domingo, 29 de abril de 2012

JULIETA






Ella quedó pensativa, sumergida en una profunda aflicción, con el pálpito acelerado e intentado poner en orden su descolocada mente que reclamaba descanso, descanso merecido por puro agotamiento psicológico.

Julieta es vivaz, activa, alegre y con una mentalidad llena de positivismo, todo eso juega a su favor pero en su contra tiene el tiempo vivido que le ha robado parte de esa chispa que siempre había surgido de modo propio.

Todos los días tenía en mente un único propósito, ser feliz para poder abrazar con su dicha hasta al más ínfimo ser o situación que por circunstancias se cruzara en su bagaje. El simple brote de una flor era un estallido de ilusión, un día de sol no se diferenciaba de uno con nubarrones y lluvia, para su corazón todo era una delicada caricia.

Ese día como otro cualquiera paseó por la orilla del mar y sintió la nostalgia de sus zambullidas. Era invierno y no podía permitirse el lujo de jugar con sus amigas las olas, que provocadoras la invitaban. Cuando regreso a casa las paredes le sonrieron y le guiñaron un ojo cómplice… entre dientes mascullaron: ¡hoy lo has pasado en grande! Ella con su habitual picardía dijo: shh callaros que os pinto de un color… sí, ese que…, esa amenaza era más que suficiente porque no querían pasar de ser cálidas a inertes.

El ruido de la llave la alertó, todo su ritmo cambió y con un suspiro contenido se resignó a guardar en su baúl la tristeza que ese sonido le provocaba. Como furia de titanes entro él, como buen arrogante y pretencioso no dio ni un simple saludo, bueno sí, dedicó improperios a todos los allí presentes. Un silencio inundó la sala, caras de póquer esperando la jugada, ella  mostró y cantó sus cartas, los demás no fueron, la partida era muy arriesgada. Tal ruin huyó, pero ella lo persiguió buscando ese full que con soberbia estaba reflejado en su cara, al igual que un mísero dictador no concedió la venia para la audiencia y solo supo decirle a Julieta, “entérate bien, mando yo, se hace lo que digo yo, a mi manera y si no es de tu agrado coge la puerta…" Julieta le contestó con su don de palabras, eso lo enervaba al máximo, sin conseguir un ápice de entendimiento para salvar la situación. 

Entre brumas ella medita, sigue meditando en cómo poner orden, el que siempre tuvo que haber pero por falsas expectativas nunca a cabo llevó.
En su cabeza retumban las palabras de su propia sangre, que con determinación le dicen “mamá ahora o nunca, no sigas adelante con esta gran farsa…­­”­
Ella piensa… tiene que situar de manera adecuada sus ideas, tiene que tomar una decisión porque cada día que  pasa sin tregua, siente en determinados momentos como la vida la abraza con menos intensidad aunque no por ello deja de luchar y valorarla al máximo. Siente la necesidad de vivirla y amarla con lo bueno y con lo malo, es su mayor regalo y no está dispuesta a dejarlo escapar entre lamentos y llantos.

Mónica Somosierra B.
  

jueves, 26 de abril de 2012

  
ROSITA, LA OBRERITA – Roberto Fontanarrosa

Las madrugadas frías del barrio la veían pasar, caminando apurada, hacia el taller. Pobrecita Rosita, la obrerita. Delgada y tierna, gorrión temprano. Toda la semana en la tejeduría, soñando, soñando con el sábado a la noche.
Las mujeres del barrio al verla, aterida de frío, se decían: "Allá va Rosita, la obrerita. Pobrecita." Gorrión temprano. Y ella era un sol, un rimero de luz, en el aire pesado del oscuro galpón de su trabajo. Los muchachos del barrio la querían. Desde la amistosa humareda del café, la miraban cruzar, ágil el paso en su vestidito liviano de percal, y se decían: "Allá va Rosita, pobrecita. La obrerita". Gorrión temprano. Y no apagaba su sonrisa dulce el doble turno feroz de su trabajo, porque Rosita esperaba el sábado a la noche. La gota feliz, la alegría corta, la inocente diversión del baile.

