jueves, 31 de marzo de 2011

Compañeros en general, Fénix en particular

En las respuestas al pedido de expulsión pareció haber un avance pequeño (pero avance al fin) en la posibilidad de rosolver nuestros problemas (los de Fenix y míos).

Entiendo que "Asuntos diversos" debe seguir existiendo porque es un título muy útil para mensajes al foro de tipo administrativo o para comentar que alguien borró un post por error o cosas "estériles" de esa clase. Se podrían anunciar conferencias, presentaciones de libros, eventos artísticos y mil cosas más.

Mi primera idea, que aquí retomo, fue la de abrir un blog nuevo de temas de actualidad para volcar temas políticos y de todo tipo con los cuales no estoy reñido y menos a una sana discusión.

Mi problema con Fénix no tiene que ver con el "qué" sino con el "cómo".

Propongo nuevamente, entonces, la apertura de un blog de temas de actualidad sin límite de temas y del que me gustaría participar activamente. Como entiendo que en un blog paralelo y nuevo no se darían las condiciones incómodas de hacerlo en el blog de literatura.

Esta es, entonces mi propuesta que resolvería el problema planteado.

José

miércoles, 30 de marzo de 2011

SUDOKU

“Dice una antigua leyenda: Cada tanto, de una misteriosa pupa, nace una polilla que se alimenta de los tejidos de la mente. Un azazel profano que no pertenece a ninguna fe. No es malo ni bueno. Es, y existe tal cual es” (L. A)

De la vieja estación solo queda en pie el andén de cemento y piedra, ahora altar de lagartos overos adoradores del sol.
El quetren del tren retumba fantasmagórico sobre las vías abandonadas. Collar de plata que recorrió-de una punta a otra- las tierras del mundo. Los verdes túneles de álamos y eucaliptos, salvo alguna que otra hierba mala, conservan el arquetipo de la imagen del camafeo de hierro madera y bronce, que guardó sin espanto, alguna vez, vida en su interior. Niños, jóvenes, adultos, ancianos. Risas, tristezas, anhelos, esperanza, amor. Humanidad.
Alejados los fantasmas, el silencio es abrumador. Parecería que la anaconda del tiempo hubiese triturado hasta los gorriones, horneros y picaflores que abundaban en lo que otrora fue… ¿Y qué fue? La duda excava entre escombros escondidos en la selva de alfalfa, ortigas y cardones.- ¿Qué fue?-Fueron las manos de Juan bajo mi blusa. El olor a jabón blanco de su ropa, el aroma a manzanilla en mi cabello. Fue la urgencia joven rompiendo la rutina de la siesta veraniega en la sacra oscuridad del confesionario de la iglesia. Ciegos recobrando la vista en el milagro del tacto. Fueron las zambullidas en el río y la margarita desojada hasta el “te quiero mucho”, tatuado a fuego en nuestras bocas unidas. Y Juan corriendo por el camino lateral a las vías, con sus manos en alto, despidiéndose hasta el próximo verano. Y yo, estampada a la ventanilla del tren jurándole amor eterno.
Quetren Quetren Quetren Quetren. No volví. Me tragó sin oxígeno ese mar de cemento astuto y vil del bienestar y el progreso. Permuté la fiebre de sus manos por el frío de las mías.
De regreso, tacho tren y escribo libertad- Tacho cemento y escribo Juan.

martes, 29 de marzo de 2011

Pedido de expulsión

No es mi intención continuar perteneciendo a un lugar en el que Fénix esté presente.
Sé que muchos le temen. Sé por qué le temen, me lo han dicho.

Creo que somos 27 participantes del blog.

1) Pido una votación para echar a José del blog por conducta impropia posterior a las acciones de Fénix. No es ético. Lo sé.

2) Pido una votación para echar a Fénix  del blog por conducta manipuladora de sus miembros. No es ético. Como atenuante él no lo sabe.

Dos votaciones independientes.

Este post no intenta manipular a nadie, voten y decidan. Si me toca, yo aceptaré las consecuencias como un hombre.

José Carrasco

domingo, 27 de marzo de 2011

TONIO

En el borde del universo se encuentra una estrella pequeña y muy luminosa. Si los cosmólogos dicen la verdad esta estrella viaja, alejándose de nosotros, a la velocidad de la luz. Este dato no es una curiosidad ni un hecho científico menor; la luz de esa estrella no puede llegar a La Tierra y, por lo tanto, nadie puede verla. ¿Cómo se sabe que está allí? ¿Qué mediciones demuestran su existencia? Respuesta: nadie lo sabe, es más, la inventamos una noche de verano mi hijo y yo y no por ello el Universo es diferente, no es más grande, no es más chico.

La estrella se llama Tonio porque así le plugo a mi hijo cuando, hace algunos años, jugábamos a inventar estrellas. Pensé que había elegido ese nombre porque mi viejo se llamaba Antonio aunque también es posible que, desbaratando mi biblioteca, hubiera leído el nombre de un libro de Thomas Mann: Tonio Kröger.

La estrella es imaginaria, ni siquiera sabemos el origen del nombre (Alejandro no recuerda la anécdota), ni siquiera sabemos si se puede poner nombre a algo que no existe. Bueno, sé que se puede. Existen nombres para muchas cosas que nunca han tenido el honor de pertenecer a la realidad. No piensen que otra vez voy a meterme con Dios, dejo a la imaginación de mis pocos lectores el encontrar cosas que han sido nominadas sin siquiera existir.

Alejandro ya creció y su rumbo no fue el de dar nombre a estrellas inexistentes. Es un hombre serio con una profesión seria y yo me alegro mucho porque él es muy feliz con sus plantas nucleares y sus fábricas de microchips. Todavía no espera hijos. Luego, no voy a tener nietos pronto como para que a los seis años le enseñe a mirar las estrellas.

Siempre pienso en el decurso del tiempo, todos sabemos que las noches son más largas que los días cuando nos gana algún esporádico insomnio. En esos momentos me dedico a mirar estrellas si el cielo me lo permite. Me voy preparando para cuando mi nieto, que no está en camino, me diga: –Abue., ¿por qué ese pedazo de cielo es negro y no tiene estrellas? –Tiene, pero están muy lejos y no se pueden ver. Tu papá inventó una vez el nombre de una. ¿Querés inventar un nombre de una estrella que no se ve?

Tal vez esto nunca ocurra u ocurra sin que yo llegue a verlo. De todos modos soy feliz esperando ver luz en los ojos de mi nieto imaginario sabiendo que le ha puesto nombre a una estrella también imaginaria.

EGOÍSMO

Como te lo digo sin que duela esa herida que nunca cerró y aún destila gotas de amargos recuerdos cuando veo injusticias

Lacera el alma de una niña inocente el desamor e indiferencia por cargar con el karma de ser victima de la pobreza y la ignorancia.

Puertas que se abren para que los amiguitos jueguen en el patio, se cierran para ti, madres con bruscos modos dicen; “no hay lugar para tantos chicos”.

Bajar la cabeza avergonzada, como si tuvieras la culpa de quién sabe que cosa y esconder las quemantes lágrimas, no entiendes, te arrinconas a pensar y te preguntas ¿porqué a mi no me quieren?

En la esquina los varones juegan a las bolitas, voy a jugar con ellos, triste consuelo

Los años pasan, la vida reacomoda las piezas en el gigantesco damero y las fichas negras de golpe superan a las blancas.

Los pimpollos tronchados sin piedad, florecen en cálidas rosas de perdón

Hoy te lo cuento, para que comprendas a esos niños pobres y humillados que golpean a tu puerta, ellos no saben más que su desgracia, ignoran que hace mucho tiempo a tu madre por ser pobre e ignorante le cerraron las puertas.

¡¡¡Felicitaciones a los ganadores del 1er. concurso!!!


1. Alejandro con su cuento "SIN IMPORTANCIA"
2. Javier F. Castillo Naranjo con su cuento "EL SEÑOR ANDRADE"
3. Alicia Prack con su cuento "LAS TRES LUNAS"



Propongo un brindis en este pueblo nuevo de Villa Cimera para festejar la escritura, y celebrar entre todos, con Alejandro, Javier y Alicia.


Un beso a todos y uno especial a cada uno de los ganadores,

Adela

sábado, 26 de marzo de 2011

UNA NUBE, UN ÁRBOL, UNA PIEDRA, Y EL PERCEPTO

“Sucede que en los momentos en que se espera un golpe muy fuerte pero desconocido, la mente se prepara instintivamente y abandona de manera momentánea la facultad de sorprenderse”… (Carson Mc Cullers. “Reflejos en un Ojo Dorado”).-

El teléfono suena una, dos, tres veces. Joaquina no atiende. Corre las cortinas del ventanal de la sala y aplasta la nariz contra el vidrio. La calle está vacía. Puede escuchar el ronroneo del tránsito de la autopista cercana, y sentir en sus manos la ínfima vibración que produce el viento cuando choca contra el vidrio. Tedio y más tedio invade su existencia. Atrofia sus sentidos hasta deshabitarla de sensaciones. La deja amorfa. Como si ese tedio, hubiese desplegado la antigua profundidad- germinante y evolutiva por su misterio- hasta convertirla en una insoportable anchura que -aunque vasta- aplana las gradientes hacia la vida irrechazable. Se siente perdida en ese fluido tibio de la nada que no quema, ni hiela, ni duele, ni causa placer. Hoy, para Joaquina, la muerte está dejando de ser invisible en esa soledad nueva y extraña.
Observa sobre la mesa la invitación que dejó Inés, para asistir a una exposición de pinturas: Humanidad muerta por Ariel Miranda. Galería Challen. No lo conoce, pero le gustaría asistir. Algo poderoso ha llamado su atención. No ha logrado distinguir si fue el nombre de la muestra, o porque el artista no pone a la venta su trabajo.
Repasa en su mente las críticas mientras elige un vestido negro para ponerse: < “Su arte es como la materia oscura del universo: sin matera oscura no hay luz” (Gabriela Z. de TI)>. < “La muestra parece un zumbido silencioso, como un reactor nuclear “(Gordillo H. de INP). <” Luego de cinco años de invisibilidad, el enigmático escultor y pintor Ariel Mirada expone en la galería Challen una nueva y apasionante muestra a la que ha denominado “Humanidad Muerta”. Lamentablemente, ninguna de sus obras de arte está a la venta” (La comarca)>.
Frente al espejo, imagina cómo plasmaría en lienzo una humanidad muerta: Una ciudad de casas bajas a la altura de las nubes, poblada de ancianos llorando. Bajo la misma, al viento, una guirnalda de figuras humanas con un celular- cada uno- cómo corazón, y ojos paneles solares. Incapaces de comprender que esa lluvia de llanto, los incomunicará y los deshará en los charcos.
Se coloca el collar de perlas que ha heredado de su madre. Ya no recuerda su rostro. Ya no recuerda rostros, ni lugares ni momentos felices o infelices. No ha sido el tiempo el que le ha robado todo eso. Han sido los instantes, obligados por ella a ser presentes. Se declara culpable bajo una tenue nube de Opium- perfume preferido- que impregna con delicadeza su atuendo. “Culpable por no saber ser culpable”- se dice - recogiendo el cabello con una cinta de terciopelo negro.
El teléfono vuelve a sonar, una, dos tres veces. Lo ignora. Se ha quitado el corazón

