jueves, 29 de marzo de 2012




AQUEL CUADRO…

Miré aquel cuadro que me transportaba a mis ideales. Después me detuve en los sauces llorones que  se intuían entre pinceladas de nostalgia y suspirando afronté el que supuestamente sería mi destino, estar en constante lucha con los matices que la aurora pintaría en mi mente, lienzo sin dedicatoria concreta ni manoseada por el tiempo.

Retrocedí cinco pasos buscando la perspectiva quizá perdida por la cercanía. Respiré profundo para poder contener el canto burbujeante de mi corazón latente. Una ráfaga de aire agitó mi cabello, en ese mismo instante percibí su presencia y a continuación su mano se posó sobre mi hombro. Sentí  la emoción de lo secreto, la debilidad ante el efluvio electrizante , unos ojos posándose en mi alma  y la necesidad mutua de pasear sin mediar palabra. No sabía hacia donde me dirigía ni quería saberlo, sólo me limité a dejar entrar las sensaciones que el contacto de su piel producía en la lírica de mis sueños.

La noche se fue apoderando del día dejando a la luna como único testigo. El sonido del río se acrecentó ante la libertad de no ser visto, sus orillas se difuminaron entre hojas plateadas alborotadas por el viento del sur, cálido y coqueto. Me desvestí de razones sin sentido y  acepté la invitación que la naturaleza dedicaba a mis instintos.

Prendió el fuego de la pasión delirante de dos cuerpos que se aman con el arte de explorar el sentir mutuo. Mis pupilas comenzaron a destilar gozo, mi piel aroma de deseo y mis labios quedaron atrapados en la miel de sus besos. Las nubes columpiaron las esencias afrodisiacas, las estrellas parpadearon  al ritmo del cortejo y entre susurros los colores del amanecer brillaron en la silueta de un solo cuerpo, el suyo y el mío unidos frente a la historia de aquel cuadro.

Mónica Somosierra B.

martes, 27 de marzo de 2012

Los fantásticos libros voladores del señor Morris Lessmore









Para todos aquellos que alguna vez sintieron que un libro les tocaba el alma, les regalo esta peliculita de 15 minutos. ¡No se la pierdan! (enlace modificado, a ver si este funciona)




lunes, 26 de marzo de 2012

La tormenta


Ráfagas inimaginables de gases, polvo y radiación surgían de las galaxias en colisión. Agujeros negros, blancos y de gusano. Partículas fantasmales. Vórtices de materia y energía.

El cruzado levantó la cabeza con un esfuerzo supremo, sólo para ver la verde colina sembrada de cadáveres y cuerpos en atroz agonía. El sol golpeó su rostro como una espada, un instante antes de que la oscuridad ganara la batalla final.

Cambiantes y monstruosos campos gravitatorios tejían sus redes atrapando la luz.

La niebla del amanecer se levantaba del Nilo y las aves saludaban al viento con alegres y coloridos aleteos. Anak acercó su pequeña barca para comenzar la rutina diaria de cortar las plantas de papiro.

El espacio se curvaba y el tiempo pulsaba como un faro.

El cono nevado del volcán se veía al fin en la distancia. El desierto andino resquebrajaba la piel pero no la voluntad del reducido grupo que conducía a los niños elegidos para el sacrificio. La montaña y los dioses esperaban.

La expansión del universo aceleraba la destrucción del vacío, ese concepto inabarcable.

Las bases lunares habían crecido en los últimos treinta años. La colonización de Marte aumentaba sus demandas, y nuevos saltos estaban en proceso de ejecución.

La materia oscura se desplazaba como un líquido viscoso,

El cabo Ordoñez fue el primero en ver la polvareda. Los gritos y las corridas anunciaban el entrevero con la indiada que se negaba a abandonar esos territorios fronterizos y “dar paso a la civilización”.

Estrellas binarias enloquecidas giraban en un duelo de tentáculos energéticos y plasmáticos.

Finalmente, Venecia y su historia naufragaban. El olvido comenzaba su lento recorrido.

Galaxias enteras colapsaban y supernovas destellaban en todas direcciones. El tiempo y el espacio se entrecruzaban perdiendo identidad.

Los dinosaurios comenzaban a poblar el planeta, mientras sofisticados sistemas de propulsión intentaban alcanzar la velocidad de la luz. Estallaba la Primera Guerra y el Imperio Romano se desmoronaba en tanto Krakatoa volaba en millones de pedazos. Simultáneamente la vida surgía del mar y una nave abandonaba el Sistema Solar en el preciso instante en que su último habitante abandonaba Machu Pichu y un asteroide se precipitada oscureciendo totalmente el cielo iniciando así una nueva glaciación. Pablo terminaba el colegio secundario. Aramís estrenaba un florete reluciente. Huarma pescaba en su bote de esterilla en el lago Titicaca. Hurfff fabricaba una punta de pedernal. Laika moría en el Sputnik. Y las naves volaban, Ordmm descubría el fuego, Naomi brillaba en la pasarela, se construían las pirámides en África, las ciudades se levantaban y volvían a derruirse y otras se erigían sobre sus ruinas y luego otras, y otras, y otras…

Espacio y tiempo. Vértigo colosal de dimensiones imposibles. La tormenta estallaba con la furia del infinito volatilizando los postulados de la eternidad.

El ser percibió la falla generalizada del sistema. Ni siquiera intuyó la presencia de una partícula infinitésima y azul confinada en un fondo negro con manchas lechosas. Simplemente tomó el tiempo y el espacio y los volvió a comprimir en un punto minúsculo. Los guardó en un recipiente con cerradura. Se tomaría un descanso. Luego, una decisión.


Publico un cuentito para ver si empezamos a reactivar el blog. Abrazos


miércoles, 14 de marzo de 2012

Dia de la mujer




Comparto con ustedes este texto de Simone Seija Paseyro, una escritora uruguaya





Cuando las Cabezas de las Mujeres se juntan alrededor “del fuego”
Simone Seija Paseyro, Uruguaya

Alguien me dijo que no es casual… que desde siempre las elegimos. Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.

Valientes, reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan, recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan, se conduelen.

Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.

Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un examen, o para cerrar una noche de cine. Las de “venite el sábado” porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras ganas.

El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez no imaginada… y sin embargo… detrás de cada una de nosotras, nuestros ojos.

Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena. Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar.Nos casamos, nos juntamos, nos divorciamos. O no.

Creímos morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.

Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos el amor, y cuando correspondió, también la guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e inevitablemente, herimos.
Entonces… los cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca dejamos de estar.

Porque juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir.
Somos más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes.

Y en aquel tiempo también lo éramos, sólo que no lo sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me emociono.

Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay aquelarre, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como toda la vida.

Para todas las brasas de mi vida, las que arden desde hace tanto, y las que recién se suman al fogón.