Y el sábado a la noche Rosita era un pájaro liberto, una paloma que arañaba por fin un pedazo de cielo, cuando se miraba en el espejo de su altillo pobre y se veía linda. Porque era linda, Rosita. Pobrecita. Con esa belleza frágil, cristal apenas, de las muchachas sencillas. Su madre, viejita dulce, nácar las manos bondadosas, la peinaba largamente con el mismo peinetón gastado que les había dejado el cariño ausente de la abuela, que sin duda, desde arriba, sonreía.
¡Y qué contenta se ponía Rosita, pobrecita! Era una flor nocturna, capullo crecido en el yuyo sin malicia del zanjón urbano, peristilo que espera el fresco de la oscuridad para abrirse en corola para mostrar su belleza.
Los sábados a la noche los muchachos la admiraban y se decían: "Allá va Rosita, la obrerita. Pobrecita".

Eran pocas horas nada más de gozo. La ilusión de una mirada varonil, el rubor intenso en sus mejillas pálidas, la ensoñación de un tango que la hacía girar locamente por la pista sintiendo el brazo firme del muchacho esbelto que la pretendiera. Nada más que eso. Un relámpago fugaz. ¡Pero tan lindo! Después, el retorno a la rutina cotidiana. El encuentro cruel con el frío crudo de la madrugada. Las dos horas de caminar hacia el taller. Y esa tos. Esa tos que a veces la doblaba.
Pero no se escuchaba una queja de sus labios. La mantenía jovial la renovada esperanza de la noche del sábado, las luces de colores que bordeaban la pista de baile del club de barrio, la amistad cristalina de esa gente humilde y un sueño, un sueño que Rosita, pobrecita, no confiaba a nadie. Sólo su diario, amables hojas de papel amarillento, sabía de su anhelo. Cuando con mano trémula tomaba la pluma le contaba a su álbum confidente, la espera paciente de aquél que la vendría a buscar para llevarla, para sacarla de allí, de aquella fábrica y le regalara una casa sencilla, pero amplia. Un bienestar para su madre. Y tres pequeños, rubios como debería ser él, cabellos de trigal, ojos celestes.
Ella sabía que alguna noche de sábado, ese hombre vendría.

Y como suele pasar en los cuentos de hadas, una noche de sábado, ese hombre vino.

