lunes, 28 de febrero de 2011

FELICIDAD


la luz alumbró
mis ojos húmedos
quise escapar
mirándolo todo
viendo de las baldosas
debajo
y la parte oscura de la luna

devoré el sol
para nutrirme
de inmortalidad
pero nada es para siempre
nada
y aquí estoy
viendo a la muerte
apostar sobre
seguro
y así llegar
a un mundo feliz
sin frío ni calor
sin traiciones ni temores
quieto
altanero y oteando
con cuencas
vacías
la paz infinita
de los cementerios

PARANÁ, Rolando (Pituti)

Arena, barro y agua
fresca y marrón

que suelta hilachas


desgarrando el verde
que lo ciñe y lo acompaña

mientras busca el azul

de su destino
que olvidó el horizonte.
Hundo mis pies en las orillas
y el Paraná
me deja entre los dedos pedacitos
de tierra, sol ardiente, lluvia
y brasas de viento norte
que me llama y me quema
desde adentro.
Piso el polvo de antiguas pisadas
que alguna vez fueron rastros
en otras geografías
y adivino mi piel
que se reencuentra
y reconoce
en la comunión del río.
Vuelven entonces las voces
las risas y las noches
de veranos y estrellas
al alcance de los sueños
que se encontraban con los pájaros
y se adormecían
en la vieja madera
de aquella canoa pescadora
de vientos imposibles.
Huele, late y suena
a guitarra
el Paraná
Abre las rejas
y libera el canto,
el grito primitivo
salvaje y animal
desatado al fin
en la urgente avidez
de mi garganta.                                                      

                                        Rolando


Como lo hacía con aquellas jangadas (o "angadas" como se conocían en Santa Fe), el Paraná arrastra historias que va depositando en el barro de las orillas. Alguien del norte -como yo- puede encontrar retazos de su propia piel y de sus viejas huellas aguas abajo.

LAS FOTOS Y EL ESPEJO, Graciela Tórtora

-Esperen que conecte mi lámpara nueva. Quiero disfrutar las fotos de la fiesta a toda luz….¡Qué noche!


( Tres días antes…)

 -“Bueno, ya estoy bañada y relajada. Esta noche será una gran noche sin lugar a dudas. Este color chocolate a lo Penélope Cruz que me hice en el pelo, me queda regio, sobre todo me quita como 10 años de encima y el esmalte que me puse en las uñas, queda espectacular con el vestido.
Mientras se hace la hora,  mejor como un pedazo de queso para no llegar con el estómago vacío, prendo la planchita de pelo porque con la humedad que hay, es necesario que me retoque el brushing. Enseguida aparecen mis rulos de mierda.
¡Uy!, ¿qué es esta mancha en la cara.? ¡Uff, qué susto! es nada más que un pedacito de la cáscara roja del queso. Ya me estaba imaginando que me había salido un granito. ¡Juro que me moría! Mejor me tomo otro vaso de agua que es bueno para la piel. Hoy ya me tomé como seis. Dicen que hay que tomar dos litros por día, pero quién se banca tanto líquido…
Son casi las ocho, tengo que estar lista en media hora que pasarán las chicas a buscarme. Me pongo la crema humectante, así cuando me maquille no se me va a correr la base. Otro pedacito de queso que proteje el estómago de los efectos del alcohol.
¡Transformación en curso! Primero, el corrector de ojeras, luego la base, el polvo translúcido, el rubor sonriendo para marcar los pómulos, un poco más de polvo, la sombra en los párpados, sobre las pestañas color café y un poco de dorado arriba para iluminar. Va a quedar sensacional.
Me gusta lo que estoy viendo, ¡Ja! ¡Matás esta noche, Wendy! A no perder el tiempo con tonteras… Falta una línea delgada bordeando el ojo y  el rimmel. Despacio, como te enseñó Feli, una capa de rimmel, peinar las pestañas, dejar que casi se seque y otra vez  rimmel.
Ahora el vestido. La verdad que el color verde me queda brutal y este escote en "V" va perfecto con mi cuello. Parezco salida de un cuadro de Modigliani… Genial…
Ahora las sandalias. ¡Ay! espero que no me lastimen las tiritas tan finitas que me dejan los dedos como chizitos y los ocho centímetros de taco aguja… pero vale la pena un poco de sufrimiento. Son un lujo.
¿Qué pongo en la cartera? Pañuelitos de papel, los cigarillos, el encendedor, spray bucal, el rouge… bueno, el rouge después de pintarme los labios y fumarme un cigarrillo antes de salir.
¡Me estoy olvidando del perfume! Unas gotitas detras de las orejas, un poco en las muñecas… Última pitada. Me lavo las manos y me pinto los labios.
Mejor hacer pis ahora, que no sé hasta qué hora no podré ir al baño, No voy a decirle a un desconocido, permitime pero tengo ganas de… ¡No! Se te ocurre cada cosa, Wendy…
Ya me pinto los labios. Primero el polvo, luego el lápiz delineador y el rouge, con pincel porque dura más y…¡Justo! Está sonando el interfone… ¡llegaron las chicas!
–Holaaaa, ya voy bajando.
Última miradita al espejo que no miente: sos una reina Wendy, estás sensacional, nadie te puede dar 45 años. ¡Byee!”

 -Estoy Horrible! ¡No me quiero ni mirar! ¡¿Por qué no me avisaron
 que estaba tan espantosa?! ¡Soy un mamarracho!
 -No, Wendy. Vos estabas linda, son las fotos… de repente no
 sos fotogénica. O la lámpara nueva que ilumina mal…
-No es que no sea fotogénica, boluda. Y la lámpara no tiene nada que ver. No digas pavadas. ¿Sabés que pienso?. Soy yo, que me miro al espejo y me vendo a mi misma que estoy regia, pero las fotos, las fotossss… son unas hijas de puta porque nunca mienten, no son como el espejo que te hace ver lo que una quiere ver...

domingo, 27 de febrero de 2011

LA PIEDRA



El hombre está solo. Abatido arrastra la pesada piedra hasta el haz de luz que generoso se cuela por la entrada de la lúgubre y helada caverna.