jueves, 24 de marzo de 2011

CRÍTICA AL CRITICÓN

sé que sé
lo que no sé es qué sé
así me critica la gente
que sí sabe
sin saber que sabe
pero sabe más que yo
que si sé que sé
pero no sé qué sé

las tildes me vuelven
loco
porque no puedo tildar
tilda bien el que sabe
tilda mal el que no sabe
los atildados tildan
tildes al por mayor
pero, oh tilde majestuosa
esta estrofa te carece

pero volvamos a tildar
sé que tomo té
aún me agrada
más que el café exprés
no lleva tilde el tres
sí la lleva el veintitrés
tilde loca
tilde
es
quiva

José (poema con falta de ortografía)

martes, 22 de marzo de 2011

SOLIDÄO

-Te falta educación vocal, no manejas bien el aire y en tu puta vida hiciste escalas ni siquiera calentaste haciendo doremi, pero tenés impostación natural y buen oído. Hay cosas que ya no vas a poder hacer como por ejemplo cazar esta nota después de esta, ¿oís? No es por cabeza dura o que de golpe se te fue el oído a la mierda, claro que no…Bueno en realidad algo de eso hay, ¿Sabés lo que es la sinapsis? ¿Si? Bueno, todo se relaciona con todo, como se suele decir el uso hace al órgano, algo así, venís mas o menos bien haciendo escala y de golpe no entendés, te desconectás igual que la mujer que entró antes que vos y no cazaba una porque tiene un cigarro en la oreja. La pobre, bah, pobre relativamente, nunca hizo sinapsis porque lo de ella no es esto, quiere esto, ama esto pero sus células se encargaron de otra cosa, hicieron sinapsis otras, estas durmieron o, que se yo, nunca las tuvo. La desgracia es que yo no puedo decirle eso, yo tengo que decirle que lo suyo es cuestión de trabajo, esto queda entre nosotros. Tarea imposible, vos podés hacer un puente eléctrico para traer luz a una habitación que no tiene instalación, pero acá no hay tutía. Con ella no puedo hacer como el doctor Frankenstein y cambiarle las cuerdas vocales, porque el problema no tiene un pito que ver con eso, se trata de conexiones, y pura química, una cosa extraordinaria, la gente, nosotros, no tenemos idea de la cantidad de procesos complejos y sutiles que son el alma y el cuerpo de esta nota cuando conseguís emitirla. ¿Pero a qué iba? Sí que en vos esta nota y seguido este sostenido, se te perdió, lo perdiste. Si se fue, se perdió, entonces será como un diente que perdiste. Y si es una muela que tiene una carie y con un conducto la salvamos, veremos.
Pero no te preocupés con las maquinas se simula casi todo. Estamos hablando de lo que es, de lo que está, porque si no terminamos siempre hablando de resultados mediados no por la propia técnica sino por una técnica ajena y entonces chau, dejemos de existir, dejemos acotado lo real a un escenario lírico, al piano del living de casa,a la ducha. ¿Se entiende?
-Entiendo, y que hay del repertorio…
-El repertorio lo trabajás de a poco si querés algo pulido que saque lo mejor de vos y, fundamental, el arreglo. Del arreglo depende la sobrevivencia de una versión, empezamos con dos, los temas siguientes irán mas rápido, son poco frecuentados estos dos que te elegí de acuerdo a lo que vos pedís y lo que yo juzgo de lo que podés realmente, blablabla, trabajamos limpio para que en el vivo no cambie demasiado blablablabla, tu actitud blablabla, “Llorando por dentro” y “Solidäo”.
“Llorando por dentro” no es que no me gustó, me pareció que no cumplía con la exigencia de ser una canción poco frecuentada por los músicos de esta época, pero no quise discutir. El contrato ya estaba firmado. El hombre sabía su trabajo, apabullaba con su determinación y elegí dejarme llevar.
Putié a Tina primero pero después fui justo y entonces me putié a mí. Yo era el culpable.
¿ Porqué no hacerlo a mi manera en lugar de deslindar en otro/a que se supone que tiene conocimiento del medio porque aparece el imperativo social del especialista y debo transitar los caminos reconocidos?
¿No es suficiente acaso con participar de comidas institucionales en los que debo hacer hincapié en el conocimiento de los territorios que no me son permitidos y pido entonces perdón por el atrevimiento de incursionar aunque me chupen un huevo los supuestos prestigios?
Recurrir a Tina no me pareció una buena idea y me amargó toda la tarde.
También casi todo el día siguiente. Digo casi todo porque al mediodía todavía obnubilado por la bronca, me puse a repasar la historia.
Yo quería hacer un disco con veinte canciones.
Un día de invierno del año pasado no podía decir una frase completa por la ronquera que me afectaba. No puedo tomar nada que tenga cubos de hielo y de visita en lo de Gerardo la novia me sirvió un whiskey con tres tremendos cubos de hielo sin siquiera preguntarme como lo quería.
La ronquera me duró lo suficiente como para pensar que disponía de una buena voz y algún día dejaría de tenerla. ¿Por qué no grabar un disco? Y con canciones, buenas canciones que o ya pocos cantan o hay generaciones nuevas que se criaron sin ellas. Y ahí aparece Tina, que trabaja de administrativa en una productora independiente y el rollo conocido. Como cuando escribí un ensayo sobre la capacidad de regeneración en el mundo vegetal y se me ocurrió acercarle el borrador a un tipo con una abundante producción. Me lo devolvió con tantas correcciones y consideraciones sobre como encarar tal tema y eliminar tales capítulos (además de reemplazarme toda la bibliografía) que habiendo perdido toda motivación cancelé el proyecto.
Antes dije que me amargó CASI todo el día siguiente.
Es que de pronto caí en que “Solidäo” de Dolores Durán yo no la conocía. Me puse a buscar.
Una canción perfecta que hasta yo había olvidado. Desde el primer acorde me sentí de nuevo en el barrio de Botafogo en Río donde fuimos a vivir a principios de los años 60. Yo no paraba en casa porque siempre mamá lloraba por la ausencia de mi impiadoso padre que saltaba de mujer en mujer y nunca traía a casa ni un ramo de flores. Mi madre gastaba la púa interminablemente con esta canción. Y hasta acompañaba la letra a los gritos desde el patio del consorcio cuando tendía la ropa. Y también cuando lloraba acostada boca abajo en la pieza oscurecida.
Pero mi madre ya se olvidó o por lo menos así parece; me dice no recordarla cuando le coloco los audífonos.
Me dice que tiene sueño, me devuelve los audífonos, me pide que baje la persiana y se acuesta boca abajo.
Fuera del cuarto también hace calor, este mes de marzo porteño parece carioca.
http://www.youtube.com/watch?v=WR59yE0w2P8

