jueves, 3 de marzo de 2011

ROMPECABEZAS

-Se le ocurrió una tarde viendo la televisión: lejanas imágenes de hambrunas y desastres, moscas acechadoras y topografías en las que cualquier agujero es un tumba y cualquier pedrusco una almohada. Para entonces, ya hacía tiempo que a Elisa se le había roto el cerebro.
No es que ella fuese consciente de la catástrofe errática de sus neuronas; muy al contrario, Elisa nunca se había sentido tan feliz como ahora, en esta gozosa actualidad donde volvía a ser una niña y su madre estaba siempre a su lado y los cojines, que antes sólo eran cojines, se habían convertido en sus muñecas favoritas. Elisa era dichosa así pero a veces, sin saber cómo ni por qué, se sorprendía sentada frente al televisor y su mente fragmentada se llenaba de imágenes que una extraña lógica recomponía después en una sola, como un puzzle mágico, o como si un ilusionista arrojase al tuntún un mazo de naipes y cayeran todos sobre una mesa perfectamente organizados.
Aquella tarde los añicos de su mente registraron hambre y desastres, moscas acechadoras, tumbas y yacijas improvisadas, y el caos original se ordenó siguiendo un enigmático código de líneas y formas que Elisa interpretó al instante, como si estuviese escrito en la más clara caligrafía. Y supo qué tenía que hacer. Y su madre y su colección de muñecas sonrieron mostrando acuerdo y complicidad.

A veces, un hilillo de baba se le escurre por la comisura de los labios pero no es por causa de su maltrecha cabeza sino por el esfuerzo y la atención. Elisa no se explica cómo le cuesta tanto doblar el papel e ir formando poco a poco, pliegue a pliegue, palomas y otras aves cuyos nombres desconoce pero que, está convencida, deben de estar muy ricas asadas, con esos muslitos que trata que sean lo más gruesos posible y esas pechugas tan tiernas…Hay una torpeza en sus manos que no se compagina con su íntima juventud. Hay momentos, incluso, en los que le parece ver en sus manos aquéllas de su abuela que tan bien conoce y que ni siquiera necesita recordar porque su abuela también suele visitarla a menudo. Su abuela es otra cómplice en la ocurrencia de los pájaros y también ríe y aplaude como Elisa, como su madre y la colección de muñecas cuando Elisa abre la ventana y lanza al viento sus aves de papel... ¡Y cómo vuelan, y qué rápidas se elevan y se estiran en el aire- la celulosa ya hecha carne y plumas- y desaparecen entre las nubes y las puntiagudas copas de los chopos! Ni una sola cae en el jardín. Todas van directas a su destino, a convertirse en alimento de esas gentes acechadas por moscas, que mueren en agujeros y reposan sus sueños sobre pedruscos.
¡Más papel –piensa Elisa-, necesitamos más papel! Y su madre asiente, y su abuela le guiña un ojo y las muñecas se ahuecan los vestidos y bailan a su alrededor con sus diminutos zapatos de charol.

Un crepúsculo arrebolado avanza desde más allá del jardín, traspasando el horizonte de vallas y árboles, tiñendo de vino la geometría de la casa, la mesa y las sillas de forja: tres, ocupadas; una, vacía.
Carlos muestra su preocupación en el gesto de pinzarse la nariz con el índice y el pulgar, como si quisiese exorcizar una inminente jaqueca. Dice en voz alta:
“No podemos seguir así. Es imposible controlarla y tampoco sabemos qué consecuencias puede tener esa manía que le ha entrado a tu madre de comer papel.”
Su mujer, Lidia, levanta la mirada y replica con convicción:
“¡Pero yo no la visto nunca comer papel!”
Carlos esboza una media sonrisa y cuando responde su voz ha bajado un par de tonos:
“Ni yo tampoco, pero no cabe otra explicación. No sería la primera vieja demente que se come lo primero que cae en sus manos. La realidad es que se lleva papel a su cuarto y el papel desaparece: servilletas, diarios… ¡hasta rollos del baño!”
“¡Y mi libro de Geografía! –Exclama una voz quinceañera desde la tercera silla-. Mamá, seguro que fue la abuela quien se lo llevó.”
A Lidia los papeles de madre, esposa e hija se le arremolinan dentro de su cabeza en un huracán de obligaciones y devociones incontrolable. Las palabras “vieja demente” pronunciadas por Carlos se precipitan desde el vórtice y hieren su conciencia con sus afilados bordes. Palabras de sílex: “vieja demente”…
Carlos sigue hablando, casi musitando:
“¿Ves? hasta los libros de tu hijo, de su nieto. Tu madre ya no es tu madre, convéncete. Es menos que ese pájaro que revolotea sobre la buganvilla. Míralo: ese pájaro tiene un rumbo, un propósito, un instinto. Tu madre, a diferencia de ese pájaro, ya no es nada, ya no es nadie.”
Lidia, que estaba mirando en la misma dirección que su marido se asombra en voz baja por el error de éste:
“No hay ningún pájaro en la buganvilla, Carlos…”

