sábado, 26 de mayo de 2012

Arte de morir

Haces de ti un hombre con lengua monstruosa
divagas casi al estero del mal,
tus garras tienen cuidado de acariciar
tu piel, que partida ya está.

El sudor de tu frente se seca al caer
y cuando cae la tierra se quema,
es que no se trata de pena, el trabajo
lo hace así parecer.

Tratas de compartir cosas con algo
y a veces quedas pegado a la pared,
los soles cambian de estado de ánimo,
la luz parece a ti temer.

Aliento, cuerpo, y prolongado letargo
entre tu "yo pasajero" y el son,
el baile tiene cuidado de danzar
con un hombre que llora en lo amargo.

Y te vas, cayendo de planeta en planeta
la última cuerda se acaba de cortar,
no puedes siquiera suicidarte, porque
el arte, te terminó de matar.

viernes, 25 de mayo de 2012

Inmortal





Cuando era inmortal
caminaba
simplemente
gastando veredas,
sueños,
zapatos,
rebeldías…
sin ninguna prisa.
Es que los inmortales,
sabes,
no se preocupan por el tiempo
y su transcurso imperceptible,
Los inmortales… ¡ja!, sólo van.
Siempre existen horizontes
para los inmortales
y aunque se precipiten soles
en la rutina tenaz
de los ocasos
la noche no consigue
alcanzar  
su materia evanescente.
Sí,
yo fui inmortal,
lo recuerdo.
Sólo ocurre que perdí
la memoria oportuna
del momento preciso,
la circunstancia,
en que dejé de serlo.
Y ahora sí,
la oscuridad me tiende
su mano impaciente
y fría
cerrando todos los caminos.

lunes, 21 de mayo de 2012

El rojo de la muerte



         —¡Antonio!¡Antonio! —el grito apremiante de su mujer lo despertó bruscamente. Se incorporó de un salto y corrió hasta la puerta. La abrió de un tirón.
         —¡No te muevas, carajo! ¡Quedate ahí o aquí mismo la achuramos! —un desconocido tenía agarrada fuertemente a Rosaura, cuyo rostro se veía desencajado por el terror. El brillo de un facón lanzaba destellos que danzaban como demonios sobre su cuello. El hombre no estaba solo; un grupo de jinetes de fiera traza lo acompañaba. Todos llevaban relucientes armas largas y montaban alazanes de movimientos nerviosos. Antonio se quedó paralizado. Su mano derecha trazó un arco en el aire en busca del cuchillo que finalmente no encontró en su cintura.
         —¡Te dije que no te movieras, perro sarnoso! —la detonación y el ruido de madera astillada se oyeron simultáneamente; la bala se estrelló en el marco, a menos de veinte centímetros de su hombro.
         Antonio miró con mayor detenimiento y recién entonces se percató de que ninguno de ellos llevaba sombrero, su vestimenta era negra y todos tenían el pelo rojizo, como el de sus caballos. Contó ocho, pero a unos cincuenta metros pudo distinguir un grupo mucho más numeroso. Delante de él se veía un amontonamiento de jóvenes mujeres a quienes reconoció enseguida: eran vecinas del poblado; entre ellas estaban las mellizas quinceañeras Rosita y Magdalena, hijas de su compadre Carballo. También había algunos niños.
         —¡Suelten a mi mujer, hijos de perra! ¿Quiénes carajo son ustedes y qué mierda quieren?
         —Acá ya no hay lugar para mugrientos —respondió fríamente el que parecía ser el jefe—. Nos quedamos con las hembras y algunas crías; ya tomamos toda la región. A los que intentan resistirse simplemente los pasamos a degüello, como a ovejas. Y no son mucho más que eso. Después quemamos sus miserables casuchas; las cenizas son más fáciles para barrer. Te doy dos minutos para que te mandés a mudar, si querés seguir viviendo. Apurate antes de que pierda mi buen humor.
         —Pe... pero... ¿Por qué? —Antonio no alcanzaba a imaginar de dónde pudieron aparecer esos extraños forajidos cubiertos de polvo y hollín, pálidos como cadáveres y de barbas desordenadas. Al fondo del camino que llevaba a la capilla, donde se concentraba el mayor número de casas, se elevaba una ancha columna de humo.
         Respondiendo más al instinto que a la prudencia se precipitó adentro en busca de su revólver.
         El alarido ahogado en sangre de Rosaura, las explosiones y su carne desgarrada por calientes metales fue lo último que alcanzó a sentir. Luego fue la nada.