Al patio humilde del club de barrio llegó un joven distinguido, de hermoso porte y ropas elegantes. "Un príncipe" cuchichearon las madres, asombradas. "Un hombre rico" comentaban las jóvenes, entre ellas, entretejiendo sueños de bailar con el desconocido. Pero una sola mujer hubo esa noche para el recién llegado, y fue Rosita, pobrecita, quien ya no se sintió tan solo una obrerita. Esa noche ella fue, entre los brazos gentiles de aquel muchacho, una princesa, una muñeca fina bailando sobre nubes de algodón.
Más tarde que otras veces, volvió a su casa, y le contó a su madrecita buena el sueño realizado. Con sus ojos buenos le contó del príncipe aquél, de sus palabras, y de la promesa que le había dejado al partir, antes de alejarse en su lujosa vuaturé: "Vendré a buscarte".
Desde aquella noche la cara buena de Rosita, era una fiesta. No le importaba ni el frío cortante de la mañana, ni el sucio aire oscuro del taller, ni su rebelde tos, tan reiterada. Era feliz Rosita, la obrerita. Pobrecita. Gorrión temprano.
Sólo tenía que esperar, e hilvanar sueños: la casa grande de ventanales por donde la luz se derramara generosa, la pieza alegre para su madrecita y volver cada tanto hasta su barrio bueno, a ver a los amigos, a quienes la vieron crecer, a los testigos sencillos de su vida.
Pero pasó más de un año y del muchacho aquél no tuvo ni una flor, ni una noticia, ni un recado apenas, pobrecita. En su pecho, la congoja, comenzó a apretar su corazón joven con un puño duro. Y fue una tarde, volviendo del taller, aquel taller que le compraba su juventud por un puñado de monedas, que Rosita se encontró con don Nicola, el tano viejo y bueno que había venido hasta aquí en el "Conte Grande" a poblar nuestra tierra con sus hijos, también buenos.
El organito de don Nicola desgranaba su melodía cadenciosa y algo triste, que sabía tararear una cotorra. Una cotorrita de la suerte. Y Rosita quiso saber si su futuro podría encontrarse entre los dobleces desprolijos de un papelito. Un papelito que la cotorrita buena le alcanzó a Rosita con su pico. Y allí decía, estaba escrito: "Se está casando, el muchacho aquél, en la parroquia, de San Miguel".
Pobrecita Rosita, la obrerita. Deshecha en lágrimas, un mar de llanto, cayó en su lecho quebrado el pecho por la tos convulsa. En la pobre humildad de su altillo, pálida y apagándose como una llama de un fósforo de cera, dos cosas nada más pidió a su pobre madre: que le trajese la muñeca vestida de colombina, y que fuese a buscar al ingrato que la engañase con promesas vanas. En la noche de cierzo zafiro, salió la anciana arrebujada en una pañoleta, mientras, en la cama, Rosita, la obrerita, acunaba en un tango a su muñeca.
Era un salón lujoso, brillaba el piso de mármol como un espejo caro, y una gran orquesta esparcía por el aire los evanescentes giros del vals de los novios. Él, flotando en el aire su pelo rubio, trigal al viento, no supo de la entrada de la viejecita humilde cuando ella llegó bañada en lágrimas, hasta la escalinata de la fiesta rica. Pero cruzó el salón la pobre anciana y la orquesta calló, como una ofrenda. La pobre anciana tomó del brazo al petimetre y sólo dijo: "Mi hija se nos marcha, camino del Señor". Del brazo de la otra se desprendió el mancebo. Y en su lujoso coche, perseguido quizás por la culpa, se lanzó en busca de aquella que lo había esperado en vano, tanto tiempo, y que ahora se marchaba en busca de otra cita, allá en el cielo.
Cuando subió al altillo, Rosita lo miró con esos ojos, resecos de llorar y sólo dijo: "Estos son mis compañeros. Julio y Franco". Y señaló a dos obreritos, con ropa de trabajo, sudor honesto. Y los dos obreritos, pájaros buenos le dijeron al muchacho aquel, al elegante, con ese tono simple y sencillo del que se educó en la escuela popular de las veredas, que sería mejor si retomaba a esos quince operarios, despedidos.
Y el muchacho aquél, el elegante, del taller tejedor único dueño, quizás ante el tono convincente de esos hombres, de esos hombres puro sudor y herramientas de trabajo, quizás ante la vista de esas manos que sostenían tal vez un fierro en "U", alguna llave en cruz, una barreta, firmó con mano veloz cuanto papel le pusieron adelante los muchachos.
Y siguió el barrio viéndola pasar a la obrerita, de la casa al taller todos los días. Se curó de la tos y sigue alegre, sencilla y buena. Las mujeres amigas de su madre, viejitas buenas, dicen al verla: "Allá va Rosita, la obrerita. Pobrecita".
O suelen comentar, curiosas ellas: "Desde que vio Norma Rae ¡cómo ha cambiado!”

Y Rosa sigue esperando el sábado, su día dilecto, como un pájaro gris, gorrión temprano.
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PD de Greis: Encontré esta maravilla y quise compartirla

sábado, 21 de abril de 2012

INTIMIDAD


INTIMIDAD

Acaricié el tacto del papel
como si fuera tu piel
escrita con el trazo de mis letras
envolviendo la música de tus brazos
en todo mi ser.

Perdí el rumbo y me acomodé
bajo la resplandeciente luna
dejando que el tuyo me hiciera
danzar contigo en la arrogancia
de dudas que en nosotros confluyen.