Y, sin embargo, pareciera como si, de improviso, una rara brisa se hubiese levantado sobre los chopos. Hay una agitación en el aire, un conjunto de aleteos que no se corresponde con nada visible.
Arriba, en la casa, la ventana de la abuela Elisa está abierta…


Celia,

12 comentarios:

  1. Por la magia de la imaginación del autor y las señales de simetría maravillosa si cabe, como el crepúsculo que avanza;lo que quedaría en inexplicable o material de notidiario se convierte en literatura que escudriña dondequiera.
    Viene difícil de ganar este concurso.

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  2. La verdad es que me rindo ante este cuento... maravilloso.

    Te felicito, celia, de corazón.

    José Luis.

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  3. Bueno, Celia, tengo el aliento contenido. Ahora, escribo y acabo de suspirar. Pero en medio del pecho, algo todavía me arde. ¿Cómo entrás en esa hendija que lleva directo al lugar donde las asociaciones conmueven? Sé que no hay respuesta.
    Un beso grande,
    Ale

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  4. Pobre de Lidia con su triple rol y el miedo de aceptar lo que Carlos viene diciéndole con total comodidad porque no se trata de SU madre. Realmente el título lo dice todo. Los tres ocupantes de las sillas de forja deben estar todavía reuniendo la piezas de esta fabulosa historia. Que no se arrepientan de sus palabras cuando caigan en la cuenta de lo sucedido. Fantástico cuento, Celi, un placer leerlo, y un largo rato pensando. Así me quedé. Un beso

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  5. ¡Ah, estilo Celia cien por ciento! Un cuento con un montón de ingredientes: ambientación, relaciones personales,desarrollo, misterio, el detalle final de la ventana abierta y los aleteos...
    Excelente. Suerte en el concurso.
    Un beso.

    Pitu

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  6. Felicitaciones por esta historia intensa, abundante de descripciones brillantes.
    Es maravilloso poder contar todo aquello que
    imaginamos en la forma que lo haces.

    Suerte de la buena Celia, éxito!

    Un beso grande,

    Martha

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  7. Excelente relato Celi, los personajes tienen cada uno su marcada personalidad pero me conmueve Elisa buscando la libertad a través de esos pájaros inventados - en papel - y reales, su mente lo pide, también quiere ser libre de encrucijadas a develar. El símbolo de la ventana abierta y ese conjunto de aleteos, para pensar un rato Celi.
    Me super gustó. Suerte.

    Un bf.


    Iris.


    Un bf.


    Iris.

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  8. Celia conmovedora tu historia- llega al alma- y demuestra tu sensibilidad humana- te quiero Teresita

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  9. Una gran a absoluta metáfora, Celia, es este cuento que se lee diez veces sin cansancio. Me dejó pensando, entre tooodo lo que incita a pensar, que pareciera que sólo estando como Elisa se logran ver las miserias de los demás y a veces son tan palpables y las tenemos tan cerca!
    ¡Un cuentazo diría mi amiga!
    Muchos besotes
    Lulú

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  10. “… y el caos original se ordenó... Y supo qué tenía que hacer…” Un cuento durísimo Celia, más que durísimo, como me imagino deben ser las vivencias de las familias que están en esas circunstancias.
    Los observadores-parte, que cada a uno a su modo y en su rol sufre lo que acontece y por lo que le pasa a la causante, causante de quien, por su estado de ¿en-ajenación?, se supone no sufre por lo que le pasa, se supone no sufre por lo que los demás sufren a raíz de lo que a ella le pasa… "Y supo qué tenía que hacer".
    Más que terrible. C U E N T Í S I M O cuentazo para leer y releer pero lejos de los chopos,

    Felicitaciones.
    Un beso,
    Adela

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  11. Celi,
    ¡Muy bueno! Espinoso y bellísimamente cruel, como en tantos casos, cierto.
    ¿El dolor de la decrepitud?
    ¡Suerte en el Concurso!

    Beso,
    Alicia Nuria.

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  12. Cómo hacés Celia para que se te ocurran estas cosas???
    Genial por lo circular y lo fantástico (mi género favorito). También conmueve esa condena a la vejez a la que somos tan proclives sin advertir que la vida es redonda.
    Un beso,
    Rosario

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