El hombre toma el peso del hacha entre sus ajadas, lastimadas y perdidas manos y comienza a golpear la rústica mole. Golpea una y otra vez tratando de encontrar alguna forma, algún color, algún signo de vida.

El hombre está cansado. Muy cansado. Apoya sus piernas en la piedra y por un segundo el frío las sacude. Mira con piedad sus pies desnudos, toma el hacha entre sus manos, la apoya en ellos y con saña comienza… ¡A pegar… a pegar… a pegar!...

El hombre grita de dolor. Sonidos guturales ásperos y despiadados rompen el silencio y se mezclan con los huesos astillados, arterias machacadas sin forma ni existencia, y sangre caliente que brota sin detenerse para macerar la tierra seca en el espacio cerrado.

La piedra comienza a cobrar vida. El hombre ya no la ve.

DIVINOS OVNIS



-En el Tunduqueral se posan los platos voladores del comandante Isidris. Vienen de Alfa Centauro y van derechito al corazón de Uspallata en un viaje que es muy rápido y sin escalas: toman por la autopista del Sol rumbo al Norte y después de dos meses-luz aparecen en la Tierra. Entonces sólo tienen que frenar y descender. Es un viaje tan sencillo que hasta un niño podría hacerlo sin perderse. Hizo una pausa que aprovechó para observarnos con detenimiento y continuó.
-De las naves bajan los extraterrestres que poblarán la Tierra en el futuro –dijo, y mi expresión de asombro no lo tomó por sorpresa. Creo que esbozó una sonrisa.
-Sí, es verdad –dijo mirándome directo a los ojos- ellos poblarán la Tierra… pero lo harán en el futuro porque todavía no quieren mezclarse con nosotros. No señor. Esperan pacientemente nuestro fin. Son como los ocotes, aves carroñeras que se posan en los postes para esperar que la muerte les ahorre el trabajo de matar. Ellos fundaron una ciudad subterránea muy grande, con soles de plástico, casas de piedra y ríos de agua artificial, y allí viven mientras esperan, porque esta zona del Tunduqueral tiene mucha energía y eso es lo único que necesitan para vivir.
El hombre se puso serio. Con un impulso impensado se agarró la cabeza con sus dos manos, como si estuviera asustado, pero su cara permanecía impávida. Sentí ganas de consolarlo como a los niños, pero su aspecto de hombre rudo y malo me acobardó.
-Mi pueblo está asustado –continuó- pero yo no. Para mí son como los chilenos o como los bolivianos que vinieron porque en aquí no hay barreras migratorias. Y tampoco tengo dudas que cuando salgan de la tierra se sentirán muy cómodos entre nosotros, porque nosotros, los argentinos, los recibiremos con los brazos abiertos para que vengan a poblar la Patria, sin distinción de credo, raza o religión, como dice el Preámbulo de la Constitución.
Entonces cuando exploté de risa. La situación era muy graciosa y no daba para más. Habíamos ido hasta allí para comer un asado y ya de tarde, cuando la carne estaba lista, apareció. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer astronauta en viaje a Venus, pensé, como dice el tango. Se presentó con un Güenas, don… permisito, soy Rigoberto. No tendría algo para calmar estas tripas? y se acomodó entre nosotros sin esperar a que le dijéramos que sí. En realidad su aspecto inspiraba recelo y estábamos más proclive a negarle que a aceptarlo, pero no nos quedó más remedio que hacerle un lugar. Pero cuando con unas copas se entonó y nos desnudó sus delirios, me di cuenta que era un loco lindo, un pobre y solitario puestero que repetía viejas historias sólo para comer y tomar. Y yo, que también había tomado, tenía la risa fácil del alcohol. Por eso exploté. Pero a él pareció no importarle.
-Yo supe de los extraterrestres desde el primer día en que llegaron. Fue en un enero agobiante de calor hace muchos, muchos años. Ese día estaba recorriendo el Tunduqueral persiguiendo unos guanacos cuando los vi aparecer. Me escondí entre unas piedras mientras ellos daban una vuelta grande en el aire como si hicieran un rodeo o como si revisaran el terreno antes de aterrizar. Se elevaron en el cielo muy alto y descendieron verticalmente como si manejaran un helicóptero, mientras unas luces amarillas destellaban y un furioso beep, beep, beep me aturdía hasta desmayar. Después, no supe nada más hasta que vi que unos hombres vestidos con enteritos azules y enormes cabezas como cascos de aviador me reanimaban en una camilla que bajaron de la nave – hizo una pausa para mirarnos a todos
-Cuando me recuperé supe que dentro de poquito saldrá de la ciudad subterránea el líder terrícola, reencarnación de la Virgen María, que preparará el camino para el descenso de Jesús. Porque ese día me confesaron bajo juramento (y prometí no contar nada) que Jesús es un extraterrestre que está orbitando el espacio en su nave Ashtar Sheran, mientras observa cómo nos destruimos.
Se produjo un silencio. Nos miramos entre nosotros tentados. Ese hombre prometía diversión de la buena. Entonces aproveché para servirle otro trago. El hombre era una verdadera esponja.
-Dicen que allá arriba grita “¡es el Apocalipsis, es el Apocalipsis!” mientras se agarra la cabeza y corre de aquí para allá dentro de la nave. Está muy nervioso porque sabe que pronto todo terminará... y qué quieren que les diga: yo a ellos les creo. Sí señor, yo les creo a los extraterrestres. Y no tengo miedo de lo que va a pasar porque me aseguraron que Jesús bajará a la Tierra para salvarnos.
Tomó su último trago. Apoyó la copa, se incorporó tambaleando, saludó con la cabeza y se marchó por donde vino. A lo lejos se le escuchó decir No tengo dudas que así será, mientras el cielo de la tarde se volvía naranja y, en lo alto, contra la montaña, aparecían unas luces intermitentes amarillas que daban vueltas por el cielo como si eligieran un lugar para descender…

José Luis.

sábado, 26 de febrero de 2011

¡Qué emoción!

¡Felicitaciones a los autores de Tierras Raras -El Cuentón-!
Pudieron hacerlo, quedó hermoso, es un gran trabajo de equipo y colaboraciones generosas. Aparte, me encantó. Les haré comentarios, pero no ahora. Sólo decirles que es un enorme placer estar entre ustedes y, por supuesto: estoy muy orgullosa de mis compañeros.
Todo mi cariño,
Ale.