Tu aroma en cada pálpito respiré,
mi deseo sin composturas reclamé
en ese estado de pasiones contenidas
que sólo nuestra intimidad puede saber.

Volví a perderme al deslizar mis labios
sin rubor ni pudor ante tus labios
que susurraban un encuentro con los míos.

Flotan recuerdos por compartir
reflejados en vivencias contenidas
en nuestro sutil paseo
enigmático e íntimo del seducir.

Vuelvo a perderme en ti
ante el roce de tus olas
y el clamor de mis ansias...

Vuelvo...vuelvo a perderme...
mis ojos ya no están conmigo
sólo se deslizan en ti.

Entre pausas se escapa
un profundo suspiro
donde estamos tú y yo
en este discurrir.

Mónica Somosierra B.

Pd: Como es muy íntimo, la música no la comparto...jejeje pero cada uno es libre de ponerle la que quiera...
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viernes, 20 de abril de 2012

Ahora






Siéntate a mi lado, amiga,
bebamos,
Afuera el mundo se desplaza,
cabalga sobre el tiempo,
y nosotros…
confluimos
en este ahora sin mañana
que tiñe, rojizo, nuestras copas.
Nos sabemos náufragos
de mares diferentes,
de barcas sin banderas,
de costas imposibles;
entonces
me aferro a tu sonrisa
y tú
a mi silencio antiguo,
el que se arropa con el halo
de la música
que suena y sabe
agridulce,
alquimia feroz
de la melancolía.
Tu primavera descansa
un instante
en la calma de mi otoño
que no renuncia al árbol
ni a los verdes,
entonces
el aire insinúa, sutil,
formas difusas
en el pequeño espacio
donde se cruzan las miradas
y se fugan las respuestas.
Bailemos, amiga,
gira el universo,
indiferente nos arrastra
y nos olvida en el camino.
Nada somos.
No seremos ni un recuerdo
en el frío de un sendero oscuro
infinitamente solo,
infinitamente inexistente.