         «...del río. Usted, capitán Unzué los termina de encerrar por el oeste. Que no quede uno vivo. El infierno es su lugar y hasta allá los empujaremos. La grandeza y el futuro de la Patria reclaman estos territorios y nuestra loable misión...»
         El teniente Antonio Garmendia sacudió su cabeza para alejar el recuerdo de la pesadilla que lo había torturado gran parte de la noche. «Debe ser esta fiebre que no termina de aflojar», pensó,  mientras intentaba concentrarse en la arenga del General. A pocos kilómetros estaban acampados los pehuenches del cacique Saihueque y el entrevero era inminente.
         «... la vida con valor, como buenos soldados...» continuaba el General, quien, en un gesto que le era característico se quitó la gorra buscando reforzar su parlamento con enérgicos movimientos de brazos. En ese preciso instante el sol comenzó a incendiar el horizonte.
         Antonio  miró al General con fijeza y no pudo evitar un estremecimiento: a la luz del amanecer, movida por el frío viento proveniente de la cordillera, su cabellera parecía arder envuelta en rojizas llamaradas.
         «… exterminar al salvaje para imponer a cualquier precio los valores de la civilización. ¿Se entiende?»
         El teniente Antonio Garmendia bajó la cabeza y cerró los ojos;  pensó en Rosaura y el primer hijo que ya abultaba su vientre.
«Sí, general. Se entiende», respondió con un hilo de voz.




sábado, 19 de mayo de 2012

NALU INACAYAL Y EL SUBTENIENTE

 

NALU INACAYAL Y EL SUBTENIENTE


FICCIONES E HISTORIAS DE LA PATAGONIA.

Jorge Umberto Malpeli
VIEDMA
Las frías aguas del Currú-Leuvú lastimaban las manos de las tres jóvenes mapuches aquella mañana de mayo de 1870.

Aún vírgenes, según el vocabulario civilizado, ya estaban en edad para preparar sus quillangos, sogas y tientos, botas de potro, para levantar toldos con cueros de caballos y lana cruda de oveja, y para casarse  con alguno que las pretendiera. Para pelar y ablandar los cueros de guanacos y potros, nada mejor que dejarlos varios días en el agua, en algún remanso del río; y en esa tarea estaban las mujeres.

En el silencio de la mañana solo se escuchaban algunos, muy pocos, cantos de pájaros y las palabras y las risas de las indias de tonos tan graves como sus sufrimientos.   
Una de ellas, la mayor, sintió un temblor en el  suelo.
Las gallaretas de la orilla corrieron hacia el agua y levantaron vuelo; las gaviotas coquetas en la playa, comenzaron a caminar  presurosas desplegando sus alas; y los loros barranqueros, saliendo de sus nidos, volaron sobre los acantilados.

La india se puso de pie y, colocando su mano en la frente para cubrir sus ojos del reflejo del sol en el agua, miró hacia la barda.
Una partida de soldados del 3º de Caballería al mando del subteniente Juan Serafín Freire bajaba  por la ladera oeste hacia el río, esquivando las vizcacheras, los enormes pajonales y las ramas de piquillín y chañares verdes.
-¡Malditos sean los huincas! -exclamó la india.
Las dos mujeres más jóvenes montaron en pelo  sus potros y a todo galope huyeron salpicando los sauces de la costa.
¿Porqué tengo que correr como los ñandúes si ésta es mi tierra?  -pensó y sin temor sujetó a su potro que  abandonó el trote y esperó la llegada de los soldados
-¿Quién sos? -preguntó el subteniente en lengua mapuche que había aprendido después de tanto guerrear con el indio.