LA PALOMA DEL LLANTO. (C/ de José Luis) Alejandra Glauber.

Se había encadenado a la valla que circunda el edificio del Congreso Nacional, cuando se le agotaron las ganas de seguir reclamando que le devolvieran su casa, ocupada por clandestinos; y sus ahorros, depositados en el banco de la vieja Caja Nacional de Ahorro y Seguro. Atrapó el interés de algunos medios durante el noticiero del mediodía y de la noche de aquel día. Se asustó cuando se le hizo evidente que su huelga la mataría, sin transeúntes que lo advirtieran ni deudos que la lloraran, y se desencadenó. Disimulada y digna esperó y, cansada por la intemperie acumulada de su alma, se durmió agachadita contra la reja.

Protegida por un nylon, dormía sobre un colchón de goma espuma sin funda, que iba perdiendo pedacitos de esponja con cada aparición de las palomas que picoteaban las migas que ella compartía. La plaza y las ventanas del edificio oficiaban de palomar y, en bandada, la rodeaban con sus aleteos infernales mientras se disputaban el alimento que desaparecía con la voracidad del hambre compartido. Algunas parecían domesticadas porque sobre las pertenencias callejeras bamboleaban sus cuerpos en caminatas confianzudas y hasta llegaban a acurrucarse dentro de sus cuellos, quietas y alineadas como estatuas. A veces arrullaban acompañando el discurso monocorde y ya no se sabía si las incongruencias dichas por ella se escuchaban entrecortadas por su llanto senil o por el grito de las aves alocadas.

Después del primer invierno alguien le acercó una planta dentro de una cacerola enlozada y ella la incorporó a su cajón de manzanas, a su colchón y a su soga para colgar ropa que nadie sabía dónde lavaba. Las palomas esperaban mientras ella terminaba de trenzar sus canas y, en cuclillas, hundía la mano en la bolsa de pan para desgranar con sus uñas los trozos que su puño contenía hasta que decidía abrirlo y arrojaba el señuelo, ávida de compañía.

Era parte del folclore, quizás por eso no se notaban sus elementales necesidades insatisfechas ni la función interrumpida de su condición humana. Ni su olor ni su extremada delgadez molestaban porque estudios sobre las sociedades y sus comportamientos explicaban su existencia. Todos se acostumbraron y fue sólo después de una gran tormenta de verano que inundó y estropeó mercaderías de negocios aledaños, que lo advirtieron. Ella faltaba. Entonces, hubo que nombrarla. Todos la llamaron la Paloma del Llanto.

VERANO


verano
moribundo
calor
como de carne
al sol
ya vislumbro el horizonte
cerca
muy cerca
al alcance de la mano
tengo miedo
no
no tengo miedo
porque he de ver
laberintos sin
centro y
ciegos espejos ciegos
caeré
una caída i n f i n i t a
hasta el centro de la
tierra
y
disolveré mi cuerpo
en la raíz de un manzano

ellas (las manzanas)
me llevarán en la piel
y en su carne
para estar
nuevamente
al sol
al final del
próximo verano

falta poco

RUTINA INTERRUMPIDA


Esto de levantarse a las seis y media de la mañana no le sentaba para nada a Francisco. Era noctámbulo. Esencialmente noctámbulo. No funcionaba de mañana. Pero el trabajo le interesaba y por sobre todo lo necesitaba.
Ponía el despertador a las cinco y media y automáticamente se despertaba porque si se quedaba en la cama, no se iba a levantar por lo menos hasta las once. Prendía una hornalla y ponía el agua a calentar. Encendía la radio. Iba a hacer pis. Luego se miraba en el espejo sacando la lengua para afuera. Se lavaba los dientes. Volvía a la cocina se preparaba un café cortado con un centímetro de leche y se comía unas galletitas de agua con mermelada. Prendía el primer cigarrillo del día. Miraba la hora y se desesperaba. Se estaba haciendo tarde. Todas las mañanas pasaba lo mismo. Era lento, muy lento. Prendía la ducha y  metía de cabeza bajo el agua para despabilarse. El baño debía ser rápido, pero cuando el agua le caía por todo su cuerpo, era como un manantial que lo arrullaba y entrecerraba los ojos con somnolencia. Inmediatamente un cabeceo, hacía golpear su cabeza contra el azulejo y se despertaba rápidamente. Se secaba, se ponía desodorante, el mismo perfume de siempre, se peinaba sacudiendo su cabeza de un lado al otro , mientras las gotas del pelo, chorreaban por el espejo y las paredes. Salía corriendo para hacer las cinco cuadras que lo separaban del subte. Llegaba junto con el convoy. Se sentaba cuando tenía suerte y de inmediato el ronroneo monótono sumado al calor del ambiente, lo hacían cabecear. Literalmente se dormía muy profundo, así estuviese parado, y soñaba lo que no había soñado durante la noche.
Pero ese día, viernes 2 de mayo, no se durmió. Tuvo una sensación extraña, que si le preguntaban no hubiese sabido explicar cómo era. Sentía que llevaba cosas de más en su maletín.
Una señora, que por increíble que parezca se bajó a las tres estaciones de haber subido, le dio espacio para sentarse y revisar su desvencijado portafolio. Estaban los folletos, estaban los papeles carta con su nombre, las lapiceras de diferentes colores, sus tarjetas y la laptop. La abrió con pereza y lo primero que vio fue la imagen de Lucía sonriendo.
Lucía ya no estaba en su vida. Se había casado con Manuel el miércoles 30 de abril. Hacía menos de dos días. La fiesta había sido maravillosa y ella estaba radiante, como toda novia que se casa con el hombre que ama y que además es un ganador en la vida.
Él, Francisco, ¿qué era en definitiva?. Un tonto empleado de la bolsa, que alquilaba un mono-ambiente, que ni siquiera tenía auto, que recién ahora estaba empezando a asomar la cabeza, un luchador, eso sí, pero todavía le faltaba mucho camino por recorrer.
Estaba hablando de envidia. Manuel no era mucho más que él, pero había enamorado a Lucía con su sonrisa, su buen humor, ¡bah! porque sí.
Se preguntó por qué guardaba ese retrato. El viaje fue largo hasta llegar a Catedral, como nunca antes en su rutina diaria. Había tomado la decisión y en 9 de Julio pulsó cambiar fondo de pantalla. Una foto de una playa apareció por arte de magia. Volvió a sacudir sus pelos de un lado al otro. Sonrió. Se bajó en Catedral, prendió el segundo cigarrillo del día, miró la hora y se dijo que se merecía un café como Dios manda.

viernes, 25 de febrero de 2011

José Carrasco

Después de numerosos intentos logré ingresar. Me doy una calurosa bienvenida.

