jueves, 29 de agosto de 2013

¡PERDON!

Hace como dos meses que no entro al blog, nos limitaron el acceso en horario de oficina y a la noche apenas tengo tiempo de leer los mailes. Este fin de semana, si puedo, me pongo al dia con todos los textos nuevos.
Gracias por escribir!
Greis

La macetita


      Cuando vio por televisión al Sr. Juez (cuyo apellido comenzaba con Z) formulando esas declaraciones supo que el destino le proporcionaba el punto de inflexión a partir del cual todos sus problemas irían encontrando adecuada solución. 

      “Se puede tener una macetita en la casa”, dijo el Sr. Juez. A partir de allí comenzaría el cambio para Z. Toda la vida –gran parte de sus veintidós años- tuvo que arrastrar la mochila de tener que explicar el porqué de su nombre. Que mi viejo era admirador de Kafka y que mamá se oponía pero entonces papá le recordaba que ella había bautizado a mi hermana mayor sin ningún cuestionamiento y que como su apellido era Zorat por analogía mi nombre no sería K.como el personaje del libro sino Z.y que tuvo que recurrir a contactos en el Registro Civil para que le permitieran ponerme ese nombre y no tengo un segundo nombre entonces solamente soy Z. Zorat y ya me tienen podrido con sus preguntas.
       Su ira surgía de no poder entender por qué lo detuvieron cinco veces por fumar hierba en la calle sin molestar a nadie. Cinco causas judiciales. Cinco horribles experiencias compartidas tras las rejas con verdaderos delincuentes. Esa bronca se aplacaba un poco al pensar en ese chico de dieciocho años detenido por una razón similar y que fuera violado en la comisaría por un reo encerrado en la misma celda sin que nadie interviniera. Al menos él no tuvo que pasar por algo tan repulsivo. Después lo repensaba y la ira se multiplicaba. Maldita sociedad enferma y anárquica.
       Por suerte estaba el rock y el frenesí de los decibeles que ponían a prueba las mamposterías, y los dedos del violero desmintiendo su estructura ósea, y el batero escondido movilizado por fuerzas instintivas arrancando a los parches los sonidos de lejanas ascendencias africanas, y el fantástico bajo poniendo las cosas en su lugar respaldado por la autoridad que le confería su voz grave.
       Y por supuesto, la hierba. Un amigo le pasó el dato. Compró una maceta y la plantó. La colocó en el balcón. Octavo piso, vista a la calle. Vivía solo y sus ocasionales invitados no pondrían reparos, todo lo contrario.
      La regaba todos los días. Seguía al pie de la letra las instrucciones. La aireación de la maceta, la luz recibida, los fertilizantes adecuados…
      Y la planta creció. Y siguió creciendo. Más y más. Se alimentaba del aire, del sol, del smog… Z. lo ignoraba por completo. La planta comenzó un desplazamiento hacia abajo, como si fuera una trepadora en busca de un basamento más sólido para comenzar con mayores bríos el movimiento ascendente. A los dos días había atravesado el sexto piso y su volumen era varias veces el inicial. Los vecinos vinieron a preguntarle. Z. les respondió que se trataba de una planta ornamental proveniente de Asia. Al quinto día llegaba a la vereda. La gente del edificio estaba contenta porque decía que vivía en la versión local de los Jardines de Babilonia y ahora era la envidia del barrio.
      Cuando la planta devenida en enredadera comenzó a cubrir la vereda se encendió la alarma. Mientras tanto, Z. disfrutaba de la abundancia que tenía al alcance de la mano y la compartía con total generosidad.
      El asunto derivó en un problema cuando la hierba cubrió las calles y las aceras en diez cuadras a la redonda. Su velocidad de crecimiento parecía acelerarse exponencialmente. Hubo denuncias, pero la policía argumentó que no podía intervenir sin orden judicial. Hecha la presentación, la justicia ordenó el procedimiento, pero éste arrojó la conclusión de que se trataba de un cultivo hecho para consumo personal, por lo tanto no se había producido ninguna transgresión a la legislación vigente.
      La hierba no detuvo su avance. Alcanzó las plazas, las escuelas, los parques, jardines…todo lo que encontró a su paso. Cuando la ciudad entera amaneció cubierta con una alfombra verde de cinco centímetros de espesor se conformó una comisión vecinal con el propósito de ir a reclamar ante el Dr. Bigotes, Jefe de Ministros. El funcionario recibió al grupo y dio por espacio de veinte minutos una florida cátedra sobre los motivos de orden legal, político, físico, metafísico y esotérico por los cuales todo estaba bien, que era un invento de los medios y que no había nada que discutir ni ninguna razón para preocuparse.