-Soy Nalú -djo la mujer mirando altiva y desafiante a los ojos del oficial –hija de Inacayal, cacique de Sayhueque, Gobernador del Pais de las Manzanas.

Seguramente así sería de linda Antú Malquen, la joven hermosa que había enamorado al Sol, según contaba una  leyenda mapuche - pensó el subteniente, y a pesar de ello, ordenó a los soldados que la llevaran detenida al campamento.

Todo el resto del día permaneció Nalú atada a la rueda de un cañón.
La porción del rancho servida en un plato de cinc,  que le ofreció un soldado se la dio a los perros, que fueron los únicos que se acercaron hasta ella. Hasta su agua se bebieron.

Ya era de noche cerrada, cuando una sombra en silencio cruzó hasta  la artillería. Arrodillado, desató del arma la mano lastimada y con un abrazo  levantó a la india y la llevó a su tienda.
Era el Subteniente Juan  Serafín Freire.    
Por la madrugadas, antes de la salida del sol y el  toque de diana, la prisionera volvía a sus ataduras.

Para la  primavera otra  columna del 3º de Caballería al mando del Teniente Insay pasó por la guarnición, llevando prisioneros para Buenos Aires al  cacique Inacayal, el padre de Nalu, y al cacique  Foyel, junto a sus hermanos, mujeres, hijos y alguna chusma.

Meses más tarde, ambos caciques fueron invitados, por el Dr. Francisco P. Moreno y Clemente Onelli,  a vivir en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata. Tal vez como agradecimiento a quienes los habían recibido en sus toldos, cuando llegaron a marcar límites hasta las márgenes del lago Nahuel Huapi.
Niños y niñas fueron “colocados” en casas de familias pudientes  Los demás vagaron por Buenos Aires, o  las estancias hasta morir.                  

Años mas tardes  Inacayal  casi no se movía de su silla de anciano.

“Y un día cuando el sol poniente teñía de púrpura el majestuoso propileo de aquel edificio, sostenido por dos indios, apareció el cacique  allá arriba, en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudó su torso dorado como metal corintio, hizo un ademán al sol, otro larguísimo hacia el sur; habló palabras desconocidas y en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Inacayal moría, quizás. contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria.” Refirió Clemente Onelli en su obra Trepando los Andes.

El Subteniente Freire pidió la baja en el Ejército y junto a Nalú, hija de Inacayal, regresó  a la Pampa.

Los que transiten por la ruta 55 podrán ver su estancia: “La Nalú”, que  construyeron  entre  los dos, en tierras recuperadas. “Y amaré el ruido del viento en el trigo”
La ubicarán fácilmente: es la única donde la vista sigue al trigal hasta los eucaliptos que rodean  la casa,  con varios ñandúes, guanacos y algunos potros pintos cerca de los alambres. 

Son iguales a los que montaban los lanzas de Sayhueque, Gobernador del País de las Manzanas, al pie de la Cordillera de los Andes.

El color del trigo
El Principito
Antoine de Saint-Exupéry



















miércoles, 16 de mayo de 2012

El torbellino


           

         Clara y Pedro habían encontrado su lugar. No tenían mucho, pero era suficiente para sentir que la vida les ofrecía una oportunidad, la que vinieron a buscar a ese apartado pueblito de Misiones. Los dos pequeños, Martín –de  cuatro años- y Clarisa, de apenas siete meses, eran los dos motivos principales de la alegría que llenaba los rincones de la casa.
          La vida era buena en la chacra que habían levantado con  sus propias manos, pidiéndole prestado a la selva generosa un pedacito de suelo. El pan casero que por las mañanas ella cocinaba en el horno de barro que construyeron en el patio de tierra colorada sabía a gloria, como el mate cocido y la leche recién ordeñada.