A las 22:41 del viernes hice pollo al champignón entre dos capas de harina de maíz (polenta) con un Syrah 2006 con mucho roble.

Confieso que no iba a entrar en este sitio (no soy bloguero) pero la alegría del Syrah y haber podido ingresar luego de una tarde de frustraciones me dieron fuerzas que no sabía que tenía. Solo espero que las musas se hayan contagiado de mi alegría.


José

jueves, 24 de febrero de 2011

¿Consignas?

Me preguntaba si les gustaría continuar con aquello de las consignas.
De ser así, habremos de organizarnos.
¿Qué les parece?

Adela

miércoles, 23 de febrero de 2011

ONCE DÍAS PARA NAVIDAD. Alejandra Glauber.

          Faltaban once días para Navidad. Angelita e Isabel Dorrego, amparadas bajo el alero que cubría la galería, bordaban las iniciales de su padre en pañuelos blancos que habían elegido como obsequio mientras su madre, Doña Ángela Baudrix, dormitaba en un sopor premonitorio.
            A pocos kilómetros de Buenos Aires, el joven coronel había sido apresado y aguardaba, impaciente,  en un carruaje que oficiaba de celda. Ensayaba frases para la conversación que había suplicado mantener con su adversario político porque sabía que esa única oportunidad le permitiría, quizás, salvar su vida. 
            Se golpeó la frente apelando a Dios cuando por toda respuesta obtuvo que no iba a ser visto ni oído y que contaba con dos horas antes de ser fusilado. Aturdido, no comprendió de inmediato la magnitud de las palabras pero sintió su cuerpo atravesado por el agobio más desolador de su vida.
            —¡Padre Castañer! —gimió por la ventanilla, el vaho de la siesta pampeana le cerró la voz y la sequía anudó su estómago—, por favor, que venga aquí mismo mi compadre Castañer.
            Sus sienes latían y el corazón se agrandaba acelerado mientras las imágenes desordenadas le impedían decidir a qué recuerdos dedicaría su memoria, limitada a un tiempo ínfimo que le parecía eterno.
            —Manuel, hijo —el aliento entrecortado del cura llegó hasta él junto con la señal de la cruz dibujada en el aire.
            —Gracias, gracias por venir —suspiró y sus pensamientos cobraron entonces un orden urgente e inesperado— lápiz, Padre. Lápiz y papel, necesito despedirme de Ángela y de las niñas. ¿Cómo es posible? Voy a morir sin volver a verlas. Moriré y no comprendo por qué.
            Castañer sintió el dolor de su compadre y quiso decir palabras que no supo; apoyó su mano en el hombro del amigo desesperado y se prometió encontrar la manera de ayudarlo a morir sin temores.
            —Dígame, Padre, ¿duele la muerte?— preguntó sin mirarlo.
            —Tranquilo, yo estaré a tu lado mientras tu alma esté unida a ti. Luego, será el Señor quien te reciba en su regazo. Confía en Él, no te abandonará, su Amor Divino te acompañará en todo momento. Procuraré conseguir lo que pides para que puedas escribir.
            —No se vaya todavía, espere un momento, prométame que usted me acompañará. Por favor, asegúreme que el Señor me estará esperando.
            —Hijo mío, aquí estoy contigo y bienvenido serás en el Reino de los Cielos. Iré por papel y lápiz y dejarás tu alma en paz dando testimonio a tus seres queridos e instrucciones a deudos y compatriotas. No tardaré.
            Manuel Dorrego agradeció los trozos de papel y pidió quedarse solo. Comenzó a escribir con apuro y tristeza cartas de afecto con palabras que sabía, eran las últimas.
            La siesta era implacable y muda. Castañer lo esperaba parado al lado de la puerta del carruaje, erguido, con la cabeza gacha y las manos unidas en rezo. El agobio por el calor concentrado hizo trastabillar al condenado al bajar del birlocho*, su amigo adelantó un paso y estiró el brazo para sostenerlo.
            —No me deje solo, Castañer— susurró.
            Comenzaron a caminar con paso lento, transpirados y aferrados del brazo hacia la formación alineada que  divisaban a unos metros.
            —Gracias, Padre, estoy listo —dijo. Cruzaron sus miradas y se abrazaron en una despedida sacudida por el temblor de la emoción.

            Las niñas dormían en el cuarto que aún conservaba el calor del día y las criadas descansaban de la jornada sofocante. Ángela vigilaba el cielo estrellado de diciembre; giró la cabeza hacia la puerta al escuchar el llamador y supo que eran malas noticias. Las primeras palabras de condolencias le confirmaron que había padecido las inconfundibles señales que preceden a lo irremediable.




*Carruaje ligero de cuatro ruedas

Documentos Históricos:
(Carta de Manuel Dorrego a su esposa)
Navarro, Diciembre 13 de 1828
Mi querida Angelita:
En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.
Mi vida: Educa a esas amables criaturas: sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado
Manuel Dorrego

(A sus hijas)
Mi querida Angelita: Te acompaño esa sortija para memoria de tu desgraciado padre.
Manuel Dorrego

Mi querida Isabel: Te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre
Manuel Dorrego
Sed católicas y virtuosas que esa religión es lo que me consuela en este momento.


                                                                                                                                                                      

martes, 22 de febrero de 2011

LAS ZAPATILLAS

Viejo y solo, vivía desde hace más de treinta años en este departamento hasta que la dueña decidió no renovarme el contrato. La inminente necesidad de mudarme me obligó a la desagradable tarea de revisar mis pertenencias. Y allí en un estante oscuro, durmiendo en una caja, sucias y desgastadas, olvidadas, estaban mis viejas zapatillas.