SIN IMPORTANCIA

Cuando la enfermera del Centro de Seguridad Social le preguntó cómo se llamaba, él respondió Ernesto, dudando entre sopor y entumecimiento. Lo llevaron en andas hasta una gran sala tapizada de azulejos blancos. Intentaron desnudarlo completamente, pero las medias se negaron. Alguien vestido enteramente de blanco (¿un hombre, una mujer?... a quién le importa) lo manguereó con agua ni fría ni caliente. Luego lo enjabonó y lo frotó enérgicamente con algo muy áspero.  
Después de secarlo, lo condujeron a otra habitación en la que lo recibió ese tipo que siempre preguntaba cosas y que ordenó incinerar sus ropas a alguien vestido de verde (¿hombre, mujer?... qué importa). Otro (¿era una mujer?... de todos modos, a quién le importa) le ofreció un bulto de ropa limpia.
A continuación, y como tantas otras veces, le preguntaron por su identidad a lo que él respondió desde su brumosa despreocupación porque, ¿de qué habría de preocuparse? Luego de pensar unos minutos, improvisó un apellido, pero escuchó que le decían que no era ése. Se esforzó, entonces, en aclarar que de su nombre se acordaba casi siempre al instante: Ernesto. Ernesto. Sí, Ernesto.
Todavía no se había vestido y apareció una enfermera (mujer, seguro que sí), con algodones, pinzas y frasquitos, que se puso a retirar las medias incrustadas en la carne. A un costado, ese tipo que siempre preguntaba cosas ahora quería saber qué pasaba con la familia, que si había ido a verlos. Y la respuesta le surgió como tantas otras veces en un mismo vómito: que qué familia, que lo dejen tranquilo. Y por qué, insistía el tipo, y la respuesta volvía a sepultar un dolor inconmensurable: porque es así. El tipo ese le repetía que estaba casado, que tenía una hija mayor, que había sido contador, que tenía que hacer algo ya, que era una vergüenza terminar en ese estado.
Pero no había nada que entender, nada importante. Porque a pesar de los andrajos de sus ropas que ya estarían ardiendo en el horno, o de los pedazos de las medias que la enfermera extraía de su carne y que caían a los costados de los pies hediondos y ulcerados, o de los piojos desalojados por los chorros de agua desinfectante y eso áspero con que lo frotaban siempre, la puerta abierta del Centro, la que da a la calle, era la única posibilidad real. Ernesto era eso ahí y ahora, y a nadie le importaba; ni siquiera a Ernesto cuyo apellido ya no existía.
Lo dejaron salir a la mañana siguiente, luego del desayuno que casi no probó. Con los centavos que le dieron en el Centro tomó el subte, e intentó volver al yermo de la ciudad que solía cobijarlo de asfalto y monedas sobrantes. Los pies vendados dentro de las pantuflas le dolían mucho.
Al recoveco que había conseguido ayer, hoy ya otro (¿un hombre, una mujer?... qué importa) lo había ocupado, así que a seguir caminando. Pero antes de continuar se sacó las vendas. En la costanera debe haber lugar, pensó.
Percibía un olor nauseabundo trepándole desde sus propios pies que supuraban una baba amarillenta, y se dijo que el río sería un buen lugar para aliviar su malestar. Caminó más allá de los muelles y descendió por una explanada hasta el barro: avanzó sin pensar y no le produjo casi nada sentir el agua a la altura de las rodillas. Miró el horizonte y vio la bola de fuego tocándolo. Pensó en las ropas que le quitaron en el Centro y sintió una especie de vieja frustración que venía y se iba.
A lo lejos alguien pescaba robando (un hombre, una mujer?... ¡pst!). Algo así como una cascada de imágenes de su pasado estaba a punto de desbordarse en su interior. Pero no lo hizo porque él ya sabía cómo dejar pasar aquello que duele inútilmente. Lo que no podía eliminar era el ardor de las llagas en los pies. El agua era una especie de confortable caldo barroso.
La bola de fuego menguaba su fin. Quizá después habría que pensar en comer, en beber algo aunque la tripa todavía no se quejara ni tampoco el hígado. Acercó al agua su mano temblorosa y llena de cascarones. Quiso sentir asco y miedo, pero no pudo, y finalmente la sumergió.
Una ráfaga perdida de viento le azotó las mejillas, y en ese momento se dio cuenta de que también alguien en el Centro (¿un hombre, una mujer?... qué importancia) lo había afeitado.
Se dejó absorber enteramente por el agua y no pensó otra cosa que en la absurda molestia de los pies. Espantó con un gesto vacío una mosca empedernida en libarle el párpado izquierdo. Se dijo que era mejor flotar y dejar de sentir el dolor de las insoportables llagas de los pies que hoy olían distinto.
El horizonte se había tragado completamente el sol cuando Ernesto, acunado por el agua, se dejó llevar como siempre.  Soplaba una brisa insulsa y el aguijón  de Escorpio picaba el oeste. Sin pretenderlo, como todo lo que en definitiva le había acontecido en su vida, terminó por diluirse en el río como una mancha de leche en agua barrosa. Ernesto Vargas debe haber dejado de serlo entre los 49 y los 51 años, sin que a nadie le importara.   

lunes, 21 de marzo de 2011

LA MAGIA DEL INSTRUCTIVO - c/Alejandra.




Corre el año 5007…

- Moel llegó el calzado que pediste. Viene acompañado de un apuesto joven. Será quien realice la inédita prueba.
- Que pase Amis, no lo hagas esperar.

Percibo en la nuca un aliento tibio y dos brazos fuertes me toman por detrás.
Un aroma agradable pega en la atmósfera turbulenta. No me muevo. Podría hacerlo, pero tengo miedo que este manual humano no comience su rutina de instrucciones.
Mi cuerpo se estremece perplejo, violentos remolinos me poseen y me recorren en ráfagas cruzadas. Estrello mi encrespada furia contra su rocoso cuerpo y rompo en olas de placer en una marea sin control. Su fortaleza ciclópea me sostiene preparando un nuevo embate. Cuervo al acecho ya sus manos están en mi espalda en un recorrido lento, interminable. Suben hasta el cuello y bajan por mis pechos que esperan impacientes. Sus dedos acarician las piernas y se quedan en los pies en un masaje cálido y sostenido para luego detenerse en cada dedo, presionando el arco, envolviendo el tobillo, subiendo y bajando sin descanso. Siento que van a devorarme pero me quedo esperando que acabe el masaje. Resabios de gotas resbalan por mi cuerpo ya en calma, su boca las absorbe en tanto dice:

- Bien, sus pies ya son poseedores del calzado mágico. Las sensaciones son sólo suyas. Ya no necesitará de mí, de ahora en más podrá manejarse sin instrucciones, éstas quedaron impresas en su ser. Cada vez que use estos zapatos tendrá una experiencia diferente, inédita.
- Espero los disfrute. Buenas noches.



(Cuento escrito hace muuuuuuuuchoooooo tiempo)

Iris Faba.






domingo, 20 de marzo de 2011

CAUTIVA

El joven cacique espía,

oculto en las sombras,
a la bella joven, de guedejas rubias.
Por saberla suya, la vida daría.
En un arrebato, la toma cautiva.
La mente de ella se detiene en niña.
La pasión y el miedo engendran sus hijos,
los hijos del viento y de las tormentas.
Ella los acuna como a sus muñecas y
muy quedo, canta nanas en hebreo.
Ya nada recuerda en su amargo olvido.
Anciana, harapienta, camina sin rumbo
Balbucea nombres y canta en hebreo.

sábado, 19 de marzo de 2011

El borrador del infierno

El que borró el mensaje de Fénix es un animal tan salvaje que no merece el perdón de la infectas cucarachas que habitan (y habitarán) el mundo. Que el borrador diga su nombre y reviente en las aguas del Estigia. No merece pertenecer a este blog. Es una alimaña podrida sin derecho a conocer la clave de nuestro blog. Propongo que quienes conocen de estos temas vean si pueden rastrear al violador de las artes y denunciarlo. El cielo lo condenará para siempre por mil generaciones.

Siento que se me fue la mano pero estos alacranes me sacan de las casillas.

José Carrasco

COSAS DE MUJERES

Estaba tan nerviosa como antes de salir a escena. La plaza bramaba y pedía escuchar su voz matriarcal que calmaba ansias y anhelos, la esperaban. Sentía que era madre sin haberlo sido y que su presencia era como la aparición de la virgen, había algo místico o religioso en esa combinación que formaban el pueblo en la plaza y ella, en el balcón.

Miró sus zapatos número treinta y cinco mientras trataba de acomodar sus pies en esa horma que le apretaba y pensó que no había sido la mejor elección, a pesar de que la gamuza marrón claro –al tono casi exacto de sus medias- combinaba a la perfección con el trajecito beige. Caminó alrededor del escritorio moviendo con dificultad los dedos comprimidos y renunció a la intención de ablandar su incomodidad. Fue directo al espejo, se acomodó la solapa del saquito entallado y arregló el cuello de la camisa blanca e impecable, por fuera.

Su corazón latía con la fuerza que su vida ya no tenía; se miró por última vez antes de salir para confirmar la pulcritud de su imagen, llevó sus manos blancas y finas a la cintura entallada y se molestó al descubrir el esmalte saltado del dedo índice. El bullicio aumentaba puertas afuera: la aclamaban.

—Es hora, señora. El general pide que se acerque, la está esperando. En la puerta del balcón.
—Que ya voy. Estoy terminando de arreglarme. Él sabe. Dígale que ya voy, por favor.
—Bien, señora —dijo la asistente y cerró la puerta despacio.

Sola, sintió el vértigo de su poder. Le subió un hormigueo desde el pubis y creyó tener ganas de hacer pis, pero no, era el vacío burbujeante que se instalaba en la boca de su estómago, como siempre antes de salir.
Afuera, el sentido de su vida, la reparación y la gloria.
Se pasó la palma de la mano alisando su raya al costado y abultó el rodete en la nuca, se peinó las cejas con el índice en el que resaltaba el esmalte saltado, enderezó la espalda y bajó los hombros tensos.

Cuando le abrieron las puertas, atravesó una pared de vidrio y le golpeó la cara el rugido humano como un huracán. La garganta se le tapizó de lija y creyó que nunca volvería a humedecerse.

Dio un discurso histórico en el que dejó instrucciones de lealtad que sobrevivieron más allá de lo que ella podía suponer, después se la fotografió abrazada y acurrucada en el cuello de su marido.

Cuando terminó el acto anheló la intimidad de su cuarto, se acostó exhausta y satisfecha por la respuesta de los miles que la amaban. También los amaba. Antes de dormirse llamó a su asistente y le pidió que Dorita, su manicura, se presentara a primera hora.

viernes, 18 de marzo de 2011

BIFURCACIÓN



Cada vez que decido franquear una galería –¿nueva, ya recorrida?– maldigo. Maldigo mi falta de tacto con Lara, sentirme desvalido y solo en la cueva de luz que van creando al paso las pilas de la linterna, y este universo estrictamente mineral y sin reparos que me grita que estoy perdido. Una vez más revivo la escena: a última hora, Lara quiere ponerse a la cabeza de la expedición para guiarnos por las galerías estrechas y bajas, pero mi compañera tiene la molesta costumbre de pararse en las bifurcaciones más elevadas para verificar su posición en el mapa, obstruyéndome el paso cuando yo no puedo más con mi espalda y toda una atlética noche en blanco detrás de nosotros. Una, dos, tres bifurcaciones, y en la cuarta exploto inesperadamente frente a esa humanidad que me impide avanzar e incorporarme. La violencia de las palabras no deja más aire que el que Lara usa para mandarme a la mierda. Es en ese punto donde la estúpida violencia de un disentimiento innecesario cobra materia y hace que cada cual tome rutas diferentes frente a la discordia: ella, la de la salida más próxima; yo –y como de costumbre–, la que más me aleje de esta situación negativa. Y aquí estoy, en la misma bifurcación que creo haber franqueado una decena de veces en las últimas horas. El espíritu de supervivencia se enciende y decido dejar una marca, un rastro que yo pueda identificar sin lugar a dudas en el caso de volver a pasar. Veo una piedra de forma curiosa al costado de la galería que se interna hacia la derecha y que me parece haber visto y revisto antes, justo a un costado de la bifurcación. Busco en los bolsillos de mi bolso algo, y encuentro una servilleta de papel en la que Lara esquematizó nuestro recorrido mientras tomábamos un café antes de entrar en las catacumbas. Acomodo el papel entre la piedra y la pared, y decido avanzar por la galería a mi izquierda. 