jueves, 19 de abril de 2012

Autorretrato de un tímido













No es que sea tímido. No, no: a los demás les cuesta comunicarse conmigo. Eso es otra cosa. Para que se entienda nada mejor que dar algunos pequeños ejemplos. ¿Conocen a Lucre?, bueno… Lucrecia, para todos, pero para mí es Lucre, aunque ella no sabe que la llamo así. ¿Vieron esos ojos grandes como luceros? Ja, quién no los ha visto; en el pueblo se habla también de otras cosas, pero esos ojazos son uno de los temas preferidos en las mesas del bar de don Santiago. Yo no voy nunca, bah, voy, pero llego hasta la puerta y me arrepiento; es que disfruto más el vino si me lo tomo solo, sentado en el patio, mirando pasar la gente y dejándome llevar por los pensamientos, sin tener que oír los gritos de los parroquianos ni la música que sale de la radio de don Santiago. Podría entrar. Cuando se me dé la gana lo voy a hacer y voy a invitar a todos con cerveza bien fría para que vean que plata no me falta y me gusta compartir; y que no soy un “quedado” como dicen algunos. Cualquiera de estas noches voy a empujar esa puerta y después… Bueno, pero estoy saliendo del tema, decía: Lucre me mira con esos ojazos que dicen mucho. Yo me doy cuenta de que solamente a mí dirige esas tremendas miradas que derriten a cualquiera, no soy tonto. Más de una vez estuve a punto de hablarle, pero nunca se me ocurre qué decirle. Es que temo que piense mal de mí, se asuste y salga corriendo, ¡es tan dulce y tierna!, la siento como una flor muy frágil, delicada; y yo reconozco que mi forma de hablar es un poco tosca, todo porque no quise ir a la escuela secundaria, pero no sé si es tan importante como trabajar y ganar el pan todos los días. Seguro que a ella eso le debe gustar, cualquiera de estos días se lo voy a preguntar. Pero todavía no es el momento; ya llegará. Quiero que sea mi primera novia. Y de ahí… al casamiento. No soy uno de esos picaflores que siempre le andan rondando.
Tímido. Así dicen que soy. ¿Qué tiene de raro caminar mirando el suelo? Por lo menos así esquivo los baches y no tropiezo tan seguido. Además: ¿para qué mirar para arriba? Algún día me tocará ir al cielo, mientras tanto trato de pisar firme. Y nadie puede decir que le niego el saludo, soy un muchacho educado, así que apenas veo una sombra que pasa cerca levanto el brazo y digo “buen día”, o “buenas tardes”, claro. ¡Ja!, algunas veces descubrí que se trataba de un perro, pero bueno, cualquiera tiene derecho a estar distraído de vez en cuando. Yo me río, y listo.
¡Qué voy a ser tímido! Hasta el cura me lo dice a veces, todo porque no quiero leer en misa. No quiere entender que a mí me gusta escuchar a los demás, especialmente a la señorita Lourdes, mi maestra de quinto grado. Le digo “señorita” por costumbre; ella es una gran señora, y a pesar de que ahora es casi una anciana, sabe hacerlo como nadie y uno siente como si le hablara alguna santa… ¿cómo voy a querer leer yo?
Es verdad que casi no salgo, pero eso no significa que sea por timidez, soy un hombre serio que va de casa al trabajo y del trabajo a casa, no me gusta andar perdiendo el tiempo en las esquinas, charlando de cosas que no me interesan, como los chismes de barrio, la política o el fútbol. Nunca jugué a la pelota, ¿para qué? No entiendo eso de andar todos corriendo como locos detrás de esa bola de cuero. Cuando era chico me invitaban, pero nunca fui; algunos me dijeron que era un odioso. Hasta de “maricón” me trataron, pero a mí siempre me gustaron las chicas, claro que nunca se enteraron, porque si de algo no me pueden acusar es de atrevido o maleducado.
Ahora que lo pienso, tal vez la confusión viene de aquella vez que mi madre quiso presentarme a esa chica que vino de Buenos Aires o Rosario, no recuerdo bien. Yéssica, se llamaba, y no era nada fea la gringa. A decir verdad muy bien no la vi porque la saludé con un “hola” casi sin mirarla y salí casi a las corridas. Todos creyeron que era por timidez, pero me acordé de Lucre y me dije “¿qué pensaría ella si se enterara?”. No, no, no. Esas cosas no me gustan. Y si piensan que soy tímido, que lo piensen nomás. Algún día me van a entender.
Bueno, ahora me tengo que ir. Dentro de un rato ella saldrá de su trabajo y a mí me gusta ir a verla. Me escondo detrás de algún árbol y la sigo con la mirada hasta que dobla la esquina. Recuerdo que un martes, o jueves… no estoy muy seguro… Tampoco recuerdo si fue hace dos o tres meses —pero no importa— la cuestión es que esa tarde casi me acerco a hablarle. Pero todavía no es el momento, creo que eso ya lo dije. Hay que dejar que la cosa madure, ¿qué apuro hay?
¿Que soy tímido? Y bueno… si son felices pensando así… allá ellos.

martes, 10 de abril de 2012

Verdes

Los bufidos de las cabalgaduras se mezclaban con los graznidos de los buitres albinos que revoloteaban a muy baja altura; era raro encontrarlos en esas latitudes, tan lejos de sus habituales territorios de arena. Los hombres se miraron, y en sus ojos se reflejaba la desorientación.

—Tenías razón, Given. En algún momento perdimos totalmente el rumbo. Esto es lo más extraño que he visto en mi vida. Pero, ¿cómo está la herida? Los malditos tenían buena puntería.

—Sí. Pero por suerte el chaleco me protegió bastante, de lo contrario…

—De todas formas, necesitas atención, y no creo que en este lugar del infierno podamos conseguir alguna. Lo único positivo que podemos rescatar es que no van a poder seguirnos guiándose por los rastros de sangre de los animales.