Tengo casi setenta años. Cuando mi columna vertebral era derecha y fuerte, mi estatura era de un metro noventa y cinco; el tiempo se encargó de curvar una y achicar la otra. Como habrán imaginado, fui basquetbolista. Desde los 9 años me la pasaba rebotando la pelota en el club del barrio, tirando al cesto, eludiendo a los rivales. Era mi pasión y era todo lo que quería en la vida. El bum-bum del rebote en el piso de la cancha fue mi música preferida por mucho tiempo. Llegué a jugar en primera, representé a la provincia y luego fui internacional. Y seguí jugando hasta que, ya pasados los treinta años, me ocurrieron dos accidentes: una fractura que me impidió seguir en el básquet y mi casamiento con Carolina. Cuando me recuperé de mi fractura estaba tan enamorado de Carolina que no me importó no poder encestar triples nunca más. Luego vino mi vida sin básquet y mi vida de casado, tan desastrosa una como la otra.

Al verlas, me emocioné como el que encuentra un querido amigo al que creía muerto. ¡Cuántos recuerdos de pronto surgieron de esa caja de cartón! Aquellas zapatillas viejas y pasadas de moda como el dueño, mostrando las heridas de mil combates, con cordones deshilachados y ojalillos faltantes, acolchadas a la vieja usanza, deformadas por tanto uso, me miraban desde el fondo de su caja-sarcófago como pidiéndome que las alzara como a un niño que aun no camina. Que me las calzara como antes, para que juntos volviéramos a vivir, saliendo del encierro en que ellas y yo estuvimos durante tanto tiempo. De la caja salió un olor que era una mezcla de vahos de caucho y de aire de cancha. Sentí otra vez el ruido de rebotes en el tablero, los gritos del público, los silbatos. Todo lo que me rodeaba desapareció y yo estaba en una cancha, saltando en esas zapatillas. Que por cábala usaba y volvía a usar en cada partido. En un momento, ellas se me unieron gritando con esa su voz del chirrido de las suelas patinado sobre el piso. Sí eran ellas, juro que las escuché. Miré hacia arriba y me di cuenta de que no había ningún tablero. Bajé los brazos que levantaban una pelota inexistente. Las saqué como si fueran de cristal y las abracé. Las miré bien, viejas e inútiles como yo, porque al final fueron parte de mi vida. Y ellas no me abandonaron, al contrario yo las tenía enterradas en el estante y en mi pensamiento.


Osvaldo 

LA MARIPOSA TRASLÚCIDA (mini-cuento)

La intensa lluvia de esa noche había hecho que los verdes amanecieran
con un brillo inusual.

La brisa de la mañana hamacaba las flores que agonizaban
en sus ramas.

El canario repitió el ritual de siempre y despertó con sus
trinos a la mariposa transparente.

Aún somnolienta movió sus alas y se dirigió a la orilla
del lago, pero no se vio.



Martha

SEÚL

Franco se encontraba en Seúl por cuestiones laborales. Una mañana estando a bordo de un coche de alquiler se suscitó un problema de tránsito que dejó al vehículo atascado en una carretera. La paciencia de la mayoría contribuyó a que la situación se mantuviera controlada hasta que se hicieran presentes las autoridades pertinentes. Pero siempre hay alguien que se desubica, y ese alguien estaba pegado al automóvil en el que viajaba. .

El chofer bajó el vidrio de su ventanilla y le habló a su conciudadano en forma calmada y cortés. El hombre de quien hablamos no escuchaba y mucho menos podía controlar la ira que lo dominaba: presionaba para que el automóvil que transportaba a Franco hiciera una maniobra temeraria y él así, a su manera, salir a un camino alternativo.

La gente que asistía al triste espectáculo que daba el hombre seguía impasible dentro de sus automóviles esperando el arribo de las autoridades. El malestar se profundizó cuando el gamberro ciudadano descendió de su vehículo y fue a encarar al chofer que no dudó en imitarlo bajándose del vehículo. Franco conocía a los argentinos pero no podía creer que esto sucediera en una carretera de Seúl.

Los dos hombres se apartaron un poco de los vehículos y el chofer del auto que transportaba a Franco extrajo de su porta-documentos algo que exhibió a su oponente. Esto hizo que se fuera aflojando y depusiera su actitud agresiva y escandalosa. Cuando volvió al auto, Franco le preguntó con cierta timidez: “¿Qué es lo que le mostró que se fue más tranquilo? -a lo que respondió: “Simplemente le mostré mi graduación en Tae Kwnon Do, soy cinturón negro, y él me confesó que es dos grados menos. Me disculpé y le hice entender que no podía obligarme a transgredir las leyes de tránsito ya que eso contradecía mi espíritu, y, además, no estaba en condiciones de pagar multas. Aceptó mis ‘disculpas’ y volvió a su automóvil”.

“Continuamos detenidos un rato más” -contó Franco- hasta que los autos comenzaron a moverse.

Durante el viaje al hotel la cuestión le seguía dando vueltas en la cabeza. Se apuró en hacer las preguntas pues ya faltaba poco para llegar: “Una última pregunta” -le dijo: “¿Qué hubiera pasado de haber tenido los dos la misma graduación en artes marciales? Este le respondió en forma simple para que fuera entendible a un occidental que posee otra cultura y se rige por otras leyes: “Medirnos en una lucha o desistir…” Trascartón surgió otra pregunta: “¿Y que pasa con el ganador si la lucha se lleva a cabo?: ”Siempre que el perdedor esté en condiciones de poder hablar felicita al ganador, y este a su vez se disculpa y le ofrece llevarlo a su casa, o donde le indique. Si se encuentra muy mal facilitarle las cosas para ser atendido en un hospital. La mayoría de las veces cada uno se va por su lado, las cosas no pasan a mayores. Si la controversia se desarrolla en un lugar público donde hay policía afectada, el agente del orden deja que resuelvan el problema por si solos; luego ofrece asistencia a quien la necesite, por ejemplo: “¿Quiere que lo haga trasladar a un hospital?.