 Y el verde de la selva.
 Y el sol pintando los colores.
 Y la lluvia refrescante del verano.
 Y el saludo siempre amable del vecino.
 Y la música sutil de la naturaleza avasallante.
              Y el humito azul de la leña ardiendo en el invierno.

            Era buena la vida más allá de las fronteras de la desconfianza, el apuro, la indiferencia, el engaño y la hipocresía.

            Un jinete vino por la noche desde el cielo montado en la tormenta. Luces y voces extrañas bajaron de las nubes, y el mundo entero giró enloquecido con el viento que destruyó  las esperanzas. El oscuro jinete de la noche se llevó a la niña, y Clara quedó abrazando el vacío. El vacío total que no llenarán las lágrimas de todas las madres de todos los tiempos.  
             Vendrán nuevas lluvias y la selva volverá a cubrir la tierra color sangre.


Basado en un hecho real

domingo, 13 de mayo de 2012

LOS OCRES DEL SILENCIO





LOS OCRES DEL SILENCIO

El silencio  adormecido
se desperezó entre ocres de otoño
con el canto soprano, lírica de deseos
lucidos bajo el plumaje de la blanca paloma.

Manos de seda acarician mi cara
dos risueños luceros penetran
mientras besan amorosamente mi alma.

Quedan tatuadas las infinitas miradas
al rociar la lluvia mi piel mojada
por la intimidad escondida
en los latidos recorridos en el lecho
donde  anidan mis sueños
como prolongación de los suyos.

Entibia la brisa  la desnudez de mis cabellos
dejándolos caer en cascada sobre el palpitar  del pecho
como hilos  irisados  que van bordando suspiros
de la pasión compartida a través de los tiempos.

Sentimientos  dibujados en papel seda,
oscilación de la dulce llama,
                                           embelesante soneto de luna
que pasea por mis venas
cuando se desperezan los ocres con el viento.

                                             Mónica Somosierra Bueno.


sábado, 12 de mayo de 2012

Yo no conocía el miedo



     El pequeño Dan pasó toda su niñez bajo la cama, se ocultaba cada vez que su padre llegaba a casa. Conoció la peor parte de la raza humana. La monstruosidad y la violencia, eran para él un fiel retrato de ese hombre, que siempre llegaba para agredir a su madre y destrozar todo lo que estaba a su paso. Dan siempre repetía en voz baja: un hombre como él no debería existir.

     Mientras pasaba el tiempo, la cama se hacía pequeña para Dan, y llenaba el armario de cajas vacías. Cuando tenía 10 años, el pequeño ya tenía más de cinco mil cajas guardadas, algo absolutamente impresionante, pero ¿para qué juntaba tanto cartón? Lucía, su hermana menor, tenía en ese entonces, cinco años, era la protegida de Dan. Él nunca permitió que su padre conociera a la pequeña Lucía, la ocultaba bajo la cama, como él lo hacía a su edad.

     Un día Lucía le preguntó a su hermano, para qué tenía tantas cajas en el dormitorio, y él le respondió que eran para construir su propio hogar. Ambos acumulaban cartones de todos los tamaños y con cinta adhesiva unían los bordes. Casi faltaba poco para terminar los últimos detalles. Dan y Lucía ya tenían el dormitorio forrado de cartón, las paredes estaban cubiertas de cuatro capas por lado, solo la puerta tenía seis capas, cada pila pegada con pegamento casero (engrudo), hecho de harina y agua caliente.

     Ambos pasaban cada noche a solas, porque su madre ya había muerto hace un año. Dan miraba a la gente de la ciudad por la ventana, deseaba deambular en el exterior de su casa de cartón, pero esperaba pacientemente que su hermana creciera un poco más. Al cumplir Lucía los diez años, y Dan los quince, se atrevieron a salir para conocer la gran ciudad. Dan encontró trabajo en una pastelería y Lucía entró a la escuela. Todo había cambiado para ellos, el miedo ya no existía.

