martes, 15 de marzo de 2011

HÁBITOS

-Concluido el funeral y las ceremonias posteriores, nos encaminamos todos hacia la casa. Tía Mabel prefirió tomar un taxi; Marité se subió a su utilitario y convidó al tío Ramón a que la acompañara, quizá no tanto porque se apiadase de su cojera como para mantener el boceto de una conversación, una excusa que espantase la temible soledad que ya se cernía sobre nosotros como un rumor de pájaros agonizantes. Los demás preferimos regresar andando, acaso con la idea de que la caminata mitigaría la tirantez de nuestros miembros y esa nebulosa sensación que llenaba nuestras cabezas y repicaba como campanas de madera, como las paletadas de tierra que acababan de estrellarse contra el ataúd de la Abuela Paula.
Del cementerio a la casa apenas nos dirigimos la palabra. Mamá caminaba del brazo de Papá, exactamente igual que a la Abuela Paula le gustaba verlos pasear por el jardín, como dispuestos a ser retratados por un fotógrafo muerto hace décadas, como decía Ella que paseaba con el Abuelo. Mi hermana Sandra se me acercó y, en un arrebato, me susurró que nada más llegar a su cuarto escucharía música a todo volumen. Yo le sonreí; Mi hermano Alberto, más contundente, afirmó que nunca más volvería a ponerse ese traje que le causaba la impresión de estar amortajado antes de tiempo. También le sonreí.
Cuando llegamos, Marité y el tío Ramón ya habían encendido las luces de la sala y nuestros ojos, sin pretenderlo o tal vez conducidos por la costumbre, se precipitaron sobre la mesita repleta de medicamentos y remedios. El tío Ramón dijo que habría que tirarlos. Mamá apuntó que lo mejor sería llevarlos a la farmacia, que los recogen para aliviar quién sabe qué necesidades o quizá para someterlos a reciclaje. Mientras lo decía, alargó una mano hacia la caja de parches de nitroglicerina pero no llegó a tocarla y se dio la vuelta.
Sandra subió de dos en dos las escaleras. Recuerdo que cerré los ojos y me concentré en la inminente irrupción de la música. Esperaba ese momento, llegué incluso a rezar para que la música se escuchase cuanto antes: estrepitosa, vibrante, lúcida de tan furiosa pero los minutos pasaban y pensé en todas las cosas absurdas por las que rezamos tal vez porque creemos que son las únicas que pueden ser realmente complacidas. Es lo absurdo, además, lo que nunca se discute, lo que se acata, lo que jamás se duda.
Alberto también se perdió por la escalera pero lo hizo con pausa, con la cadencia aprendida por todos en la casa, con el temor incrustado en el recuerdo de la voz quejosa, del suspiro amargo, del sempiterno reproche que provocaba cualquiera de nuestras minúsculas expansiones, cualquiera de nuestros olvidos.
Fueron unos minutos de absoluto desvalimiento pero lo absurdo siempre es escuchado y complacido y, por eso, todo se arregló cuando bajó Sandra con el habitual ramito de violetas para el jarrón de la mesa y lo compuso, como siempre, frente a la silla de la Abuela Paula. Y cuando, segundos después, bajó Alberto con el mismo traje y en sus manos el almohadón para que la Abuela Paula recostase su cabeza. Y cuando, por fin, llegó tía Mabel y con la misma voz que la Abuela Paula nos ordenó a todos que nos sentásemos a la mesa, que ya era hora de cenar, que tal vez después se sentiría mareada, que le acercásemos el frasco de gotas, por si acaso. Y se sentó en la silla de la Abuela Paula, frente al jarrón de violetas, y Alberto colocó el almohadón tras su cabeza, y el tío Ramón habló del mal tiempo o del buen tiempo, y yo le serví el puré y Marité mandó que tapasen la jaula de los canarios para que ningún ruido la importunase.
Miré a Tía Mabel y calculé que a sus sesenta años, si todo iba bien, podría mantenernos a todos en ese mismo estado de placidez que acabábamos de recuperar al menos durante otros treinta años…

12 comentarios:

  1. Si,yo me preguntaba como habría sido esa escena con el muerto,porque aunque la placidez podrá ser la misma,para mí que es única e irrepetible aunque los sociólogos me desmientan.
    Muy bueno, Celia.

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  2. Es terrorífica la trama, Celia. Tan terrorífica la trama como la afirmación de la protagonista sobre la que se sustenta el cuento. “Es lo absurdo, lo que nunca se discute, lo que se acata, lo que jamás se duda”. Y en esa afirmación espeluznante, negarse a la vida con lo que implica: cambios e incertidumbres, por oposición a los hábitos que matan. Aferrándose, todo ese extraño séquito familiar conformando una masa de absurdidad, a la muerte como una placidez inmóvil. Desde la muerte, esperando la muerte.
    Subleva este cuento Celia. Sí. Por lo mortal. Más que mortal.

    ¡Un beso y un abrazo VIVO!

    Adela

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  3. Muerto el rey, ¡viva el rey!
    Unas veces necesitamos a la persona, y otras a alguien que cumpla un determinado papel.
    Miserias humanas que le dicen.
    Muy bien contado y muy bien creado el clima.
    Felicitaciones.
    Daniel

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  4. Una trama patética, el muerto revive en los hábitos que sembró en los vivos que recorren las mismas huellas; naturalmente, como si nada; la rueda sigue girando.
    Más que bueno Celi, felicitaciones!!!

    Besos,
    Martha

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  5. Y a mí me pidieron que no me dedicara tanto a la muerte. Ahora entiendo, me pidieron que hablara mejor de la muerte.

    Un cuento más profundo que los detalles que lo animan.

    Excelente.

    José

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  6. Tal vez estén en marcha los famosos "mecanismos de defensa" en estos seres un tanto incomprensibles para la normalidad. Un excelente relato con un planteo para pensar un ratito Celi.
    Te felicito.

    Un bf.


    Iris.

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  7. Lo primero que pensé fue en la necesidad de una rutina para seguir viviendo. Después, que la transmisión, el mandato de la Abuela Paula era muy fuerte para los alfeñiques de su familia. Por último, en que la muerte interrumpe por un rato, nada más, la "vida" de los demás. En fin, Celi, que te has mandado como siempre, un cuento de aquellos que nos dejan pensando.
    No se lee, se dovra y se "ve".
    Felicitaciones!!
    Besotes
    Lulú

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  9. Ouch! quise agregar algo a mi comentario y corregir una palabra y ¡charán! lo borré. Ya voy a aprender, les prometo. Vuelvo a empezar: Celia, ¡qué gente! Esa familia "vive" vestida de negro más allá del duelo. Está muy bien, lo transmitís tal cual, son densos y oscuros, no gozan de buena salud, todos parecen entregados sin remedio. Me gustan los temas con los que te metés y cómo le encontrás esa vuelta de tuerca para que yo sienta que estoy ahí, con ellos.
    Cariños grandes,
    Ale

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  10. seguir la rutina ¿indiferencia o comodidad?- incompresible la actitud de esa familia, no parecen de este mundo, y nos metes en una historia familiar que nos obliga a replantearnos los sentimientos de cada uno y temer por nuestras propias decisiones- muy, muy buenos- cariños Teresita

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  11. Decimos con mis amigos que cuando asistimos a mas funerales que casamientos es por que nos estamos poniendo viejos... El clima que plantea tu cuento me resulta harto conocido. Todos nos vamos corriendo un lugar a medida que la última silla va quedando vacía.

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