¿Por qué Manu explota en esos ataques de violencia? ¿Ya no me ama? ¿Nos invadió la rutina? Es verdad que caminar quinientos metros casi de rodillas cansa a cualquiera, pero ese cansancio no tiene ojos en la espalda. Las bifurcaciones se alzan justo al fin del sendero y una no ve la hora de poder erguir la espalda para respirar profundamente, ver el mapa y no equivocarse de galería. Pero esta vez Manu se fue de mambo y me sentí insultada. Sólo espero sepa pedirme perdón. Derecha, izquierda, izquierda, derecha, atención al montículo, derecha, izquierda, izquierda una vez más y la bofetada del aire madrugador de la cuidad. Confío en Manu. Salir subrepticiamente del sendero, caminar hasta el metro, llegar a casa en silencio, ducharme, y dormir hasta hoy pero más tarde que será otro día.

No recuerdo haber pasado antes por este lugar. La atmósfera está viciada de un vapor húmedo y pesado. Mi propio aliento moldea formas que mi imaginación intenta interpretar como signos relevantes. Estar perdido en las entrañas de una cuidad, inalcanzable, treinta metros por encima es algo difícil de controlar. El problema no es la muerte, sino ese abandono del olvido en un universo que pocos transitan. Mantengo mi espíritu positivo, base de la supervivencia, y me contengo hasta que llego a una bifurcación que me resulta conocida. Reconozco la piedra con formas curiosas –tiene forma de riñón–, pero de la servilleta de papel ni noticias. Se me eriza la piel, me calmo, busco en el fondo de mi bolso algo. Encuentro la birome que Lara utilizó para resumir nuestro recorrido, la oculto debajo de la piedra y, como sugieren los manuales de los que nunca se perdieron, esta vez avanzo hacia la derecha. 

Las autoridades me repiten compungidas que si Manu no ha podido salir de las catacumbas en estas dos semanas, difícilmente estará vivo. Las razias no lograron encontrar el cuerpo, por lo que el caso se clasificó como desaparición con sospecha de fuga. Decido descender. Recorro las galerías que transitamos hasta llegar a la de la discordia que nos separó. Te busco a gritos, a lágrimas, a perdones tardíos. Casi exhausta en medio del laberinto, me apoyo sobre una piedra al costado de la galería y te veo. En realidad siento tu presencia atravesándome hasta llegar a mis entrañas. Salto de miedo y ansiedad. Al costado de la piedra recojo la servilleta de papel en la que yo misma había organizado el periplo a las catacumbas. La beso, la doblo, la guardo. Estás aún aquí.

Deben haber pasado dos horas. Vuelvo a la misma bifurcación con la piedra arriñonada. La levanto con miedo y contengo mi desesperación. La birome no está. ¿Estoy volviéndome loco? Calma. La oscuridad deforma las cosas. No puede ser la misma piedra. Hay que marcarla. Busco en mis bolsillos e intento organizar el futuro con mis rudimentos. Dejo un ticket de metro, después será un cigarrillo, luego…

Nadie entiende. Yo necesito volver a las catacumbas un año después para encontrarme con vos. Para colectar tus rastros que me hablan. No quiero entenderlo. Mi psicóloga me dice que yo encuentro lo que necesito encontrar. Quizá tenga razón. Escribo estas líneas con la birome que me dejaste. 

Ya debe despuntar el día allá arriba. Frente a la misma bifurcación que alberga la piedra arriñonada, me digo que ya es suficiente. Como por arte de magia mi cuerpo encuentra un pasaje nuevo, derecha, izquierda, izquierda, derecha, cuidado con el montículo, derecha, izquierda, izquierda y la cuidad siempre desconocida y como un cachetazo. Ya veré cómo pedirle perdón a Lara. Ahora sólo quiero disfrutar de este increíble domingo a pleno sol, curioso para enero. 

Sé que bajo a las catacumbas por última vez, porque los huesos de vieja ya no me dan más. Me pregunto qué signo de vos encontraré este domingo, sentada sobre la piedra que yace en la bifurcación de la galería que nos separó hace cuarenta años. Te siento venir, penetrarme, y justo después materializarse un billete de metro de los que ya no existen más. Siento que me decís que es hora de partir. Salgo de las penumbras para respirar por última vez el aire gélido de esta mañana de enero a pleno sol. Soy consciente de que la habrías amado.


NADA - C/Alejandra.


Gime la piel en la espera
Anhelando la recorran tus dedos
Memoriosos
Arrancando recuerdos
De tu piel en mi piel
Déjame vivir la gloria
De tus manos calientes
Frótame
Rózame
Friégame
Ráscame
Acaríciame
No dejes de hacerlo
Escribe un poema de amor
En mi pecho desnudo
Lo veré
Siempre
Mas…
No busques debajo
De mi piel
Allí no queda nada
Nada.


Iris Faba.



LA ESCUELA

La guerra se acerca. Durante días, las auroras pintan el cielo de gris. Por las noches, hay una oscuridad maciza que se toca. Las bombas traen tinieblas que lamen los cuerpos. Ahora es de día y vivimos un silencio transitorio cargado de temores. Afuera, la lluvia no cesa ni perdona. Las calles brillan y resbalan. Los invasores están cerca. El chirriar metálico de sus máquinas, traído por el viento, los anuncia, clausurando todo lo demás. El ocaso deshabita la ciudad, los techos han volado, cambiando de casa. Ya no se ve la aguja de la iglesia que vieron mis abuelos, la cruz ha flotado hasta el cielo. Sólo la escuela está en pie, con treinta chicos y yo, la maestra. Como un ardor, la urgencia frenética de estar lejos, pero sin tener a dónde ir. Hoy tuvimos una clase de idioma. Es difícil dar una clase con el llanto sujetado en la garganta. Los chicos saben pero nada dicen, saben porque la realidad flota entre nosotros. Han crecido años en unas horas. Las explosiones se van apagando. Ahora las máquinas están en la ciudad. Hay gritos, pasos entre los escombros, palabras en otro idioma y también en otro miedo, algunos disparos. He agrupado a los chicos en un aula, ellos tan jóvenes y esta vieja maestra abrazados en un solo temblor, en el suelo. Rezar no alcanza. Las pinturas infantiles desde las paredes nos miran y nos dicen que no pertenecen a este mundo. Lento, con estruendo, destrozando la calle, pasa un enorme tanque frente a la escuela. Lo veo a través de un boquete abierto en la pared. Una mesa, las paredes se tambalean, temblando. Un pizarrón cae con estrépito, las tizas se hacen añicos en el suelo, levantando un polvo blanco que se mezcla con el gris del humo que se nos pega. Miro las cabecitas pegadas unas a otras, esperando no saben qué, y quiero llorar, pero no debo. Treinta pares de ojos muy abiertos me están mirando. Afuera, las voces suben de volumen. Son ahora un griterío sin sentido como el estertor del miedo que se escapa porque el miedo vive soberano en los dos bandos de la guerra. El escape de una moto barre en primer plano el fragor de la calle por un momento. No sé porqué se me antoja que el que va en la moto es un mensajero, un hombre en uniforme y casco gris, con antiparras gruesas, quizá era un carpintero o un cartero en una aldea lejana, o un empleado municipal como fue mi marido, que el destino dijo que tiene que estar aquí hoy como me toca a mí de este lado de la frágil pared del frente. Frágil como un papel. El aire trae alguna palabra en nuestro idioma. Un niño se desprende y vuela a la ventana. Cree que escuchó la voz de su padre, lo llama. El peligro se mete adentro más aún. Hay disparos cercanos y el niño despierta de su ilusión y vuelve para caer de nuevo en la bruma que rodea nuestro abrazo. Pasan los minutos y entonces nos damos cuenta que, poco a poco, voces y chirriar de metales y el ruido insolente de los motores se van amortiguando. Muy lentamente se apagan los ruidos, y muy lentamente se enciende la esperanza. Va cesando el temblor en las paredes y en el suelo. Va cediendo el ardor que creció adentro, insoportable. Al fin el silencio reverbera en las paredes de la vieja escuela. Las sombras nos abrazan sin soltarnos. Horas después, los chicos duermen en el suelo o sobre los pupitres polvorientos. Doblada, lloro sin remedio. Por el boquete que abrió la guerra en la pared del frente de la escuela, se insinúa un nuevo día.
FIN
Osvaldo

jueves, 17 de marzo de 2011

PIEL SIMPLE (con Ale)


Fotomontaje del biologuero


Piel simple
Alejandro Luque


Harto de tanto desencuentro individualista en mis relaciones urbanas, me pagué un pack de fin de semana all inclusive a Marruecos. Oferta razonable para la época del año, agente de viajes recomendado por serio, hotel discreto en la vieja medina del norte –o sea lejos del centro insoportablemente turístico– y con un fotogénico spa personalizado en la habitación. Las imágenes de la publicidad podían mentir, pero ya sentía que mi cuerpo disfrutaba el reposo sobre la cama morisca justo debajo de una ventana en ojiva con vista a un patio interior repleto de naranjos. Pago en línea, billete electrónico y la valija de rigor con dos cambios de ropa de verano, un libro y mis notas. La ciudad me regurgitó la noche del jueves y desapareció de mi existencia.

Viernes de paseo, cócteles gratis –que por algo lo son– e incursión al zouk: ese patchwork de tiendas donde habita la impudicia de los marroquíes para combinar todo tipo de colores vibrantes invadidos de perfumes robustos. Caminata por la medina atestada de gente envuelta en la convocatoria al rezo musulmán que se escucha todo el tiempo por los altavoces del alminar. Mirar lo curioso de los locales y sentirse una curiosidad que se observa. Cuscús demasiado picante como para compartirlo con la soledad inminente de la noche. Regreso tarde al hotel y ganas de dormir. El conserje que pregunta: “¿Service de chambre, Monsieur?”, y mi negación con fondo de curiosidad.

Sábado soleado en una playa magníficamente vacía al norte del hotel. Terminar de escribir los resultados para el soporífero artículo del Journal of Dermatology. ¿Qué relevancia puede tener ahora la incidencia de ciertos aceites esenciales en pieles dañadas por una exposición sostenida a la intemperie? Abandonar las conclusiones para otro momento y dejarme seducir por el guión descarnado –y a la vez sincero– de Brokeback Mountain. Ese paradigma social de dos pieles incompatibles en un universo conservador y puritano que alberga sendos corazones destinados a quebrarse. Demasiada historia de frustración y dolor para tanto sol y playa virgen, a punto tal de no poder evitar arrancarme el slip y lanzarme al interior de aquel mar templado y exuberante. ¡Lejos todo! Vuelta al hotel por la tarde para ofrecerme, esta vez, un buen masaje que enseguida organiza el conserje complaciente. “Oui, Monsieur. Massage dans votre chambre. Service exclusif de l’hôtel”.