   Entonces —mientras la hierba continuaba su crecimiento descontrolado— los vecinos decidieron recurrir a la Cámara de Diputados. Tratamiento sobre tablas, encendidos discursos televisados hasta la madrugada en que, tras la votación, se aprobó la ponencia oficialista en un todo coincidente con las verdades expresadas anteriormente por el Dr. Bigotes. Resignada, la gente apagó los televisores y comenzó a prepararse para el éxodo.
      Así fue que, buscando una escapatoria, llegué hasta aquí. Estoy en el faro del Palacio Barolo. No estoy solo. Z. me acompaña. Él me contó el comienzo de la historia. Envueltos en nubes de humo vemos como el verde avanza devorando Infierno, Purgatorio y Paraíso. Buenos Aires parece una inmensa llanura en la que los pisos superiores de algunos edificios asoman como barcos atrapados en el Mar de los Sargazos. Por suerte a los dos nos gusta cantar. Podremos incorporarnos a alguno de los nueve coros celestiales.




Notas

Las declaraciones del Sr. Juez son reales.

Palacio Barolo: emblemático edificio de la ciudad de Buenos aires. Pego aquí un fragmento de Wikipedia:

"El edificio está lleno de analogías y referencias a la Divina Comedia, motivadas por la admiración que su creador profesaba por Alighieri. La división general del Palacio sigue la estructura de la Divina Comedia, es así que el Palacio tiene tres partes, al igual que la obra de Dante: Infierno, Purgatorio yCielo (el faro representa al Empíreo). Además, la división estructural sigue en todo una correspondencia exacta y el Faro representa a los "Nueve Coros Angelicales". Uno de los planes de Barolo y Palanti era trasladar los restos de Dante al edificio, que funcionaría como mausoleo del gran poeta".



Fotografía: Agustín Faggiano http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=541168

sábado, 24 de agosto de 2013

Sombras de adioses





Apenas detrás del primer llanto,
tal vez antes,
nos arropan los adioses,
los pañuelos
que la brisa moverá
en alguna encrucijada.

Sólo soy un hombre,
uno más,
un otoño
de adioses deshojados,
de miradas perdidas en la bruma,
de nombres confundidos
en las volátiles formas
de los sueños olvidados.
Y ahora tú
me ofreces la caricia
del rocío en el verde
de la hierba,
los leños ardientes de un hogar
y el agua fresca
para mi sed nunca saciada.
Senderos gastados,
cicatrices invisibles,
esbozan figuras fantasmales
en tu mano tendida
y en el fondo de tus ojos
(o tal vez son los míos),
curvando los anhelos
en un nuevo interrogante.
Temor de adioses repetidos
levanta fortalezas
que tiemblan
inseguras y abrigadas,
en la tibieza imposible,
lejana y apremiante,
de tu abrazo.



jueves, 8 de agosto de 2013

El duende de tu son

               