—No aquí, eso es seguro, pero ellos necesitan alimento, y nosotros también. Y agua. Mira ese arroyo: esa transparencia no augura nada bueno. Y estos pajarracos se acercan cada vez más.

Banihn levantó la vista asintiendo sombríamente, luego bajó la cabeza y su semblante no mejoró en absoluto, se evidenciaba en él la sensación de que no había escapatoria, a pesar de la libertad que sugería esa llana inmensidad que no figuraba en ningún mapa conocido. Pero deberían aventurarse en ella, volver sobre sus pasos significaría una muerte segura a manos de los salvajes adoradores de la Luna Negra.

—Espera aquí, Given. Voy a revisar un poco este terreno. Creo que tenemos todavía un buen margen de tiempo —dicho esto, taloneó sobre el costal del animal que se alejó trotando con agilidad, a pesar de sus laceraciones.

El joven Given admiraba al corpulento Banihn. Creía firmemente que si alguien podía sacarlos de esa encerrona era él. La manera en que se enfrentaba nuevamente a lo desconocido hablaba de su valentía y capacidad de decisión. Lo seguiría hasta el fin del mundo, si es que no se encontraban ya allí. Todo parecía una síntesis de la irrealidad: ese arroyo, las aves… pero lo más inquietante era observar ese terreno sin límites, y ese absurdo contraste de colores que parecía surgir de una pesadilla. Y en esa pesadilla aparecía el recuerdo reciente de los camaradas masacrados sin piedad en una lucha desigual en medio de un angosto desfiladero. Banihn y él representaban la última esperanza de un pueblo diezmado por la plaga que quedó aguardando los resultados de la misión exploratoria que los había llevado hasta esos confines y que difícilmente llegaría a buen término.

Desmontó con mucho cuidado, pisando la hierba con desconfianza. Una gota de sangre brotó de su frente y cayó con extrema lentitud. Given observó como tocaba el suelo vegetal, abrazándolo, mimetizándose inmediatamente con él. Oscuros pensamientos lo asaltaron. De pronto oyó ruidos cercanos y sus sentidos se pusieron en estado de alerta. A corta distancia pudo distinguir unas extrañas bestias sin cornamenta, de gran tamaño y pelaje marrón que, asombrosamente, parecían alimentarse de esa hierba con total despreocupación. Tenían cierta similitud con sus animales, pero éstos eran más esbeltos; su hocico era alargado y sus patas más largas. Al percatarse de su presencia se espantaron y salieron a la carrera. Given no pudo menos que admirarse contemplando la elegancia con la que ganaban distancia, perdiéndose finalmente en la vastedad del paisaje.

Desde el oeste comenzó a perfilarse, como surgiendo de las profundidades de una caverna oculta en la maleza, la redonda silueta de la luna. Given se estremeció ante la visión de esa mancha oscura elevándose en el firmamento blanquecino. Supo que estaba en peligro. Montó inmediatamente y corrió a toda velocidad siguiendo la dirección que había tomado Banihn.

A poco de andar, una escena de terror se presentó ante sus ojos: un grupo de seres de larga cabellera amarilla se llevaban arrastrando a Banihn; de su cuerpo inerte se derramaban borbotones de vida que parecían desaparecer al tomar contacto con la maleza.

Lo vieron llegar. Nunca supo por qué se limitaron a observarlo casi con indiferencia mientras se llevaban el cuerpo de su compañero.

Allí quedó, mudo y sin reacción.

La solitaria figura del rojo toro de Banihn, expectante, se recortaba contra el demencial entorno de esa inmensa llanura verde. Tan verde como su sangre.

domingo, 8 de abril de 2012

MONIQUE





MONIQUE

Con ese aroma a libros antiguos que fascina y envuelve en su misterio, con ese suspiro que se desliza al saber que en la biblioteca de los sentidos quedan registrados todos los sentimientos, me dejé deslizar en el baile de mis letras desvanecidas por mi corazón impulsivo.


