado. Las manos se cruzan, se alejan, aferran y conducen. Descubren la tensión de fibras semejantes, vigores familiares y aun desconocidos, el goce desde una sensación especular. Ellas, las manos, saben exactamente dónde ir y cómo estimular. Somos lengua y saliva irreprimibles. Somos mucosas que bullen y sangres que las colman. Nuestras pieles explotan y liberan el jugo de sus satisfacciones viriles. Pudiéndome perder me encuentro y reconozco esa coraza que alberga mi corazón aturdido. Condensación. En algún momento antes del alba demasiado temprana, me doy cuenta de que estoy solo en el cuarto.

Domingo. Hora de volver y de calzarme la piel con sus acordadas incompatibilidades. La mano firme al conserje, el taxi al aeropuerto, un par de revistas, tabaco sin impuestos y el embarque. Atardecer en una terminal aérea que me recibe y que conozco demasiado bien. Los pasajeros, partiendo y regresando, envueltos en la ropa que cubre sus propias corazas. Desde la ventanilla del tren interurbano, las luces familiares de la ciudad que me engulle. Por la mañana del lunes mi relato de los detalles consabidos del fin de semana a mis colegas sin contarles. Nadie conocerá la identidad de la piel que irrumpiera la noche del sábado en aquella habitación marroquí para prodigarme placer… Ni siquiera yo.

7 comentarios:

  1. A este cuento ya muchos lo conocen, pero al leer la consigna de Alejandra, no pude contenerme: lo subí, lo retoqué (es más fuerte que yo), y aquí está. En relación al comentario de Daniel, las observaciones que quieran hacerme serán, obviamente, bienvenidas. Considero que lo que escribo NUNCA está acabado.

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  2. Cuando leí la consigna de Alejandra,¿en qué pensé inmediatamente? Al instante, en este cuento tuyo. Y pensaba, si Alejandro aparece por el blog, ¿lo colgará? La respuesta llegó pronto.
    Me impactó desde la primera vez que lo leí. Por la forma de la escritura, por lo vívido, por lo verosímil. Y todo aquello que transfiere, humanísimamente humano. Pero del tipo de humano que siente así, del modo que lo dice el cuento.

    Chapeau!

    Un beso,

    Adela

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  3. ¡Qué alegría encontrar tu cuento acá!Cuando lo leí en Elementos Básicos disfruté tanto la sensualidad del texto que quedé tan impregnada como el protagonista-narrador. Ahora, imaginate el placer de saber que mi consigna te animó a colgarlo. ¡Gracias! Ese personaje me encanta, e insisto, esta vez también: ella sabe algo que él ignora.
    Un gran cariño,
    Ale.

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  4. Qué decirte de este cuento. Es uno de los que más me gusta de tu autoría Ale. Se siente. Impresionante la descripción de esas manos que le van dando vida a ese cuerpo que espera sin saber. Es un relato más que excelente. Me super gustó.


    Un bf.


    Iris.

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  5. Alejandro, este cuento es tan sensual, tan descriptivo y al mismo tiempo con tantas cosas ocultas que me impactó. Escrito con sutiles aromas que traspasan el papel, te aseguro que los olí. Gracias por compartir. Es excelente!
    Graciela

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  6. Guau cuanta sensualidad trasuntan tus palabras, casi se puede sentir el roce de esas manos deslizandose sobre la piel- muy bueno Teresita

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  7. Me acabo de dar cuenta de que un cuento espléndido lo es mucho más cuando lo tienes delante, impreso, negro sobre blanco.
    Vecino, qué sensación tan rara leerlo en el monitor. Ahora que lo tengo en un libro, con todo lo que eso implica, te digo que el libro gana a cualquier otro formato. "Book", qué gran y novedoso invento, ja, ja, ja,

    Es magnífico tu cuento, gracias por traerlo en esta consigna,

    Un beso,

    Celia,

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