Recostado en la cama, desnudo y sobre el vientre, mi cuerpo espera el contacto. Entredormido escucho que alguien entra en la habitación. Algo, quizá el lamento del mantra sahariano que penetra por todos lados o la nube sutil de sándalo verde que se condensa en la habitación, me confiere calma. Luego las gotas de un fluido cálido caen sobre mi espalda, y unas manos delicadas y seguras comienzan a recorrer mis superficies y rincones, rasgando la costra, agitando la hojarasca, animando lo olvidado e inerte, despertando eso que siempre estuvo dormido. Siento un río que me desborda. Soy el río por el que alguien navega su caudal incontenible. Como si la piel sólo existiera para que la liben y la soben y la recorran en toda su extensión, en cada hueco, dentro de cada uno de sus repliegues, me entrego de espaldas al placer. Ofrezco esa parte del cuerpo que no suelo ver ni sentir y la recobro a través del tacto del otro. Las palmas de las manos que se deslizan sin encontrar obstáculo, las yemas de los dedos que tantean y abren el camino, despejan el relieve, acarician las hendijas donde se esconden los secretos de la identidad vulnerable. De repente descifro la topología de una prominencia potente y febril que golpea con sutileza el confín de mi cadera. Se abre paso entre las piernas y desciende con su volumen punzante para el asombro de mis talones. Recreo en la cabeza la imagen de lo incompatible y pretendo el dejo de una resistencia poco convincente. Termino cediendo, recibiendo. Me enciendo convencido de que esto será lo último que haré en mi vida. De río me convierto en mar que exuda sal por cada poro. Mis resquicios reservados por mandato moral se abren al otro lado del placer en el que los mismos orificios me atraen. Todo encaja, cada parte encuentra un lugar que la contiene. No son voces las que gritan, son nuestras pieles que rugen de estremecimiento. Giramos, nos olemos. Percibo mi propio olor desdoblado. Las manos se cruzan, se alejan, aferran y conducen. Descubren la tensión de fibras semejantes, vigores familiares y aun desconocidos, el goce desde una sensación especular. Ellas, las manos, saben exactamente dónde ir y cómo estimular. Somos lengua y saliva irreprimibles. Somos mucosas que bullen y sangres que las colman. Nuestras pieles explotan y liberan el jugo de sus satisfacciones viriles. Pudiéndome perder me encuentro y reconozco esa coraza que alberga mi corazón aturdido. Condensación. En algún momento antes del alba demasiado temprana, me doy cuenta de que estoy solo en el cuarto.

Domingo. Hora de volver y de calzarme la piel con sus acordadas incompatibilidades. La mano firme al conserje, el taxi al aeropuerto, un par de revistas, tabaco sin impuestos y el embarque. Atardecer en una terminal aérea que me recibe y que conozco demasiado bien. Los pasajeros, partiendo y regresando, envueltos en la ropa que cubre sus propias corazas. Desde la ventanilla del tren interurbano, las luces familiares de la ciudad que me engulle. Por la mañana del lunes mi relato de los detalles consabidos del fin de semana a mis colegas sin contarles. Nadie conocerá la identidad de la piel que irrumpiera la noche del sábado en aquella habitación marroquí para prodigarme placer… Ni siquiera yo.

Consigna

Gracias a Adela que me envió un mail recordándome que hoy es jueves de consignas y que me toca a mí "consignar", les propongo -continuando con aquella de Adela: "los besos", que recuerdo despertó gran entusiasmo- escribir ahora sobre:
hacer y/o recibir masajes.
¡Ojalá nos inspiremos! Cariños a todos,
Ale.

LOS POETAS

los poetas
no son felices
los avatares de la vida
el silencio del desamor
los sueños incumplidos
el incesante paso del tiempo
la mirada en el ocaso
en la puesta del sol
y más que nada
en la noche
conducen a esos hombres
a llevar sombras en el cielo
nubes negras y lloviznas
sin la ruptura del trueno
sin el fragor del relámpago
a mirar adoquines en las calles
y
cada tanto
encontrar el brillo
de una moneda                                   
bajo la lluvia

yo
que no tengo monedas
solo discos de madera
           rústica
gastada y defectuosa
sigo buscando
sin esperanza
y sin resignación
algún cobre oriental
que perdure en la memoria
de los hijos de mis hijos
y tal vez
solo tal vez
de sus hijos



miércoles, 16 de marzo de 2011

IRENE--- historia real-nombres ficticios-

El siglo diecinueve finalizaba, el siglo veinte arremetía con fuerzas e ideas de progreso, prometía grandes cambios
Nuestro país comenzaba a recibir cientos de inmigrantes para colonizar las grandes extensiones de tierra fértil, la mano de obra llegaba a raudales con toda clase de artesanos y obreros, ingenieros y labriegos todos amalgamados en una sola idea, progresar en esta nueva patria que les ofrecía cobijo.
La idea estaba enfocada en Córdoba, especialmente en la zona de Sierras, urgía hacer caminos que facilitaran el tránsito a otras provincias y justamente por el centro de la provincia cruzaba el Camino Real que llevaba al Alto Perú, donde se comerciaba con importantes insumos.
Para tal fin, llegaron a estas tierras atraídos por el desafío muchos ingenieros y agrimensores dispuestos a delinear rutas nuevas y encauzar caudalosos ríos.
En esa época arribó Julián Gómez Pardo, ingeniero especializado en diseñar caminos y dinamitar montañas.
En una tertulia en casa de amigos conoce a una bella joven, descendiente de indios comechigones, que poblaron esa parte del país.
La atracción fue mutua y terminó en boda, inmediatamente se trasladaron al norte de Córdoba donde estaba emplazado el obrador listo para comenzar con el trabajo.
El lugar era inhóspito y solitario, el ingeniero, muy inteligente y activo, emprendió la tarea de dotar a su caserón de agua corriente con un complicado sistema a través del río, una real hazaña para esos tiempos.
Su bella esposa, de piel morena, largos cabellos recogidos en una gruesa trenza, de caminar altivo y pausado le dio diez hijos.
Un accidente con los explosivos terminó con la vida de Julián.
La viuda, analfabeta, perdida en medio de sierras y montes, cargando con la crianza de tantos hijos, optó por enviar a las niñas a Buenos Aires, a vivir con sus tías paternas
Las tres hermanas, dueñas de una rara y exótica belleza, educadas por un padre severo y una madre callada y sumisa, en un hogar donde el respeto y la obediencia eran la mayor virtud, llegaron a la gran Ciudad.
La vida cambió radicalmente, sus tías personas influyentes, las guiaron para que aprendieran a comportarse en la pacata sociedad citadina.
Su llegada coincidió con los famosos corsos de Av. De Mayo, donde las niñas acompañadas por chaperonas desfilaban en coches Mateos, adornados profusamente con flores y serpentinas.
Irene, muy bella, parecida a su madre, llamaba la atención por su elegancia, su pelo renegrido y abundante, su piel cetrina y aterciopelada.
Su presentación en sociedad fue un éxito rotundo, festejantes, mimos y halagos.
Conoció a Artemio, joven de familia de clase media.
Siempre a escondidas de la familia que ambicionaba mejores partidos para casar a sus sobrinas, enamorada, olvidando los buenos consejos ella con subterfugios y ayuda de una mucama fue al río a pasear con su amado, enceguecidos de pasión rodaron en los frescos pastos y ella en un arrebato de pasión perdió el recato y se entregó sin reservas.
Eran jóvenes y se amaban, ella confiaba ciegamente en él.

El país estaba sumido en una grave depresión, Artemio militaba activamente en un grupo de gran relevancia política, estudiaba medicina participaba en mítines y actos partidarios.
Su ambición era ser un gran político, su meta ser Presidente del País.
Arrobada escuchaba sus largas charlas sin entender demasiado, él siempre aseguraba que no se casaría mientras no lograra sus objetivos.
Cuando Irene llorando le comunicó que estaba embarazada, el invocando su resolución de no casarse desapareció dejándola librada a su suerte.
Su decisión juvenil pudo mas que su responsabilidad ante el hecho consumado
Al enterarse su familia, el escándalo fue impresionante, repudiada fue desterrada a una lejana ciudad de Córdoba y perdió todos los contactos, la ignoraron y se desentendieron de ella y su hijo por nacer.
Sola y sin medios, trabajó en casas de familia hasta que nació, le dio el mismo nombre que su padre, su vida se convirtió en un infierno, eso la hizo cauta y desconfiada, crió a su hijo con el poco amor que fue capaz de sentir, el niño díscolo y rebelde, sufría por la discriminación que en ese tiempo se hacía a las madres solteras y a sus hijos.
Después de varios años una mano caritativa le ofreció un trabajo en una hogar para niños, ella era la encargada de dirigirlo, así conoció a Luís un hombre bueno de clase media que le ofreció un confortable hogar y una devoción total, como no tuvieron hijos propios, adoptó y dio su honorable apellido al muchacho.
Este humillado por tener que aceptar un apellido que no era el de su verdadero padre lo repudiaba y les hacía la vida imposible con su conducta descarriada
Los años pasan rápidamente y los sueños se van trocando en realidad para Artemio, ya ocupa altos cargos políticos y el espaldarazo llega con las próximas elecciones.
Sale electo Presidente de la República.
Ya para entonces había formado una familia y tenía dos hijos varones y una mujer, nunca se acercó a conocer a su primogénito nacido de una pasión juvenil, Irene presa de un rencor que la consumió durante toda su vida, no se atrevió a pedir nada, vivió con el modesto bienestar que le brindaba su esposo.
Tres años ejerció la Presidencia fue derrocado por los militares, pero su hombría de bien y su dignidad le valieron el cariño de todo un pueblo aunque no compartieran sus ideales.
Ya adultos mayores llega a la ciudad donde vive Irene y juntando coraje se atreve a golpear su puerta, ya no quedaba nada de la bella morena que una vez amó, solo su porte altivo y la gruesa trenza que siempre usó, era una mujer mayor vencida por tantos dolores y angustias. Ella lo reconoció al instante, sintió en su boca el amargo sabor de la hiel que destiló durante tantos años soportando la humillación y el desarraigo.
Artemio extendió sus brazos y quedaron vacíos, ella se replegó callando amargos reproches,
él cayo de rodillas implorando perdón al tiempo que le decía;
¡Hicimos tanto daño a un inocente que nunca tendremos perdón de Dios!
Ofreció tardía ayuda que fue desestimada sin pensar.
Nunca mas se vieron, Irene siguió viviendo en el barrio hasta los 90 años, nunca recuperó
su alegría, cuando enviudó entró en una especie de trance de soledad sumida en su pena
Buena persona y cordial vecina, todos la recordamos con cariño, su hijo ya un hombre maduro es el vivo retrato de su padre y arrastra el karma impuesto en su niñez.
La casa que Luís había edificado para su gran amor está desocupada pero en su interior siguen viviendo los recuerdos.