En una primera instancia las percibí desubicadas por completo
pero forman parte de mí, de mi caminar y aunque cayeron en la campiña de los destierros, después de años con mucho mimo doy
pinceladas sobre ellas para recuperar el origen de un pasado. En
sí, el origen no es lo primario, sólo la connotación en su espacio y tiempo hacen que sean dignas y materia de estudio. Asombrada
visiono lo que ahora yace desfallecido y con alegría medito que,
antes de ser existí y después de ser logré sobrevivir al olvido , ese
que habita en ocasiones en uno mismo.


Hoy, el sol brilla con tanta intensidad que siento como penetra por cada una de las ventanas de mi alma. Cierro los ojos para sentir como la brisa acaricia mi piel, volviendo a pasear por París entre bohemios y el arte del que simplemente a la vida lanza su canto.


Mónica Somosierra B.


viernes, 6 de abril de 2012

El día que desapareció el Obelisco




















Pedro y yo fuimos los primeros. Corrijo: los únicos. La gente pasaba caminando como si nada. Nos miramos para comprobar que no se trataba de una alucinación individual. El semáforo nos había detenido justo en medio de la avenida 9 de Julio. Instintivamente miré el reloj: las diez y tres minutos, no recuerdo los segundos.

El obelisco había desaparecido.

Sí. El aire ocupó rápidamente el vacío repentino.

—¡Carajo! —soltó Pedro—. ¿Qué mierda pasa acá? —imposible olvidar su expresión de incredulidad; supongo que la mía no habrá sido muy diferente.

Nos fuimos arrimando despacio; la cerca también se había esfumado. Un césped verde, con apariencia de recién cortado, cubría la superficie que hasta un instante atrás había ocupado esa especie de aguja incomprensible que simbolizaba como ninguna otra cosa a la ciudad de Buenos Aires. Pisamos el centro de lo que fuera la base cuadrada de la construcción: nada; ni un solo rastro. “¡Carajo!”, solté también.

—¿Relojes? —la voz nos sobresaltó—. Importados, de buena calidad y a precio regalado —continuó el tipo mientras nos mostraba un maletín abierto. Pedro lo observó como si mirara a un extraterrestre, luego volteó la cabeza, ignorándolo por completo. No sabíamos qué hacer. El obelisco… ¿cómo demonios pudo esfumarse?, ¿qué…?

—¿Se van a perder esta oportunidad? —seguía diciendo el vendedor. Unas palomas salieron volando espantadas, escapando de los intentos de un niño que pretendía agarrarlas.

—Llamemos a la policía, a la televisión, a los bomberos, al ejército… a… alguien —temblaba la voz de Pedro.

—¿Y que miércoles les vamos a decir? ¿Que alguien se afanó el obelisco? —dije casi a los gritos—.Parece que nadie se da cuenta, viejo. Esto es cosa de locos. ¿Seguirá acá el maldito y solamente nosotros no lo vemos?, o… —me interrumpí.

—¿O qué? —dijo Pedro en tono poco amistoso—. No vengas ahora con que tal vez nunca estuvo, o alguna cosa por el estilo, Roberto, el mamotreto desapareció y listo. El asunto es saber cómo pudo pasar eso, y por qué nadie parece asombrado.

Guardamos silencio. La situación no podía ser más absurda: una Buenos Aires sin obelisco, continuando con su vida como si realmente no hubiese existido jamás. ¿Quién podría imaginarse París sin la Torre Eiffel, Venecia sin los canales?

—Esto no me gusta nada, che. Una vez vi una película en la que los marcianos secuestraban gente, y hasta barcos y aviones. Creo que a eso llaman abducción o algo así. Mirá si son los hombrecitos verdes y ahora empiezan a llevarse todo… Llamemos a la policía, que ellos se encarguen; a nosotros nos convendría volar de acá, cuanto más lejos mejor.