           …no se ve nada bien, Anselmo. Mire, ¿ve estas manchas? La placa no miente. Esta es la historia de toda una vida de desarreglos, mi amigo, ¿cuántos eran? ¿setenta y cuatro?, no, setenta y cinco. ¿Cuántos de fumador? —hace una pausa escudriñándolo con un suspiro—. Está bien, ahora tratemos de mirar para adelante.
          —Parece que no hay mucho por delante, doctor —responde el viejo bajando la cabeza con un gesto resignado.
        —Depende de usted, ya se lo dije. El tabaco, el alcohol, la noche... son su pasaporte al otro lado, viejo. Mírese un poco: está quedando piel  huesos. Y encima, solo… en esa pensión que se cae a pedazos, comiendo quién sabe qué.
            —Tiene razón, doctor —queda un momento pensativo—. Voy a hacer algunos cambios.
            —Eso mismo me dijo la otra vez. Pero voy a tratar de creer en usted. Acá le escribí todas las indicaciones. Lo veo en un mes.
            —Si, doctor. Gracias.
La llovizna  de la fría tarde de junio lo recibe en la vereda. “¡Como se pianta la vida, cómo rezongan los años!”, susurra. “Yo siempre pienso en tango, pibe”, suele decir, y no miente; cada situación, cada lugar, cada persona, invariablemente despiertan en él una inmediata asociación con alguna letra de tango, milonga o vals conocido. Así, por ejemplo, el paisaje de Sarandí, a esa hora y con ese clima le sugiere: “Garúa, solo y triste por la acera…”, y también: “…llueve lentamente sobre tu desolación…”. Las letras se retuercen, anudan y confunden en su mente como los anhelos secretos de bailarines en una milonga. Toma San Juan, luego dobla en Entre Ríos silbando “Cafetín de Buenos Aires”  y unos metros más allá empuja sin vacilar la puerta del Napolitano. Una espesa cortina de humo y el bullicio que llega desde las mesas de billar le dan la bienvenida acostumbrada.
—¡Eh, Anselmo!, ¡Vení, arrimate! —una mano levantada le indica la mesa donde están “los muchachos” jugando al dominó mientras mezclan en sus charlas fórmulas infalibles para arreglar los desquicios del gobierno de turno con los goles magistrales de Labruna y los detalles anatómicos de la rubia que abandonó el conventillo para venirse al centro “a triunfar y olvidar el percal”.
—¿Qué tal, che? Acá se está bien. Afuera hace un frío de miércoles, y eso que hoy es viernes —dice mientras se quita el abrigo y le hace un gesto al mozo para pedirle un café. Enciende un cigarrillo, mientras intenta disimular  sin éxito un repentino acceso de tos.
—Parece que la cosa va empeorando —dice “Longaniza”, su amigo de la juventud, con un dejo de amargura.
—Dejate de macanas, si estoy hecho un pendejo. Esta noche tocamos en el salón de Varela, ¿venís?

                                               
“El duende de tu son, che bandoneón, se apiada del dolor de los demás…”. Anselmo cierra los ojos y acaricia los botones del fueye que se estira, que se empapa con la atmósfera densa de tabaco y alcohol, que suelta el aire, y vuelve a respirar mientras libera el vuelo de su voz quejumbrosa y profunda. Anselmo sueña y se deja llevar mientras Jacinto, el cantor que luce una cicatriz en su mejilla izquierda, un traje oscuro y un pañuelo al cuello, le regala sonido y expresión a los versos de Homero Manzi: “Bandoneón, hoy es noche de fandango…”. Los bailarines entrelazan sus cuerpos y hablan con la muda seducción que teje sus telarañas envolventes. Los tacos se deslizan y lanzan destellos de efímera vida en la penumbra del salón que encierra al mundo en sus cuatro paredes sin ornamentos.
        Sueña Anselmo mientras sus dedos buscan los caminos tantas veces recorridos. Y el bandoneón se le hace carne, una prolongación del alma que anuda el grito estrangulado.
            “…y puedo confesarte la verdad
            copa a copa, pena a pena, tango a tango,
            embalado en la locura del alcohol y la amargura.”
            Sueña Anselmo y siente que el poeta escribió su propia historia. Las volutas del humo de los cigarrillos dibujan aquel nombre.
            Celia.
         Y es un nombre, y un recuerdo que también es un pañuelo y la sirena de un barco que se aleja, y el viento del río marrón que se lleva su perfume y su gracia española.
            Celia.
            “Bandoneón, ¿para qué nombrarla tanto?
            ¿No ves que está de olvido el corazón?”
            Anselmo abre los ojos. De pronto la ve. Largo vestido rojo con un tajo y la insinuada maravilla de sus piernas que el aire acaricia con rumor de tango. El humo es ahora un telón que se cierra, y su imagen se desvanece.
            Cierra los ojos Anselmo y sueña aferrado al instrumento. El cantor de la cicatriz está entonando:
            “…y ella vuelve noche a noche como un canto
            en las gotas de tu llanto, che, bandoneón.”