martes, 15 de marzo de 2011

HÁBITOS

-Concluido el funeral y las ceremonias posteriores, nos encaminamos todos hacia la casa. Tía Mabel prefirió tomar un taxi; Marité se subió a su utilitario y convidó al tío Ramón a que la acompañara, quizá no tanto porque se apiadase de su cojera como para mantener el boceto de una conversación, una excusa que espantase la temible soledad que ya se cernía sobre nosotros como un rumor de pájaros agonizantes. Los demás preferimos regresar andando, acaso con la idea de que la caminata mitigaría la tirantez de nuestros miembros y esa nebulosa sensación que llenaba nuestras cabezas y repicaba como campanas de madera, como las paletadas de tierra que acababan de estrellarse contra el ataúd de la Abuela Paula.
Del cementerio a la casa apenas nos dirigimos la palabra. Mamá caminaba del brazo de Papá, exactamente igual que a la Abuela Paula le gustaba verlos pasear por el jardín, como dispuestos a ser retratados por un fotógrafo muerto hace décadas, como decía Ella que paseaba con el Abuelo. Mi hermana Sandra se me acercó y, en un arrebato, me susurró que nada más llegar a su cuarto escucharía música a todo volumen. Yo le sonreí; Mi hermano Alberto, más contundente, afirmó que nunca más volvería a ponerse ese traje que le causaba la impresión de estar amortajado antes de tiempo. También le sonreí.
Cuando llegamos, Marité y el tío Ramón ya habían encendido las luces de la sala y nuestros ojos, sin pretenderlo o tal vez conducidos por la costumbre, se precipitaron sobre la mesita repleta de medicamentos y remedios. El tío Ramón dijo que habría que tirarlos. Mamá apuntó que lo mejor sería llevarlos a la farmacia, que los recogen para aliviar quién sabe qué necesidades o quizá para someterlos a reciclaje. Mientras lo decía, alargó una mano hacia la caja de parches de nitroglicerina pero no llegó a tocarla y se dio la vuelta.
Sandra subió de dos en dos las escaleras. Recuerdo que cerré los ojos y me concentré en la inminente irrupción de la música. Esperaba ese momento, llegué incluso a rezar para que la música se escuchase cuanto antes: estrepitosa, vibrante, lúcida de tan furiosa pero los minutos pasaban y pensé en todas las cosas absurdas por las que rezamos tal vez porque creemos que son las únicas que pueden ser realmente complacidas. Es lo absurdo, además, lo que nunca se discute, lo que se acata, lo que jamás se duda.
Alberto también se perdió por la escalera pero lo hizo con pausa, con la cadencia aprendida por todos en la casa, con el temor incrustado en el recuerdo de la voz quejosa, del suspiro amargo, del sempiterno reproche que provocaba cualquiera de nuestras minúsculas expansiones, cualquiera de nuestros olvidos.
Fueron unos minutos de absoluto desvalimiento pero lo absurdo siempre es escuchado y complacido y, por eso, todo se arregló cuando bajó Sandra con el habitual ramito de violetas para el jarrón de la mesa y lo compuso, como siempre, frente a la silla de la Abuela Paula. Y cuando, segundos después, bajó Alberto con el mismo traje y en sus manos el almohadón para que la Abuela Paula recostase su cabeza. Y cuando, por fin, llegó tía Mabel y con la misma voz que la Abuela Paula nos ordenó a todos que nos sentásemos a la mesa, que ya era hora de cenar, que tal vez después se sentiría mareada, que le acercásemos el frasco de gotas, por si acaso. Y se sentó en la silla de la Abuela Paula, frente al jarrón de violetas, y Alberto colocó el almohadón tras su cabeza, y el tío Ramón habló del mal tiempo o del buen tiempo, y yo le serví el puré y Marité mandó que tapasen la jaula de los canarios para que ningún ruido la importunase.
Miré a Tía Mabel y calculé que a sus sesenta años, si todo iba bien, podría mantenernos a todos en ese mismo estado de placidez que acabábamos de recuperar al menos durante otros treinta años…

sábado, 12 de marzo de 2011

Y AHORA LA PEQUEÑA MUERTE

la mañana
me deparó una mujer
entre sueños
y caricias
de su carne hice vida
y de su vientre
hice un mundo

recorrí campos
de camelias en flor
me saludaron las nomeolvides
las margaritas me contaron secretos
la flor de la magnolia
me dio su cuerpo
puro
níveo
albo
y fui feliz
y soy feliz
porque
volveré por la noche
cenaré vida sobre su cuerpo de hembra
y me olvidaré de la muerte
cuando ocurra
la otra muerte
la pequeña

José

TSUNAMI

Hoy nos sorprendió una escalofriante noticia, el mundo se paralizó de terror y angustia ante lo ocurrido en Japón y las consecuencias que desató el increíble tsunami, para quienes hemos vivido desde siempre en provincias mediterráneas es inimaginable
Mi padre llego a este país en el año mil novecientos veintinueve, junto a un hermano se establecieron en el campo, en la zona de Quebracho Herrado. –
Lugar muy ligado a nuestra historia, allí se libró la batalla entre el ejercito del general Lavalle y el ejercito federal del general Uribe en el año mil ochocientos cuarenta, -Lavalle fue derrotado- era zona de montes de quebrachos- por eso el nombre-
No recuerdo el año exacto que ocurrió lo que hoy deseo recordar y que me fue contado tantas veces con angustias y asombro por lo raro y destructivo que fue lo acontecido-este sitio esta emplazado cerca de la ciudad de San Francisco en el centro-este de la provincia de Córdoba, justo en el limite con Santa Fe- para que se comprenda bien la magnitud de lo ocurrido digo que es un lugar donde no hay ríos y esta a mas de mil kilómetros del mar.
El campo pasaba por una mala época, sequías o tormentas de piedras arrasaban con las cosechas, los pobres labriegos pasaban una vida dura de trabajo y privaciones.
No existía la radio y los medios de comunicación eran muy lentos, la soledad y el aislamiento corría paralelo con la ignorancia colectiva, prácticamente no había escuelas, es casi imposible hoy imaginar una vida de esa naturaleza.
El día se presentaba demasiado cálido y sofocante, el sol quemaba los pastos que asomaban entre la tierra reseca, las pocas gallinas y los demás animales buscaban la sombra de algún árbol o galpón,.
Del lado sur comenzó a elevarse una especie de cono oscuro que giraba y crecía de forma alarmante, nadie sabía de que se trataba, no atinaron a protegerse, miraban pasmados ese fenómeno, de pronto estuvo sobre sus campos y descargó una lluvia densa y salobre, pero el asombró llegó a los limites cuando vieron que no solo era agua lo que caía, eran peces de toda clase y tamaño, en un momento quedó todo inundado y lleno de peces muertos y durante dos o tres meses los que cayeron en zanjones llenos de agua sobrevivieron.
Jamás nadie dio una explicación, sobre el hecho, durante años en los boliches de campo, fue el tema favorito de conversación girando en torno a distintas anécdotas que cada uno vivió ese día.
Mi padre decía “El día que llovieron peces” y con la vista perdida en sus recuerdos y vivencias recomenzaba la historia- cómo tuvieron que poner a resguardo las gallinas y los perros en el techo de la casa, cuanto sufrieron en soledad el y su hermano, ya que eran jóvenes solteros, estaban lejos de su patria, y arruinados financieramente.
Hace algunos años se lo conté a mis nietos, a su vez lo comentaron con la maestra y la pobre mujer lo tomó a broma y dijo que eso era imposible y prácticamente se burló de la historia.
Me ofendí porqué estaba segura que era verdad, pero no tenía una explicación coherente para dar así que dimos por olvidado el asunto.
Pero hoy la desgracia del pueblo Nipón reverdeció la vieja historia y aunque parezca mentira alguna vez acá perdidos en la pampa gringa sufrimos un Tsunami que como no se conocía pasó como un fenómeno de la naturaleza.