Ya estaban llegando al hotel. Franco despidió al chofer hasta el otro día. Casi seguro que durante los días que le quedaban en Seúl le haría más preguntas.
Antes de entrar pasó por el puesto de diarios y revistas y compró una sobre Artes Marciales Mixtas.

lunes, 21 de febrero de 2011

¿POR QUÉ? Graciela Tórtora




Llegaron juntos, felices, al pequeño puerto de Bel.
La luna de miel tan soñada estaba comenzando.
Todo era asombro.
Las aguas cristalinas, los cardúmenes haciéndoles cosquillas en sus tobillos, los besos bajo el agua…
Durante la noche, la luna gigante y extrañamente amarilla reflejaba sus luces en la bahía e iluminaban sus rostros plenos de felicidad.     
Caminaron a orillas del mar prometiéndose una y mil veces amor eterno. 
Eran lindos como todo aquel que se siente dichoso ante tanto amor y tanta maravilla. Bel fue testigo de la pasión que los envolvía.
Ellos eran toda luz. Brillaban.
No pasó mucho tiempo y ella tuvo que viajar a otro puerto. Esta vez por trabajo. Esta vez sin su amor.
El calor tropical de Puerto Barrios, el ron, la cerveza, y vaya a saber qué más, la hicieron caer en los brazos de otro. Nadie.
Dejó repentinamente de brillar. Todo fue oscuridad.
No pudo soportar su flaqueza. La aventura absurda la agobiaba.
Se fue quedando sin palabras, sin miradas.
Un día, ante los cuestionamientos de él, simplemente dijo -me voy.
Fue al puerto de Buenos Aires y lloró hasta inundar el Río de la Plata.
Él se pregunta por qué. Ella también.

Graciela Tórtora ( Porteña07)

INGENIERO CHANOURDIE Por Lulú

-Usted empieza en la primera casa a deletrear Ingeniero Chanourdie y cuando termina, se le acabó el pueblo, mire.
Así fue mi recibimiento en ese pequeño caserío del desértico norte santafesino, que si uno lo busca en un mapa no sé si lo encuentra, pero allí nació mi padre. Habiendo pueblitos con nombres preciosos como Los Amores, Los Laureles o aquellos que se llaman como la mujer, la amante o la hija de su fundador, él tuvo que nacer en ése.
Preguntar quién fue el Ingeniero es, en el mejor de los casos, encontrarse con un par de hombros levantados, la boca casi con “pucherito” y un arqueo de cejas que aseguran más asombro que respuesta. Hasta es posible que, luego de un rato de ojos bien abiertos y cabecear en el aire, se escuche un “nnnsép”.
Pues bien, Chanourdie no fue un prócer de la Independencia, muy lejos de eso, apenas uno de los tantos Directores del ex Ferrocarril Santa Fe.
Insisto, más lindo hubiera sido nacer en Florencia o Margarita.
Llegué corrido por las circunstancias, que fueron dos: el cierre de la fábrica de perchas y que el patrón me pescara con mi actual mujer, que en ese momento era suya.
Todavía vivían allí mis tíos Fermín y Emilia, verdaderos ejemplos de tesón y candidez.
Convengamos que lo más importante que le ha pasado a Chanourdie fue el ferrocarril, que en paz descanse. Sin embargo, este hermano de mi padre sigue esperando que el tren vuelva y guarda en esa pequeña estación, entre otras cosas oxidadas, el farol para hacer señales, un arado, una imprenta (¿de dónde y para qué?) y una máquina de coser Singer, con su pedal y correa.
A pesar de que si suma los años que tienen sus reliquias pasan los tres siglos, mi tío piensa que todo puede ser útil. Y lo guarda.
El despoblado Chanourdie nos ofreció la vieja casa paterna que con Carola fuimos arreglando de a poco, así que durante los primeros meses vivimos con Fermín y Emilia.
La felicidad de estar juntos era tan grande que no nos importó trabajar en el campo, actividad que ninguno de los dos conocía más que por lo que enseñaban en la escuela.
El primer día, cuando apenas despuntaba el sol, fuimos con Fermín hasta la pequeña huerta, a recoger las pocas verduras y hortalizas que crecían prácticamente sin agua, mientras planeábamos si poner o no en marcha la imprenta.
De repente, escucho: “Andá que allá debajo de esos árboles hay plantitas de tomates culeros, traete algunos para la ensalada”
Me pareció que dijo lo que dijo pero cuando quise asegurarme ya se estaba yendo al gallinero a recoger huevos.
Después de acomodar en la chata los productos de su quinta, arregló el cuero de oveja, se sentó, me pidió a los gritos “¡Hacé el fuego que ya vengo!” y partió para Las Garzas a venderlos.
Con timidez, casi con vergüenza, le pregunté a tía Emilia, mientras le entregaba los tomates si era cierto que se llamaban culeros. ¿O yo había escuchado mal?
Su carcajada me dejó perplejo pero su mano en mi hombro, cariñosa, hizo que me diera cuenta de que se reía más de mi cara que de la pregunta.
-Son plantas salvajes. Crecen a la buena de Dios y la gente cuenta que hace muchos años, cuando esta tierra era fértil porque no habían talado los quebrachos, la gente trabajaba de sol a sol, sin volver a las casas. Comían asaditos en pleno campo y hacían sus necesidades debajo de los árboles. Esos son los tomates culeros, los que crecen de las semillas que los hombres siembran sin querer y forzosamente, por no tener un baño cerca.
No pude comer la ensalada.
A los pocos días le mostré la imprenta a Carola, que atribulada y sonriente se quejó de que era de la época de Matusalén.
-De Gutenberg será, le respondí condescendiente porque, claro, yo fui hasta tercer año en el Comercial y ella apenas terminó la primaria y aunque no parezca, tres años son tres años.
-Bueno, de quien sea, quise decir que es muy vieja, no te va a servir ni para imprimir los panfletos de la Comuna…
Ahora el sorprendido era yo.
-¡Así que este pueblín tiene Comuna! ¿Y vos cómo sabés?
-Porque mientras vos juntabas tomates culeros yo me fui a pasear para conocer gente. Es lo primero que uno debe hacer si quiere buscar trabajo.
Tuve que reconocer que será ignorante pero es inteligente mi Carola y encima, aguantar que me cargara con los tomates.
-¿C-c-c-cómo sabés lo de los tomates?
- ¡Jajaja! ¡Tu tío se lo contó a Emilia! ¡Por eso no comiste! Ya te vas a costumbrar. ¿Nunca te pusiste a pensar de dónde salen los huevos? O creíste que los fabrican en los supermercados…
Volví inmediatamente a la conversación sobre la imprenta, no podía soportar tanta burla.
A pesar de mi hombría y orgullo heridos reconozco, no públicamente, que la astucia de mi mujer, carne y uña con el cura y el Presidente Comunal, hizo que nuestra imprenta “La Única”, rudimentaria pero eficaz, funcionara a pleno.
En Chanourdié, Las Garzas y sus alrededores.