     Conocí a Dan en una entrevista de trabajo hace cinco meses, y escuché atentamente su testimonio, cada palabra me hacía estremecer, porque su sonrisa liberaba un miedo interminable. Fue en ese entonces, cuando me atreví a preguntarle, qué era para él sentir miedo, qué sentía específicamente, y me dijo: yo no conocía el miedo, pero me dediqué toda mi infancia y adolescencia para que mi hermana jamás lo conociera.

      Llevábamos mucho tiempo trabajando juntos, Dan se convirtió en un pilar fundamental para la empresa, nos casamos a principios de este año y Lucía se convirtió en una gran amiga y compañera. Sin embargo, algo pasaba con él, últimamente se aislaba demasiado de nosotras, se encerraba en el dormitorio, y tenía un montón de cajas acumuladas en el cuarto vacío de huéspedes.

      Intenté hablar con él para preguntarle lo que estaba pasando, y me dijo que tenía que forrar la casa de cartón para que mi hijo y yo no conociéramos el miedo, yo simplemente le dije que no se preocupara, que el miedo viene inserto en nosotros, que es parte de la humanidad. Dan se alteró muchísimo y me respondió: el miedo no viene inserto en nosotros, nos enseñan a sentir miedo, pero lo peor de todo, es ver al miedo en persona. Yo solo quiero que ustedes no lo conozcan.

    No entendía nada de lo que estaba pasando, hablé con Lucía, y me contó todo lo que ustedes ya saben. Dan había cubierto la habitación de ellos con cartón cuando había muerto su madre, y quería sentirse protegido y al mismo tiempo proteger a Lucía. Fui a buscarlo para hablar con él, para decirle que lo entendía, que lucharíamos juntos, que lo amaba por sobre todas las cosas. Cuando llegué a casa, él lloraba amargamente y solo me dijo: No quiero que conozcan a mi padre.


RATSIRA

 

RATSIRA

Jorge Umberto Malpeli

Jugaban a descubrir figuras en las nubes bajas y oscuras, que como fantasmas callados  pasaban  hacia el este, cuando comenzó a llover sobre el barco y éste a moverse más. Pero ellos siguieron allí, en las reposeras,  tomados de la mano,  bajo la lluvia de groseras gotas calientes.
Tormenta de verano, solo es otra  pasajera, -dijeron y rieron al mismo tiempo.

-Quisiera morirme en  un día de lluvia -dijo Safit,  en voz alta mirando al cielo y agregó: - haberte conocido es como un rayo de sol bajo esta lluvia.

Ratsira,  acostada en la reposera de al lado, le apretó más  fuerte la mano. ¡Gracias mi amor! -dijo -¿ y entonces...  porqué hablas de  muerte?  ¿Y si no llueve ese día?  
-Lo pondré en mi testamento -contestó él.
-¡Ja! sólo los ricos  hacen testamentos -replicó la joven.
-Yo seré rico algún día  y así lo  pondré;  si el día de mi muerte no llueve, quiero que conserven mi cuerpo en una cámara fría hasta que llueva. Deseo que el agua moje la tierra por encima de mi cofre de madera,  hasta que se haga barro. Ese es el barro de donde venimos y al que vamos -aseguró.
-De allí vendrás tu -contestó ella -porque lo que es yo, te repito,  vengo de las arenas blancas de Mananjary,  donde los lémures juegan en la playa.
-¡Es un lugar hermoso!  Justo donde quiero ir a vivir -dijo Safit. En cambio  yo soy de Antananarivo.
Se conocieron cuando abordaban el buque en Buenos Aires. Ratsira tropezó en la escalera y él la tomó del brazo, que por otra parte ella  no retiró.
-¿Dónde trabajás?  -le preguntó. Ahora le había tomado la mano. Ratsira  sonrió mirándolo a los ojos.
-Por ahora estoy en el puente nueve -contestó.
-Yo en la sala de máquinas,  soy ayudante del director -dijo Safit y agregó rápidamente al ver que ya  terminaban  de subir : -Te invito a bailar esta noche ¿ok?
 -Ok, -contestó Ratsira sin pensar -¿dónde?
-A las 3, en la popa del puente 12 Tengo un lugar privado ¿Ok?
-¿En la terraza,  al aire libre,? está bien.

