La guerra se acerca. Durante días, las auroras pintan el cielo de gris. Por las noches, hay una oscuridad maciza que se toca. Las bombas traen tinieblas que lamen los cuerpos. Ahora es de día y vivimos un silencio transitorio cargado de temores. Afuera, la lluvia no cesa ni perdona. Las calles brillan y resbalan. Los invasores están cerca. El chirriar metálico de sus máquinas, traído por el viento, los anuncia, clausurando todo lo demás. El ocaso deshabita la ciudad, los techos han volado, cambiando de casa. Ya no se ve la aguja de la iglesia que vieron mis abuelos, la cruz ha flotado hasta el cielo. Sólo la escuela está en pie, con treinta chicos y yo, la maestra. Como un ardor, la urgencia frenética de estar lejos, pero sin tener a dónde ir. Hoy tuvimos una clase de idioma. Es difícil dar una clase con el llanto sujetado en la garganta. Los chicos saben pero nada dicen, saben porque la realidad flota entre nosotros. Han crecido años en unas horas. Las explosiones se van apagando. Ahora las máquinas están en la ciudad. Hay gritos, pasos entre los escombros, palabras en otro idioma y también en otro miedo, algunos disparos. He agrupado a los chicos en un aula, ellos tan jóvenes y esta vieja maestra abrazados en un solo temblor, en el suelo. Rezar no alcanza. Las pinturas infantiles desde las paredes nos miran y nos dicen que no pertenecen a este mundo. Lento, con estruendo, destrozando la calle, pasa un enorme tanque frente a la escuela. Lo veo a través de un boquete abierto en la pared. Una mesa, las paredes se tambalean, temblando. Un pizarrón cae con estrépito, las tizas se hacen añicos en el suelo, levantando un polvo blanco que se mezcla con el gris del humo que se nos pega. Miro las cabecitas pegadas unas a otras, esperando no saben qué, y quiero llorar, pero no debo. Treinta pares de ojos muy abiertos me están mirando. Afuera, las voces suben de volumen. Son ahora un griterío sin sentido como el estertor del miedo que se escapa porque el miedo vive soberano en los dos bandos de la guerra. El escape de una moto barre en primer plano el fragor de la calle por un momento. No sé porqué se me antoja que el que va en la moto es un mensajero, un hombre en uniforme y casco gris, con antiparras gruesas, quizá era un carpintero o un cartero en una aldea lejana, o un empleado municipal como fue mi marido, que el destino dijo que tiene que estar aquí hoy como me toca a mí de este lado de la frágil pared del frente. Frágil como un papel. El aire trae alguna palabra en nuestro idioma. Un niño se desprende y vuela a la ventana. Cree que escuchó la voz de su padre, lo llama. El peligro se mete adentro más aún. Hay disparos cercanos y el niño despierta de su ilusión y vuelve para caer de nuevo en la bruma que rodea nuestro abrazo. Pasan los minutos y entonces nos damos cuenta que, poco a poco, voces y chirriar de metales y el ruido insolente de los motores se van amortiguando. Muy lentamente se apagan los ruidos, y muy lentamente se enciende la esperanza. Va cesando el temblor en las paredes y en el suelo. Va cediendo el ardor que creció adentro, insoportable. Al fin el silencio reverbera en las paredes de la vieja escuela. Las sombras nos abrazan sin soltarnos. Horas después, los chicos duermen en el suelo o sobre los pupitres polvorientos. Doblada, lloro sin remedio. Por el boquete que abrió la guerra en la pared del frente de la escuela, se insinúa un nuevo día.
FIN
Osvaldo
Un cuento tan acorde al momento que estamos viviendo y que han vivido otros en su tiempo.
ResponderEliminarMe gustó mucho
Beso
Lulú
eterno drama de la guerra, se palpa el miedo y la esperanza de esa pobre maestra, reponsable de los aterrorizados niños. muy buena pintura de algo que lamentablemente casi parece cotidiano- Tere
ResponderEliminarMe has tocado la fibra hoy, precisamente en las actuales circunstancias. Y, para colmo, todo el rato, mientras leía tu cuento, no se me iba el recuerdo de una película de Jean Renoir, "Esta tierra es mía". Los maestros, en este caso, fueron maravillosamente interpretados por Charles Laughton y Maureen O'Hara.
ResponderEliminarCreo que tu relato pormenoriza de forma eficacísima el drama y tragedia de la guerra y, más aún, en el pequeño y doloroso escenario de una escuela,
Te felicito, Osvaldo,
Un beso,
Celia,
Un relato que estremece Osvaldo. Bien pintada una realidad que no quisiéramos que ocurriese. Me gustó mucho el tratamiento del tema, nada fácil. Te felicito.
ResponderEliminarUn bf.
Iris.