No es un cuento, quería hacerlos participes de una historia verdadera que hoy me golpeó en el alma.-gracias Teresita

viernes, 11 de marzo de 2011

LA NIÑA INMIGRANTE...(Leyendas urbanas)


La ciudad es Rosario, una ciudad fundada por inmigrantes italianos, de allí la característica idiomática del rosarino de no pronunciar las eses finales debido a que en italiano los plurales no terminan en eses. La ciudad que además tiene otra particularidad, ya que su nombre es por la virgen Rosario de San Nicolás, y fue el pago de los arroyos quien adopto el nombre de la virgen, y no la virgen quien adopto el nombre de la ciudad como sucede siempre. El lugar exacto Boulevard Nicasio Oroño a la altura del novecientos. Allí se encuentran las instalaciones de un colegio católico con su respectiva iglesia, las cuales acompañan la infraestructura de la ciudad desde hace más de cien años.
Al colegio lo lleva adelante una congregación de hermanas de la misericordia, las cuales han ido adecuando la educación católica con las exigencias de la vida moderna sin dejar de lado la moral y las buenas costumbres. Posee pasillos infinitos con pisos, subsuelos, y entre pisos que nunca se terminan de conocer.
Fue allí donde dos alumnas de la primaria un día se encontraron con una jovencita que vestía ropa propia de una inmigrante italiana de los años treinta caminando por aquel pasillo, las miró y les sonrió. Cuando ellas intentaron seguirla, la chica desapareció. Pensando que había alguna especie de fiesta conmemorativa las alumnas al llegar a su salón le preguntaron a la docente que dictaba su clase de historia en ése momento, si el secundario hacía algún acto por el día del inmigrante, porque ellas habían visto a una chica disfrazada para la ocasión, la maestra conociendo de las visitas de la niña inmigrante, sólo les dijo que de seguro era una alumna del secundario… Las niñas no creyeron en nada la explicación de la docente y comenzaron la investigación, llegaron hasta un libro que hablaba de una niña que había muerto en el colegio allá por el año mil novecientos cuarenta por la fiebre amarilla, si bien sus padres vivían en un inquilinato cercano como todos los inmigrantes, ella había quedado al cuidado de las monjas quienes contaban con mayores elementos para ayudarla a superar su enfermedad. Sin dudas los cuidados a la niña no alcanzaron para mantenerla viva, y una mañana de agosto partió del mundo de los vivos, pero jamás lo hizo del colegio que la cobijó hasta sus últimas horas, tal es así que recorre sus pasillos y de tanto en tanto se aparece a las alumnas, sólo a las alumnas, pues cuando ella murió ese colegio era de pupilas y sólo para jovencitas.
Las niñas hoy son adultas y cada vez que cruzan la puerta de la iglesia del colegio tienen la esperanza de volver a verla pasear por algún pasillo… Su rostro les transmitió tanta paz que de seguro nada malo esconde esa alma en pena.
Para los cercanos ellas se inventaron la historia para llamar la atención, pero los pasillos del colegio saben que todo es tan verdad como que cada día la ven pasar por sus rincones…

jueves, 10 de marzo de 2011

LA ESTRELLA DE MAR - C/Adela.



Cuando Marina terminó la residencia en Pediatría supo que tenía que estar allí. Se unió al grupo de “médicos sin frontera”, organización médico humanitaria que asiste a poblaciones en situación precaria, víctimas inocentes de conflictos armados en algunos casos y en otros debido a catástrofes naturales. Allí no existe discriminación, todos son iguales a los ojos de la medicina.

Marina parte con un sueño a cumplir y la idea de querer hacer algo por aquellos que aún queriendo no pueden. En plena selva se encuentra con cuarenta y dos grados de calor, otros idiomas, gente nómada y otras costumbres, en fin con otra vida. Aún así se dispone a dejar parte de la suya en ese lugar apartado de África. Otro mundo piensa, y en el acto se rectifica, no, el mismo mundo en un lugar dejado de la mano del hombre. Allí mueren niños desnutridos por falta de alimentos, por falta de agua, por falta de todo lo necesario para vivir.

Una segunda misión la lleva a Níger, no muy diferente de la anterior pero allí hay una crisis alimentaria crónica, con períodos de hambruna que afecta en primer lugar a los menores de cinco años. Las madres los llevan a la consulta caminando quince o veinte kilómetros al rayo del sol. Al ver a Marina, la carita de asombro ante el cabello rubio y la piel blanca hace que alguno de los más pequeños quiera raspar su piel para ver si aparece el negro debajo.

Marina y su grupo atienden a más de cuatrocientos niños por día, en un centro de recuperación con pacientes menores internados. Los visita a diario, ya han dejado de ser un número para ella, el amor ha tocado su alma. Allí se les administra un alimento de rápido uso que ha revolucionado el tema de la desnutrición y que además no necesita ser conservado en frío. Un adelanto que hace maravillas.

En esos días Marina conoce a Curera, un negrito que lucha por vivir, lleno de cables por todo el cuerpo, desnutrido y con una neumonía persistente. Al acercarse a verlo, es la primera vez que siente la muerte tan de cerca unida esta a la angustia de saber que poco puede hacer por él. Sin embargo tiene que intentarlo, por la madre que confía en ella y por el mismo niño que la recibe con el esfuerzo de una sonrisa.

Son muchas las veces que Marina se va del hospital no sabiendo si volverá a ver a Curera, hasta a pensado en abandonarlo todo. Miles de niños mueren a diario sin poder ser atendidos. La selva guarda el secreto. Su impotencia toca el límite de todo razonamiento. De pronto recuerda un cuento que la ayuda a recapacitar.

“En una oportunidad caminaba por la playa luego de una feroz tormenta un ser solitario juntando estrellas de mar de la orilla, para luego arrojarlas nuevamente a él. Miles y miles de ellas yacen diseminadas esperando la muerte. Alguien que pasa por allí se acerca a este hombre y le dice que no tiene sentido que tire al mar a una las estrellas ya que en pocas horas estarán todas muertas. El hombre toma una entre sus dedos la arroja al mar y dice: sí pero esta vivirá, y esta y esta…”

Cuando Marina vuelve a su casa luego de la misión, no se atreve a llamar al hospital de Nigeria para preguntar por Curera temiendo que le informen lo peor, hasta que un día, una de las médicas que ha quedado allí y que visita al niño, le escribe y con la carta le envía una foto de Curera. El niño luce sano y fuerte. Esta vez María llora pero de alegría. Nada fue en vano.

A partir de ese momento su ayuda será una metáfora. "Curera será la estrella de mar".



(Relato basado en un hecho real, con algunas licencias por parte del autor).



Iris Faba.

Y AHORA EL INFIERNO

no merezco
el fuego del infierno
ni las infectas laderas
del tártaro

me dirijo
rampante
a la zona oscura
¿es la nada?
¿o es nada?
es un lugar
sin luz
ni adjetivos

la nada
es el dios
de heidegger
así como
judas es
el cristo de
borges


el infierno es
el rostro
de una mujer
amada o soñada
es una imagen
final
mágica y fugaz
de condena o
absolución
por el crimen atroz
de haber vivido

José

miércoles, 9 de marzo de 2011

Y AHORA EL VIENTO

muerto
no faltarán
manos piadosas
que me arrojen
al vacío

mi sepultura
será el aire
insondable
mi cuerpo
se hundirá
largamente
se corromperá
y
disolverá
en el viento
engendrado por la caída
que es
i n f i n i t a



Prosa de Jorge Luis Borges (fragmento de "La Biblioteca de Babel") que deconstruí en forma de poema.

SECRETO DE AMOR (Teresita)

Mis hermanos y yo junto a nuestra mascota un perro de raza indefinida al que llamábamos Batuque, jugábamos bajo los frondosos árboles, curiosos e inquietos, el tejido que circundaba el terreno del patio de la casona de mis padres nos protegía de los peligros de la calle, mirábamos asombrados el ruidoso bullicio de los automóviles, saludando a la gente que transitaba por las veredas.
Adolescentes revoltosos, discutíamos tardes entera trenzados en furiosos partidos de fútbol en el enorme patio, los chicos del barrio prendidos al tejido nos incitaban desde la calle ansiando participar.
En un tramo crecía una incontrolable enredadera de madreselvas, aromatizando con suave dulzor todo el entorno
En ese oscuro rincón, emocionado, con un coraje que no se de donde saqué, la sorprendí una tardecita y apoyando las manos en el cerco la contuve en mis trémulos brazos, fue el primer beso que le robé a mi dulce y ruborosa María Rosa. Esa pequeña y privada selva en miniatura guardó celosamente nuestro primer secreto de amor
Después fueron nuestros hijos y al pasar de los años nuestros nietos los que cumplieron el ritual de disfrutar del patio y de la sombra de los añosos árboles.
Hoy María Rosa y yo caminamos despacio por esos senderos que trajinamos durante tantos años, la añosa madreselva sigue regalándonos su aroma de nostalgias, el vallado de tejido ahora es solo un retazo pequeño,con temblorosas manos nos asimos a su oxidada malla, desovillemos el carretel de los recuerdos y asombrados como la primera vez miremos el loco bullir de la calle…

martes, 8 de marzo de 2011

EL SEÑOR ANDRADE

Tal vez porque era calvo, tal vez porque era feo, tal vez porque era viejo, tal vez porque era grande, tal vez porque siempre parecía enojado, tal vez porque vivía solo o tal vez por todo eso junto, los chicos de la pandilla creíamos que el Señor Andrade era un ogro de esos de las fábulas, pero de verdad.
Sólo lo veíamos cuando salía al balcón; miraba pa´ lejos, a la nada, y se quedaba como pensando, quieto, inmutable. Pasaba unos minutos así y luego entraba, tal como salió, como un espectro penante. Los de la pandilla solíamos jugar al futbolín en la misma acera al frente de su casa de dos plantas y a veces, cuando salía al balcón, alguno que levantaba la vista para dar un cabezazo, lo encontraba y se le quedaba viendo; al momento los demás lo imitábamos y era cuando el partido se interrumpía a la espera que el ogro saltara sobre nosotros; pero el Señor Andrade nunca saltó del balcón, ni siquiera nos dirigió una mirada. Miraba hacia arriba, hacia las montañas, como buscando brujas volando en escobas o quién sabe qué.

El "Piquiña" decía que el hombre sólo salía de casa en la noche para cazar gatos y beberse la sangre de los borrachines que quedaban por ahí mal parqueados los fines de semana. Eso decía él y los demás le creían; menos yo, porque qué le iba a creer a un crío que a los nueve años todavía se tiraba pedos y se comía los mocos; aparte que su mamá no le dejaba salir por la noche, luego, ¿qué podría saber él de nada? En cambio yo creía, pero no se lo decía a los demás porque no me gustaba ser chismoso, que el Señor Andrade era un zombi; lo sabía por las ojeras púrpuras, por su caminar cansino y porque parecía estar mirando siempre para adentro de sí, como los ciegos.

Si le temíamos era por lo que nos imaginábamos de él, aunque en el fondo veíamos a ese monstruo vecino como a un león en su jaula, peligroso, pero inofensivo detrás de los barrotes. Para nosotros terminó siendo una especie de atracción de feria, un personaje de telefilme de horror serie "B" sin ningún alcance más allá de esa pantalla en que se convertía su balcón. Por eso, cuando me lo encontré en la tienda, fuera de su entorno natural, supe por primera vez cómo era helárseme la sangre en las venas.