Al personal les estaba prohibido el acceso al boliche.
Pero la música que salía por los ventanales abiertos de la Pasha Disco Bar del puente 12,  se escuchaba perfectamente en ese rincón de la cubierta.


Era una noche estrellada, magnífica, la  luna llena brillante reflejada en el mar acompañaba al barco que avanzaba lentamente, como si no quisiera dejar  la rada.
Parecía que para todos era el momento de los lentos.
Los delfines también habían llegado en la voz de Sergio Dalma;

“Bailar pegados es bailar,
igual que baila el mar con los delfines.
Corazón con corazón
En un solo rincón...dos bailarines.”

¿Qué pájaros son ?  preguntó Ratsira señalando algunas aves que volaban sobre la cubierta.
-¡Son “Gaviotas Capucha Café”!
¿Así se llaman?
-Oui -afirmó Safit (hablaba poco en malgache) -y no las mires; si vuelan bajo sobre un  barco,  traen mala suerte y más en una  noche como ésta,  de  luna llena. Los pescadores de Madagascar dicen que  buscan los despojos humanos flotando  de algún naufragio.
-Demasiado tarde, ya las miré pero yo no creo en esas brujerías. ¿Acaso me traerán mala suerte con vos?  -preguntó Ratsira.
-Conmigo no... tal vez con otro...-dijo Safit.
¡Ja! ¿Otro? No hay ningún otro, tonto -contestó sonriendo.
Amanecía cuando ella dijo susurrando: -Creo que lloverá. ¿Vamos? Te invito a mi suite en el puente diez.
-¿Suite? -preguntó Safit incrédulo.           
-Sim,  sim, -dijo en portugués -la 1039 se desocupó ayer en Punta del Este. 


-Siempre recordaré ese número -dijo Ratsira en la mañana señalando la pantalla del  televisor que mostraba al barco cruzando el Trópico de Capricornio; 23 grados Sur; la primera vez que hicimos el amor y vos encontraste mi punto G. Me tengo que ir –agregó mientras se retocaba las ojeras nocturnas -me llevo la tarjeta. Vos podés quedarte un rato,  no mucho ¿Eh? Viene Julieta a hacer el camarote y no quiero que te encuentre aquí. ¡Ah! Esta noche no me esperes; trabajo en el Manhatan Bar del puente 5. Te digo que allí la paso bien; con Silvia y César; ella canta y él toca el piano electrónico.  Converso como puedo,  con gente de otro lado del mundo y además mucha propina. Mañana a la tarde tengo Ilhabela, desembarco a las 15. Te traeré unos cocos -concluyó-
Safit escuchó que cerraba la puerta. -No me gustan los cocos -murmuró y se dio vuelta para seguir durmiendo.

Solo quiero que sea  un novio bueno y decente, suficiente para compartir   mis sentimientos  ¿Aburrido?. No importa -pensó Ratsira caminando por ese interminable pasillo de camarotes  de números impares. 

-¿Cuál es el cocktail del día?  -era la pregunta  repetida de una pareja argentina.
-Hoy tenemos el Mambo con alcohol a  4,90 dólares. Tiene ron claro y oscuro, jarabe de mango y papaya, jugo de limón y naranja. -explicaba Ratsira.  Está rico -agregaba. O sino puede ser el Dirty Banana Shake,  que lleva banana fresca, menta y jarabe de chocolate y es más económico.       