17/11/2008

INTRUSIÓN


Lara...

Intrusión
Alejandro Luque

Percibo recién ahora su presencia en la otra sala ya que la lluvia acaba de terminar con su inquietante repiqueteo sobre los techos. Se mueve entre las sombras, se cobija en los rincones oscuros de la casa. La sangre comienza a fluir por mis venas a una velocidad indescriptible, y el miedo que me acechaba unos minutos antes ya no existe. Siento crecer una necesidad imperiosa de desplazarme lentamente hasta el vano de la puerta. Sé que puedo estar cometiendo un grave error, pero también reconozco que no hay otra salida. Acomodo mi cuerpo, contengo mi respiración y avanzo lentamente. El espejo de pie, al fondo del pasillo, pretende asustarme con mi propia imagen y se me erizan los pelos en la piel. Me recompongo, me desplazo y gano la habitación. Mis sentidos confirman que el intruso está cerca del escritorio. Es el momento de avanzar sigilosamente para sorprenderlo antes de que sea tarde. Vestida de oscuridad soy prácticamente invisible. Inexorablemente soy. Por detrás del perchero hago el contacto visual. Me condenso. Está ahí, hurgando entre los papeles. Entonces todo deviene instinto implacable. Avanzo un poco, me agazapo, tomo ímpetu, salto y atrapo certeramente su cola con mis garras recientemente afiladas en el tapizado del sillón del living, sin hacerle daño. Aún no, porque tengo por delante toda la oscuridad de la noche para jugar con este ratón.

VIAJE INÚTIL por Lulú

¡Aghh! ¡Aghh! ¡Por fin llegué! …515, 517. ¡Ufff! Para el otro lado…515, 513, aquí está. Aghh…Aghh… Esperá que me siente, descanse, reponga un poco de aire y me contás qué hiciste hoy. O qué pretendías hacer, mejor dicho, como todos los días, porque mirá que sos insufrible vos, ¿eh? ¿Qué querés que te diga? ¿Que te felicite? Sí, ¡por supuesto que ya sé! Me contaron ni bien pregunté en qué habitación estabas. “¡Ay, qué arrojado el señor! ¡Pero qué tieeerno! Mire que querer salvar un pichoncito de paloma… Menos mal que estaba en un primer piso, que si no, no cuenta el cuento el señor… Disculpe, señora, no debí haber hecho ningún comentario.” Y yo, pura sonrisa, ¿qué podía decir? ¿Que no es arrojo sino irresponsabilidad, o peor aún, imbecilidad? ¿Que me tenés podrida? ¿Que estoy harta de atenderte, que las dietas, que la gimnasia, que cuidado de aquí, que cuidado de allá, que los controles mensuales, semanales, diarios? Total, al final el tipo hace lo que se le canta, que después viene la mujer, lo cuida y ¡oootra vuelta a la noria! Pero esta vez, basta, ni falta que hace que contestes, se terminó, conmigo no cuentes más. Te las arreglarás solito…a ver cómo hacés. Hace veinticinco años que me cuentan la misma historia de lo delicado del asunto ése del corazón y yo, estúpida, les creo. Pero como vos no creés ni en Dios, todo lo ponés en duda…Entonces, ¿qué pasa? Otro susto, otro estudio y dale que va. El señor sigue pretendiendo hacer lo que no puede, pero resulta que cuando podía, prefería la reposera. Ni abrás la boca, mirá, qué me importa, hace un montón de tiempo que ya no me escuchás, diga lo que diga. Hablo, hablo, hablo…al “cuete”. ¿Entendiste lo que te acabo de decir? Si, por supuesto que entendiste, lo que pasa es que no lo querés reconocer, creés que me tenés atada. Lo único que sabés, es decir “terminala”. Y yo me tengo que callar, por tu salud, pero a vos no te importa la mía, porque sos egoísmo en estado puro y bruto. Te conozco, mascarita. Si hasta juraría que la habitación en este quinto piso la pediste a propósito, para joderme la vida, porque sabés que le tengo terror a los ascensores. Mirame si tenés agallas y decime que no, gilún de cuarta, que fue casualidad. ¡Ah! Pero esta vez saliste trasquilado, Jorgito, porque me subí los cinco pisitos de a un escaloncito, tesorito y, sí, tenés razón (o la tendrías si te dignaras a responderme en algún momento) llegué boqueando pero no me importa, porque no te iba a dar el gusto. ¿Blanca, lívida, descompuesta? Ni ahí. Che, ¿me escuchás? ¡Mirame aunque sea, tarado! Se ve que esta vez te sedaron potente, viejo. Voy a llamar por las dudas.
- ¿Sí, señora, qué necesita?
-¿Yo? Nada, pero mi marido no me contesta. ¿Lo sedaron o, para variar, vino nadando en whisky?
-A ver… Señora, voy a buscar al médico pero, por favor, quédese sentada, si no me equivoco su esposo ha fallecido.”
-¡¡Noooo!! ¡Y encima, ahora tengo que bajar los cinco pisos, desgraciado!