Como todas las tardes, mi mamá me mandó a comprar el pan a la tienda de la esquina. Ya tenía la bolsa llena de medias lunas, molletes y pan de yucas cuando me detuve a ojear el último número del Asombroso Hombre Araña que se exhibía en una de las estanterías. Sabía que tenía poco tiempo, ya que si me demoraba mucho con la revista en la mano el gruñón de don Eugenio, el tendero, me regañaría con el consabido: "!que esto no es la biblioteca, niño!, si no la vas a comprar no la manosees, que se gasta". ¡Viejo pendejo el don Eugenio!¡A mal que me caía! Así que rápidamente pase las hojas y me enteré al vuelo del desenlace de la lucha entre el Hombre Araña y el Armatoste. Justo cuando don Eugenio me empezaba a mirar feo dejé la revista en su lugar apresuradamente; cuando di un paso atrás para retirarme fue cuando choque con él. Sentí tropezarme con una pared; cuando me giré y reconocí su rostro encaramado allá arriba a dos metros de altura, se me cortó la respiración y quedé congelado del miedo, ¡la bestia había salido de su casa!, ¡el zombi quería cerebros frescos y el mío era el primero de su jornada! Sin mediar palabra, el Señor Andrade tomo la revista del Hombre Araña, me miró arqueando las cejas y dijo: "¿La quieres?". Imagino que respondí que sí, porque el señor Andrade se dirigió al tendero y le dijo: "Cárgueme ésta también a la cuenta". "Claro Señor Andrade, a su servicio", respondió don Eugenio.

En ese instante supe no sólo que el Señor Andrade se llamaba Señor Andrade -porque hasta entonces ni a mi ni a los otros de la pandilla nos había interesado conocer su nombre-, sino también que no era ningún zombi; los muertos vivientes no compran huevos y frutas en las tiendas, ni le regalan revistas de historietas a los niños, ni mucho menos se despiden con una sonrisa.

Por supuesto, nada de esto les conté a los de la pandilla; yo no soy chismoso y pa´ qué, con lo latosos que eran, al pobre Señor Andrade le convenía mantenerlos más lejos que cerca.

CAMACUÁ 237




“229… 233… 237, Camacuá 237 2º F, es acá” se dijo el hombre de saco jaspeado mientras guardaba en el bolsillo el recorte del diario. El tipo de bigote fino que regaba la vereda como si la Tierra no tuviera problemas con el agua relojeó al desconocido con aires de empleado de seguridad y preguntó:

–¿A quién busca?
–Eeh, el 2º F, pusieron un aviso en el diario…
– ¿2ºF?, Doña Blanca, deje yo le hablo– y solícitamente apretó el justo punto de intersección entre las rectas perpendiculares que nacían en el 2 y en la F
del portero eléctrico que brillaba de recién pulido.
–¿Quién es?– chilló la voz que se deslizó por los cables hasta la vereda.
–Soy yo doña Blanca, Darwin, ¿cómo le va? Acá hay un señor que la busca, dice que es por un aviso del diario.
–Qué suba, que suba, gracias Darwin, ¡qué haríamos sin usted!

–Dice que suba.
–Escuché, gracias… ¿Darwin?
–Darwin Elbio Rodríguez, a las órdenes.
–¿Uruguayo?
–Sí, ¿cómo lo supo?
–Una corazonada.
El hombre de saco jaspeado desapareció tras la puerta del ascensor mientras volvía a sacar del bolsillo el recorte del diario.

Una señora de cara demasiado redonda abrió la puerta del 2º F un instante antes de que sonara el timbre.
–¿Doña Blanca? Soy Roberto Meneces, vengo por el aviso.

La mujer lo miró de arriba abajo y preguntó:
–¿Altura, peso, edad?, ¿el pelo y los dientes, son suyos?
– Un metro ochenta y dos, 80 kilos, 54 y ambas cosas son mías, el pelo es lo que queda…
–Bien, bien, está dentro de las especificaciones, pase, póngase cómodo que le explico.

Living oscuro, las paredes enteladas irradiaban un brillo sedoso arrancado por una lámpara pequeña ubicada sobre una mesita baja. Cuadros demasiado grandes para las dimensiones del lugar hablaban de un pasado más opulento o, por lo menos, más espacioso. Una inmensa biblioteca guardaba casi tantos libros como adornos de dudosa procedencia o gusto. En el fondo del salón una cortina con arabescos y estrellas vaticinaba otro ambiente contiguo y misterioso. El aroma denso y dulzón emanaba de un hornillo o como se llamara ese aparatito. A Roberto le costaba respirar.

–Sientesé –ordenó la doña al tiempo que señalaba unos silloncitos que hasta el ademán amplio de la mujer se ocultaban en la oscuridad. Ella se sentó a su lado, alisó la falda de una especie de kimono o albornoz (Roberto no sabía bien la diferencia) y continuó– Esto es un negocio, soy Doña Blanca, médium y vidente natural, mi trabajo no es fácil, hay cada cliente… en fin, hace unos días vino una viuda con el afán de comunicarse con el finado, yo accedí de mil amores, como le dije, soy médium, lo mío es casi un trabajo social. Preparé el ambiente, dispuse el aroma correcto, me rodeé de los elementos pertinentes pero nada, el muerto se negó a manifestarse a través de mí, me dice que soy mujer, que no estaría a gusto y bla bla bla. Intenté convencerlo pero nada y en estos casos no conviene ponerse al muerto en contra porque no vuelve más. Debe estar bueno el otro lado.
–Perdone doña Blanca, pero no entiendo nada… ¿para qué puso el aviso en el diario pidiendo un hombre de entre 50 y 60, de más de 1,80 de altura, ni gordo ni flaco, con todos los dientes y con todo el pelo?
–Justamente, este hombre, bah, espíritu quiere un interlocutor de esas características para hacerse presente y hablar con la mujer. Por eso lo del aviso, no se me ocurrió otra cosa. Estuve a punto de rechazar el trabajo porque soy una profesional, no necesito acceder a las veleidades del otro lado pero con los tiempos de vacas flacas que corren preferí invertir en alguien como usted.
–A ver si entendí, ¿usted quiere que el muerto se instale en mi cuerpo para hablar con la mina? –preguntó Roberto con la voz afinada por el pánico.
–Eso mismo, pero no se preocupe porque no duele, usted ni se va a enterar porque lo pongo en trance, será cuestión de quince minutos con toda la furia, esa gente no se queda mucho tiempo por acá. Fíjese que en ese ratito hará una buena plata porque la señora está es de posición acomodada y le pienso cobrar todas estas molestias.
–No quiero parecer un cobarde, pero me da miedo, nunca me mezclé con el más allá, así que mejor me voy.
–¡Déjese de pavadas hombre! Esto lo hago desde que tengo seis años, mi vieja y mi abuela tenían el mismo talento. Le aseguro que no tiene nada que temer… nunca va a ganar tanto dinero en tan poco tiempo.
–Poniéndolo en esos términos, no sé, tal vez deba pensarlo un poco, como usted dijo, no soy épocas para rechazar trabajo.
–¡Bravo, no se va a arrepentir! Déjeme su teléfono y cuando arregle la sesión con la viuda le aviso.

Roberto llegó a la vereda con alguna intranquilidad en la barriga, por la propuesta de doña Blanca o porque venía comiendo salteado. Darwin seguía regando la vereda como quien pretende hacer crecer calabazas de entre las baldosas pero desatendió su labor para saludarlo con un ligero movimiento de cabeza.

***

–¿Le parece bien el martes a las cuatro?– doña Blanca en el teléfono sonaba igual de chillona que por el portero eléctrico.
–El martes a las cuatro estaré ahí.
–Traiga corbata, el finado era bastante pituco.

***

Ese martes Roberto llegó a Camacuá 237 con los nervios de punta, Darwin no regaba la vereda, se cebaba unos mates mientras clasificaba la correspondencia.
–Doña Blanca lo espera– le dijo a modo de saludo.

Fue una mujer regordeta y de collar de perlas que se presentó como Amanda Barrientos, viuda de Torres quien abrió la puerta y lo invitó con un cafecito mientras, le explicaba, “doña Blanca hace los últimos arreglos”.

–Encantado y no gracias– dijo Roberto a quien no le pasaba ni la propia saliva, mucho menos un café.

En eso se descorrió la cortina del fondo, la medium vestida para la ocasión con largo vestido negro, profusión de collares y pulseras, anillos en todos los dedos y un tercer ojo pintado en medio de la frente hizo su entrada dramática. “Si no estuviera tan cagado en las patas me reiría de todo esto… como la está empaquetando a la viuda… hay gente que no sabe en qué tirar la plata, falta la bola de cristal y estamos todos”, pensó Roberto mientras ofrecía su brazo a Amanda para encaminarla al recinto recién revelado.

La atmósfera era opresiva, la luz escasísima provenía de una única vela. Doña Blanca en evidente trance o actuación fenomenal los invitó a sentarse a la mesa de tres patas.

“Tres patas, típico”, fue el último pensamiento de Roberto. El último.

Doña Blanca mascullaba alguna oración, la viuda recorría con la mirada extraviada la oscuridad circundante y Roberto ya no era Roberto… un rayo helado lo había recorrido de norte a sur no más sentarse, Roberto ya no era Roberto, era Torres.

Y Torres habló con la voz de Roberto:
–¿Qué querés Amanda, no te bastó la vida entera que ahora me venís a romper la paciencia después de muerto?
–Ay, Juan, yo no te quiero molestar –balbució la mujer visiblemente asustada, la voz de Torres era casi un trueno– quería saber dónde guardaste los ahorros, dí vuelta la casa y no encontré nada, nunca te gustaron los bancos así que supuse que deben estar bien escondidos.
–¿MIS AHORROS? –aulló Torres– ¡¡¡ESO SÍ QUE NO!!!. La carcajada de ultratumba –que tan bien les sale a los fantasmas– heló la sangre de la viuda, doña Blanca se despatarró y cayó al suelo al tiempo que el antes muerto atravesaba la estancia a zancadas. El portazo anunció su salida.

En la vereda y de saco jaspeado el antes Roberto Meneces y ahora Juan Torres saludó a Darwin Elbio Rodríguez con una elegante inclinación de cabeza.

Safecreative Código: 1103098665218