-¿Perdón, en la noche de gala las mujeres podemos llevar trajes de pantalones? preguntaba otra.
-Puedes ponerte lo que quieras – afirmaba Ratsira -no es obligatorio ir elegante. Aunque yo personalmente me pondría todo lo que tuviera a mano  -contestaba  sonriendo.

-Signorina...¿hai qualcosa da bere ? ¿cosa mi consigli?  -otra vez el italiano ese –pensó Ratsira y agregó -Scusi.. parlo un pó di italiano...me lo puó ripetere?
-No so come dirlo...¿posso ordinare da bere?
-Mi scusi ...per favore...contestó ella.
Vorrei un antipasto y  un bicchiere di vino rosso -y agregó -¿Sei single? ¿Ti va di uscire con me stasera?
-Non riesco a capire niente -contestó Ratsira y se alejó sonriendo.

-A mi... tráigame un Yellowbird, ese que tiene ron claro, galliano, crema de banana, jugo de limón, naranja y ananá  -ordenó otro caballero señalando el menú y vos que vas a pedir -preguntaba a su mujer -Yo...una copa de vino Lugana Maiolo bien frío.

-Tenemos un camarote en la popa. Desde allí vemos la estela que deja el  barco... ¿Se moverá mucho? -preguntaba preocupada  la novia del  5044  -Y si... -contestaba amablemente Ratsira -esos camarotes son un poco saltarines, pero te acostumbrarás y la vista es hermosa.   

-Mademoiselle;  Une biêre blonde, noire,  et la note s´il vous plaît. 
-Avec plaisir monsieur.      

No solo  por las propinas, que se incrementaban en cada servicio, simplemente así era Ratsira por naturaleza;  amable, accesible, atenta y simpática. ¿Asequible y fácil para el amor, tal vez?. No, definitivamente no. 

Dos noches después, ya en su camarote, Ratsira corrió el espejo, digitó  su  clave y abrió la puerta de la pequeña caja de seguridad. Extrajo su arca de madera, como le gustaba llamarla, y guardó las propinas que había recogido en esos días. Había euros, dólares, reales, pesos argentinos, monedas y papeles. Esta vez no las contó. Calculó mentalmente el monto aproximado de su tesoro. Ahorraba todo  lo que recibía; hasta  su remuneración mensual en dólares cuando estaba en América y en euros cuando el barco navegaba por  Europa.
Cerró sus ojos, apretó sus puños  y sonrió imaginando su casa  propia en Madagascar, sin preocuparse por el destino de muerte y barro.

-¡Safit!  -exclamó Ratsira al entrar a su camarote -¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?
-Julieta me abrió la puerta, solo vine a traerte una flor -dijo señalando una rosa roja colocada en un florero largo sobre la mesa del espejo. ¿Sabías que
mi nombre viene de Safiterra, que significa “el que cuida flores”? -explicó Safit.
-¡Es hermosa! -dijo Ratsira, y agregó -te has ganado el amor de una princesa. Mi nombre era el de una antigua reina de la isla -dijo sonriendo y lo besó largamente.     

En el puerto de Santa Cruz de Tenerife lo vio bajar presuroso por la escalera de estribor Antes de pisar tierra él giró su cabeza y entonces la descubrió de pie en el balcón de la suite 1039.
-Ciao Ratsira, ciao  bella,  ciao. Te veré en Madagascar -dijo.
-Ciao Safit -contestó ella.

Es fue el preciso instante en que recordó a las “gaviotas capucha café”.

¡Mi arca! -dijo Ratsira  y corrió por el largo  pasillo de números  impares hasta el ascensor. Ya el barco hacía sonar la señal de partida cuando llegó hasta su  camarote,  el numero  5000,  detrás del teatro San Carlos. Corrió el espejo, digitó su clave secreta: la fecha de nacimiento. Demasiado fácil, debería haberla cambiado  -pensó -y abrió la caja de seguridad. Nada faltaba.  En su arca,  sobre el dinero encontró  una vela rosada, que en  sus manos se transformó en una rosa roja de papel.
Entonces recordó cuando juntos vieron los trucos del mago Vitorio del Buda Bar en el  puente 5.
La apretó contra su pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. 

