-Había algo brutal en la máscara, algo que la desvinculaba tanto de lo humano como de lo animal. Aquellos rasgos, por llamar de algún modo a esa serie de protuberancias y sinuosidades, conformaban un amasijo atroz, una monstruosidad imposible de emparentar con nada existente en la naturaleza; tampoco con ninguna de las imágenes que pueden ofrecernos nuestras peores pesadillas.
La máscara formaba parte de un lote, metódicamente signado por la casa de subastas, procedente del legado de un inglés, uno de aquellos aventureros que se arriesgaban a contestar un anuncio del “Times” en el que se solicitaban hombres para conquistar los Polos, explorar territorios incógnitos o participar en cualquier empresa desquiciada de éxito discutible e improbable supervivencia.
Un diario de viajes inconcluso, una colección de fotografías desvaídas, un cuaderno- herbario que sugería la vocación botánica del personaje y la máscara constituían el total del lote. El más barato de la subasta. El único que “Antigüedades Arregui” podía permitirse comprar en una época en la que el negocio se columpiaba entre balances negativos y amenazas de cierre.
Ni el contenido del diario ni las fotografías desvelaron ningún dato de interés que revalorizara la adquisición. El inglés, si un día estuvo animado por alguna clase de espíritu aventurero, lo perdió todo durante sus viajes convirtiéndose en un hombre tedioso que dedicaba su tiempo a la cosecha de plantas exóticas y su posterior descripción. Nada personal, ni una sola impresión íntima, deslizó en sus comentarios. El diario no era más que un aburrido y detallado catálogo en el que, por fechas y horas, se incluía el análisis de centenares de especimenes vegetales cuya evidencia física, reseca y polvorienta, se anexaba en el herbario.
Las fotos mostraban a los miembros de la expedición en improvisados campamentos: tiendas de campaña protegidas por tenues mosquiteras, fuegos extinguidos, algunas armas apoyadas contra el tronco de un baobab y, en el centro, cuatro hombres blancos y un par de nativos que con seguridad oficiarían de guías y cargadores del grueso de la impedimenta. Todos ellos posaban ante la cámara con aire cansado y aspecto de querer estar en cualquier otro lugar. También los nativos-o especialmente ellos- causaban idéntica sensación de incomodidad.
Entre aquel triste legado la máscara resaltaba como una tremenda impropiedad, como un ser que se hubiese confundido de elemento: un pez sobrevolando una cordillera, una orquídea brotando del hielo. ¿De dónde procedía? ¿A quién había pertenecido? ¿Por qué estaba ahí, entre los monótonos despojos de un naturalista soso y pragmático?
Desde el primer día le dejé claras dos cosas a Fidel Arregui, propietario de “Antigüedades Arregui” y mi jefe: que la máscara me daba miedo y que olía. Cuando me preguntó que a qué olía no pude precisarlo o, más bien, no supe. La máscara olía a olores desconocidos, ni buenos ni malos, simplemente desconocidos para mi olfato.
El segundo día incluí un añadido más a mi repertorio de recelos: la máscara palpitaba, latía, como una mezcla densa en perezosa ebullición. Mi jefe, ante este símil, me tildó de fantasiosa y me señaló una exquisita palabra en el diccionario: “nefelibata”. Siempre admiré a mi jefe en su vertiente de anticuario de las palabras. Si se hubiese dedicado a la Etimología hubiese llegado lejos, probablemente a regentar un negocio precario llamado “Antigüedades Arregui”.
El tercer día, llevada por atavismos culturales, pensé que la máscara podría cobrar vida y me mantuve alerta, incapaz de dejar de observarla más de cinco minutos. A media tarde la máscara adquirió un extraño brillo. No cobró vida pero comprobé que estaba mojada, como si una fina lluvia hubiese caído sobre ella. Por entonces, la máscara me aterrorizaba en igual medida que me fascinaba.
Fidel Arregui dijo que con seguridad esa máscara procedía de alguna tribu habitante de una selva africana y que la selva, como es sabido, guarda secretos difícilmente extrapolables a otros mundos que no se rijan por sus enigmáticas leyes. “En la selva todo es uno y lo mismo” –concluyó mi jefe, dando por sentado que esta frase lo explicaba todo, incluido el comportamiento de una espeluznante máscara que cada día que pasaba parecía ocupar más espacio en mi vida.
Transcurrida una semana, habituada ya al olor, al lento latir y las súbitas exudaciones de la máscara, me atreví a tocarla y dejé que mis dedos acariciaran las profundas muescas de la madera, todo aquel conjunto de protuberancias y sinuosidades que alimentaban la sinrazón. Y la noté blanda al tacto, como arcilla dispuesta para su moldeado, y casi temí que perdiera sus horripilantes formas entre mis dedos. Me sorprendí a mí misma deseando que no cambiase, que por nada del mundo mudase sus rasgos atroces, tan desvinculados de lo humano y lo animal. Y deseé más: la deseé a ella, que fuese mía, de mi propiedad. Para siempre.