—Esta vez te doy la razón —respondí mientras marcaba el 911. Una voz metálica de mujer me atendió enseguida. Le expliqué el asunto a la oficial, tratando de mantener la compostura. Le dije que estábamos en la esquina de Corrientes y 9 de Julio, que el Obelisco se había volatilizado delante de nuestras narices, que nadie vio ni comenta absolutamente nada, que… Hasta que, con incredulidad —que luego dio paso a la bronca— noté que ya nadie me escuchaba. Simplemente me dejó hablando solo. Creo que en ese momento quebré el récord mundial de malas palabras pronunciadas por segundo.

—Dejame probar a mí, tengo el número de Crónica; el otro día llamé por el asunto ese de los punguistas en el Sarmiento, así que… Buenos días, mire tengo una noticia bomba para ustedes: desapareció el Obelisco, aunque parezca una broma. Resulta que veníamos caminando con un amigo lo más tranquilos cuando… ¡Malditos hijos de puta! ¿Podés creerlo? ¡Me colgaron! —“¡Me colgaron!”, repitió unas cuantas veces, la última sonó a resignación.

Nos fuimos. Desde ese día seguimos procurando llevar una vida normal. Ninguno de nosotros toca el tema con su familia ni con nadie. Nos reunimos una vez por semana en un bar, para tomar una cerveza y charlar sobre el asunto. Abrimos una página en Facebook: “Desaparición del Obelisco”. Hace dos días se agregó el primer amigo, un empleado de correo de El Cairo, Egipto. No sabemos si debemos creerle: dice que no muy lejos de la ciudad, en medio del desierto donde no había más que arena y escorpiones, aparecieron de repente tres enormes pirámides. Suena un poco loco, ¿no? Pero bueno, pasan cosas, Pedro y yo lo sabemos muy bien.

miércoles, 4 de abril de 2012

¡FELICES PASCUAS! ¡FELIZ PESAJ!


Gente querida, que tengan todos unas Felices Pascuas en compañía de los que quieren y los que los quieren.
Aprovechemos este renacer que ofrece la Pascua para sacarnos de encima todo lo que nos molesta y empezar, como bebés, a caminar con pasos nuevos libres de cargas inútiles.

¡Un abrazo!
Greis

lunes, 2 de abril de 2012




ENTRE SUEÑOS Y VUELOS…

Y si tengo que morir, quiero que sea entre tus sabanas
esas que me acarician deslizándose por mi cuerpo
seda de manos que contonean mi dulce canto.

Y si he de vivir, deseo que las descorras
a un  mismo pálpito, dejando el aroma de tu cuerpo
sellado en la estancia, frenesí de mis alboradas.

Sueños
Sueña  dentro de mí, entrevera
tus pensamientos con mis desvelos
estremeciendo a pies descalzos
la tierra fértil que piso
.
Agua
Canto que apacigua mis ansias
entre  brazos que me envuelven
de notas arreboladas al sentir
tu pecho en mi pecho…

Fuego
Arder entre las llamas del deseo
sucumbir en los latidos de cada beso
perderse en el horizonte de tu ser
en pura fricción de salvajes  instintos.

Suspiro
Ese que entrelazamos los dos
al alcanzar esa dimensión
que nos une en alma y cuerpo
sintiendo que somos uno
volando sobre mar abierto.

Y si tengo que morir que sea entre sueños,
y si tengo que vivir que sea en pleno vuelo.

Mónica Somosierra B.

domingo, 1 de abril de 2012

Tu vientre

Es tu vientre

y es mi mano

y es el círculo

la forma

de la perfecta simetría

sin principio

sin fin,

sólo curvas encerradas

que regresan

siempre.

Y mi mano

apenas se desliza

borrando los trazos

del dolor y el miedo.

Tu vientre se conmueve

y reconoce

mis huellas digitales,

las que lleva impresas

bajo la epidermis

en cada rincón

de cada célula,

en su memoria

sin derrotas.