Mientras caminaba por la piazza San Marcos en  Venecia, se preguntó por qué guardaba el retrato de Safit. ¿Sería amor? Seguramente -concluyó.
El viaje había sido  largo, demasiado largo.

domingo, 6 de mayo de 2012

El niño olvidado




—Me olvidaste. Me abandonaste hace… ¡tanto! —le dijo el niño. Su mirada transparente no reflejaba rencor.
           —¿Qué? —se alisó el pelo canoso con expresión desconcertada— ¿Quién… quién eres?
            —Cierra los ojos. Abre las puertas de tu alma. Queda poco tiempo.
         No obtuvo otra respuesta. Pensativo, terminó de afeitarse y apagó la luz. Se vistió y salió.


            —… la orden —otro rostro y otra voz lo interpelaban ahora—. Los misiles están listos, Señor Presidente.

MI AMAPOLA





Mi  amapola…

Estrena obra,
entre jardines se esconde la amapola,
no quiere destacar sobre la verde hierba
que con mimo la arropa.
Temerosa y pensativa
dijo susurrando:
cúbreme, oculta mi color
si me ven cortarán mi vida
para ser un simple adorno de jarrón,
en el que pronto se marchitarán
mi existencia y mi palpitante ilusión.
Las rosas pizpiretas mirándola con desdén
entre ellas murmuraron:
ya te dijimos que tu libertad no se ciñe al guión,
esto es fruto de tu atrevimiento osado
que emana de  ese, tu ser,
aventurero y soñador.

Hoy representa su obra entre llantos y dolor
ve sesgada su vida, su intimidad,
lo que le dicta su corazón.
Hoy entre aplausos sonreirá
pero su alma estará volando
por el infinito de su cielo azul.

Más la dulce amapola
ajena a su entorno se evadió
volatilizada en destellos de luz,
vio que por más que quieran
siempre primará su sentir,
cantarina y alegre pasión.

En el teatro de su jardín ella sueña
echando al vuelo sus pétalos
con la brisa mañanera rociada por su sol,
dando la sinfonía de colores
para  resurgir con todo su esplendor.

Amapola, mi dulce amapola
vibra cuando sientas la brisa danzar,
corteja a las nubes con tu dulce mirar
empapándote del querer que te invade
y con exquisita sutileza recorre tus misterios
haciéndote  sentir la más bella flor…

Mónica Somosierra B.

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viernes, 4 de mayo de 2012

AROMAS EN SUEÑO




AROMAS EN SUEÑO…

Cuando el amor habita en las letras
azahares del más penetrante sentimiento
esparcen aroma por las profundas veredas
que acicalan los jardines en pleno resurgimiento.

¡Ay si tú quisieras!

Te regalaría un manto de plateas,
una lluvia de pétalos entre canelas,
el discurrir de malaquitas pulidas en aguas
por cristalinas miradas en danzas íntimas.

¡Ay si me ensoñaras!

Mi esencia sutil de esmeraldas te envolvería,
mi canto de afinada brisa perfilaría
tu silueta con tentativo sabor hecho ambrosía.

¡Ay si me  sintieras!

Se fundiría mi yo con el tuyo,
mi destilar en pálpito interno
perduraría en la eternidad del tiempo,
                                                                                  arderían mis gemidos
viéndote sucumbir en deseos
de acariciar la indómita gallardía
contenida en las yemas de mis sensitivos labios.
                                            
Cuando la poesía es lanzada al viento
queda al desnudo el ático donde se alberga
 la trova de esos velados sentimientos…

Mónica Somosierra B.