           El frío de la pieza es una presencia que llena todos los vacíos. La luz amarillenta de una única lamparita apenas deja ver algunas fotos borrosas adornando la pared donde se apoya la cama de una plaza. Mira el reloj de la mesita de luz que le dice que son casi las cuatro. Con  suavidad deja el instrumento sobre una silla y luego abre un pequeño armario. Desde el techo de chapas llega la serenata monocorde de la interminable lluvia invernal. La botella de ginebra tiembla en sus manos mientras llena el vaso. Bebe un largo trago y luego, como si cumpliera con un rito religioso descorre el cierre de la funda y toma el bandoneón. Sus dedos, aún ágiles, comienzan a dibujar un entramado de acordes, escalas y recuerdos.
            “… Hay un fantasma en la noche interminable…” —su voz es un murmullo, una nostalgia, una herida sin cicatrizar. La naturaleza destinó a sus manos los dones que hubiese deseado para  su garganta, pero ya no le importa. Canta. Es una función dedicada a sí mismo. Canta y canta.
            “… y el bandoneón dice su nombre en su gemido…”
          El cielo no cesa de vaciar las nubes y Anselmo bebe y canta. El bandoneón vibra y se desgarra como su alma.   
          ¡Otra! —grita—. ¡La última curda! —pide. 
          Do menor —indica a sus dedos y comienza la introducción. "
        "Lastima, bandoneón, mi corazón…” —dice su voz cansada pidiéndole auxilio a los pulmones que se niegan.
“… la vida es una herida absurda…” —susurra apenas y se detiene para beber otro trago. Luego continúa:
“… pero es el viejo amor que tiembla bandoneón y busca en el licor que aturde…”.
La lluvia que golpea el techo parece completar la frase:
“… la curda que al final termine la función poniéndole un telón al corazón.”



sábado, 3 de agosto de 2013

FORTALEZAS...

Quizá tal vez, un día durante la lluvia de la tarde, mi sonrisa apacible y transparente te siga acompañando. Seguro te daré palabras, repletas de amor. Quizás también recibas el calor de mi mirada, mientras que de mis brazos surgirán los versos guardados. Quizá nada se oponga, y el mundo continúe siendo el mismo. Sería un buen momento, para ir a columpiar juntos por aquellos árboles furibundos, llenos de pasado.

                                      Allí, muy cerda de lo que el viento se llevó...

jueves, 1 de agosto de 2013

Memoria de la Madre



Memoria de la Madre
que surgió de las estrellas
en un tiempo de medidas imposibles,
recién nacido
el Hombre,
de una célula marina se levanta
y es tierra que se yergue
apenas un instante
para volver
a sí mismo,
a su naturaleza polvorienta.
La Madre lo acuna y amorosa le regala
los colores, el agua, el aire y el paisaje
le da el soplo vital, lo alimenta
y es su esencia.
El Hombre escribe una historia
paso a paso
abriendo huellas en su vientre,
sagrado vientre original
que también hiere
con espadas impiadosas
y suicidas.
Madre Tierra,
antigua Pachamama de los pueblos
dadora del maíz y de la lluvia,
dueña de la música del viento
que esculpe las quebradas,
cuando me envuelva la hora del retorno
viste de alas mi espíritu, te pido,
para alcanzar al fin altura,
entenderme con las nubes,
con  las golondrinas y los cóndores,
adormecerme después
en una gota azul de ventisquero,
para bajar sin prisa
por el camino mineral
desde el silencio de las cumbres
hasta las fuentes
donde apagan su sed  los caminantes
mientras aguardas, paciente, su regreso.



1° de agosto: Día de la Pachamama