DIOS DE LAS AGUAS, por Agustina Aleman

Federico Insúa era ambientalista, en el tiempo que le quedaba libre, se dedicaba a su otra pasión,el ilusionismo.
De carácter parco, la larga cabellera y la profundidad de sus ojos negros le otorgaban misterio.
Había recorrido todo el mundo, encontró paisajes inimaginables.
La naturaleza a veces se mostraba exultante, otras enseñaba los faltantes en otros puntos del orbe.
Esa noche haría una reunión en su casa, el lugar elegido sería el sótano.
Los asistentes debían asistir con vestimentas blancas, sobre un pequeño escenario había posado una pantalla, en ella mostraría distintas diapositivas de los viajes realizados, al costado una calavera de ojos como rubíes igual que la boca que alguna vez había sonreído.
Acomodó una fila de pupitres para los que quisieran tomar nota de la charla, en los candelabros las velas derramaban pequeñas lágrimas de cera, en un estante había colocado flores y sahumerios.
Antes de comenzar la disertación, cortó una flor de rosa china colocándola sobre la calavera que muda asistiría al evento, el color rojo de aquella combinaba con los ojos inertes de ese testigo que presentaría a sus amigos al final de la exposición.
Pausadamente se dirigió a ellos, brevemente los introdujo en la historia, les habló de la importancia del agua para conservar las especies.
Les contó de una tierra árida, las diapositivas dejaban ver el suelo quebrado, estaba tan lastimado que podían observarse las entrañas de la tierra, allí en el medio de la nada sobrevivía una tribu, el más anciano de los habitantes le hizo saber ,que hace muchos años ese lugar había sido un paraíso, las vertientes de las mesetas eran el sitio elegido por las aguas para caer en pequeñas cascadas, los árboles crecían, entre las ramas descansaban los nidos de las aves que lo despertaban al amanecer, de a poco la mano del hombre convirtió ese espacio en un páramo.
Federico le preguntó por qué se quedaba, el anciano le respondió que allí había nacido y ahí moriría.
Antes que el ambientalista emprendiera el regreso, le regaló la calavera, en el camino le comentó que en el fondo del océano reposaba un objeto de forma indefinida, cubierto de piedras preciosas, quien lo encontrara debería subirlo a la superficie y venerarlo, de esa forma volvería el líquido elemento que permitiría la sobrevivencia de la humanidad, el nombre era Bulane, dios de las aguas.
La conferencia había concluido, el amanecer pintaba de rosados y grises el cielo, Federico decidió sumergirse quería encontrar la escultura cubierta de piedras, era necesario que todos tuvieran algo tan elemental como el agua.
Los periódicos de la mañana, daban la noticia en primera plana, el conocido ambientalista Federico Insúa estaba desaparecido.
Aún no se sabe si logró su objetivo, todos sin importar la religión que profesan, oran por su regreso.

http://www.youtube.com/watch?v=YEDSWurtngk

Agustina Aleman

LA MUÑECA CHAMUSCADA, por jmorelli


Hace muchos, muchos años, cuando el tiempo aún no era ese mocito apurado que es hoy sino apenas un gurí de pañales que gateaba, cuando los días eran eternos y las noches aún más, los hombres levantaron un refugio. En los faldeos de la Pampa del Tabolango, justo en el cruce de las huellas que van a Chile y al Norte, construyeron corrales de piedra y un reparo chiquito de madera gruesa, sin ventanas y puerta estrecha, que carreteros y gente de arria usarían para capear temporales.
La noche de su inauguración, cuando el sol se escondió detrás del Ande, un jolgorio se enseñoreó en el refugio: tablón largo, cajones de madera, asado cocinándose en el hogar, vino nuevo áspero y picante, agüita fresca de manantial, guitarras punteando cuecas y tonadas y doña Luna mostrándose entera y brillante en el cielo. ¡Una divinura! Aquella noche, al reparo, dos mocositas jugaban entre sí. Una de ellas, vivaracha y despierta, codiciaba la muñeca de la otra, que era más mansita y sumisa, pero no boba. “No vayas a resfriarte, le decía la muy pícara, ponte un abrigo. Yo te tengo la nenita...”, pero la otra, encendida de colores por el calor, se aferraba a su muñeca de trapo y no la soltaba. “No gracias”, contestaba educada. Ella amaba a su pupé y no permitiría que nada le pasara. Las mocosas jugaban y al rato, otra vez. “¿Querís que hagamos que tu niñita se duerme dendeveras y le cantamos la ronda, y le hacemos la cunita? “No, gracias”, respondía la mocita de buenos modales, mientras la vivaracha se mordía los labios por no mostrar sus intenciones. Así siguieron jugando mientras las guitarras de los padres sonaban alegres y todos se entonaban con el vino. Llegó el sueño, que se coló como un ladrón, y decidieron que era hora de dormir. Trabaron la puerta y, a oscuras, se acostaron como pudieron. Las dos niñas cerca del hogar que todavía soltaba calor, y los hombres y mujeres más allá, cerquita de la salida.
La niña vivaracha esperó que la mocita se durmiera. Cuando pasó, se levantó con modales de gatito sigiloso y le quitó la muñeca que llevó a un rincón para esconderla. A la mañana siguiente diría que esa noche entró un ladrón y que se la robó, “total, que llore cuanto quiera, la niñita será mía....” pensaba y sus ojitos brillaban de emoción. Pero quiso Mandinga, relamiéndose con maldad, que tropezara con un bulto y cayera encima de un hombre que con el golpe se quejó. Su grito despertó a la mocita buena que vio a la otra niña con la muñeca en sus manos, entonces se abalanzó y ambas pelearon por el juguete. El Negro Finitud, con su cola metereta, quiso que la niña malita se quedara con el juguete. Ella, mientras la otra lloraba su desconsuelo, le dijo “mirá qui hago con tu muñeca” y la tiró al rescoldo. El trapo avivó el fuego con rapidez y todo el refugio ardió. La niñita buena salvó a la muñeca, que estaba toda chamuscada, y sus padres trataron de salvarla a ella, mientras los demás buscaban destrabar la puerta para salir, pero sólo logró escapar la familia de la niña mondaraz. La mocita buena y sus padres murieron a manos el fuego. De ellos sólo se salvó la muñeca chamuscada que la tierra se tragó, seguro, por un designio mágico de la tierna Pachamama.
Desde entonces, cuando en un refugio de montaña suenan guitarras y el sueño se cuela como un ladrón, tengan la certeza que se apersona la muñeca chamuscada, cual espíritu viviente, para alertar que no se debe trabar la puerta del refugio.

jmorelli

viernes, 18 de febrero de 2011

Donde las historias vuelan...

Nos desalojaron de nuestra casa y nos mudamos a este nuevo hogar, en la esperanza de poder contar lo que queremos cómo queremos.
¡Todos los cuenteros son bienvenidos!