Fidel Arregui me la vendió por un precio simbólico y envuelta en un paño de terciopelo la llevé a mi casa. Y aquí sigue hoy, treinta años después, en el mismo lugar: presidiendo la salita donde James, el naturalista soso y pragmático, mi compañero, rellena cuadernos y cuadernos con todo aquello que vio hace un siglo.
Es cierto que la máscara ha perdido sus rasgos, que ahora no es más que una masa informe. Pero el rostro de James…su regreso…Todo esto son cosas que la selva sabe, que la selva guarda, que la selva otorga a quienes aceptan regirse por sus enigmáticas leyes.
¿Nefelibata?¡ Nefelibata sí! Nefelibatísimaaaaaaaa!!! Me encantó esta palabra, que no conocía, qué bueno tener un Fidel cerca. (Me parece que comenzaré a hacer un diccionario Celístico)
ResponderEliminarCuentísimo cuentazo Celia, desde la presentación de la máscara como brutal hasta que llega a ser masa informe. La protagonista, - encarnando bien bien bien al ser humano- desea saber, anhela descubrir ese misterio aun corriendo el riesgo que implica la incertidumbre de llevarse “eso” desconocido a su casa. Que huele a algo que no se sabe que es.
Que la selva sí sabe, porque la selva sabe todo, y James acaso también. Es que él aceptó regirse por sus enigmáticas leyes.
Está para una peli, Celia. ¡Me encantóoooooooooo!
Un beso,
Adela.
Celi, la selva hace y deshace. Los humanos también. La máscara y la vuelta de James. ¿Qué pasará luego? ¿Lo sabremos? Mucho misterio para que la imaginación goce intentando darle distintas vueltas.
ResponderEliminar¡Me gustó!
Beso,
Ali Nuri.
Por supuesto que lo primero que hice fue buscar nefelibata en el diccionario. Jamás la había leído y menos escuchado! Pero yendo al meollo, es un cuento espeluznante y pensando en que ella dice "mi compañero", es más que enigmático. Como un Stephen King, calza justo para quión de película!
ResponderEliminarExcelente, pero no podría verla, soy muy miedosita, jaja!!!
Besotes, pero sacate la máscaraaaa!!
Lulú
Avispita,qué de cosas hiciste que rodearan a esa dichosa máscara. Me da miedito imaginar que la tengo sobre mi mesa de noche y de pronto... no quiero pensar más, soy bastante impresionable. Ah! y Fidel es un sádico. Un beso
ResponderEliminarADEMAS DE MISTERIOSA MASCARA ME INCLUIS UNA PALABROTA- MUY BUENA TU HISTORIA Y SI, ME HACE ACORDAR DE KING- CUANDO LEI EL "CEMENTERIO DE LOS ANIMALES" NO DORMÍ DURANTE UNA SEMANA, ASI QUE SI ALGUN FAMOSO CINEASTA TE COMPRA LOS DERECHOS DE TU OBRA , NO CUENTES CONMIGO COMO ESPECTADORA- UN ABRAZO Y SEGUI ESCRIBIENDO COSAS TAN INTERESANTE- UN ABRAZO- TERESITA
ResponderEliminarOtro de tus fantásticos -en todo sentido- cuentos, Celia, con todos los ingredientes...
ResponderEliminarTu imaginación en pleno vuelo le encontró un final inesperado. Dan ganas de empezar a ver máscaras en las tiendas. El otro día vi una de Angelina Jolie. Veré mis ahorros por si me alcanzan, ja ja ja.
Sí, ya sé: estás pensando en una de Alberto Cortez...
Un beso.
Pitu
Mmmm, Celia, entre la máscara que "la atrapa" y James, que parece del regreso de los muertos vivos, tu protagonista está en problemitas. Si además lidia con ese jefe, mezcla de Boris Karloff con Narciso Ibañez Menta: yo no quisiera ser la actriz que actúe en la pelìcula que, de hecho, pronto te propondrán guionar.
ResponderEliminar¡Buenísimo!
Cariños para "tí",
Ale.
Excelente relato Celi, un ente inanimado que cobra vida y toma la de tu protagonista de tal manera que casi vive para ella. Percibe sus cambios, en olores, textura y forma a través del tiempo y ese final buenísimo. Te luciste Celi un placer leerte. Me super gustó.
ResponderEliminarUn bf.
Iris.
Yo me enojaría si me llamaran nefelibato antes de recurrir al diccionario que es lo que hice yo también. Con ese andar en las nubes (de Úbeda?)y la máscara como uno de esos relojes blandos de Dalí, se explica toda la magia que surge de tu cuento. Más que cuento, cuentazo.
ResponderEliminarUn beso,
Osvaldo