miércoles, 6 de abril de 2011

LA FLEXIBILIDAD DEL PAPEL (Viejo cuento)

-El viaje es corto pero, a veces, los viajes más cortos son los que más lejos nos llevan. Tres horas hasta llegar a Toulouse y la estación repleta de gente en estas fechas pre-vacacionales. Al tren de Sonia suben menos viajeros de los que ella preveía; supone que la mayoría aguarda los trenes de alta velocidad con destino a Madrid o a Barcelona y, en medio de este pensamiento, la palabra “destino” se le queda atascada en la garganta como una espina o una blasfemia.
Asiento 15V. Sonia se acomoda y mira por la ventanilla. Hay otro tren estacionado en la vía paralela, y una mujer que la mira desde ese tren y desde su propia ventanilla. Otro tren, otro destino y un cruce de miradas: dos vidas en colisión, dos historias que nada saben la una de la otra y, sin embargo, Sonia ha advertido reconocimiento en los ojos de esa mujer desconocida, un fondo de complicidad; quizá la otra mujer también ha notado lo mismo en la fugaz mirada de Sonia; quizá ambas saben que no van a ninguna parte, que, simplemente, se dejan llevar por un tren, por un destino…
En la malla del asiento de delante hay algo abultado, tal vez un paquete. Sonia lo saca con cuidado, con dedos de por si acaso. Los hallazgos inesperados están llenos de recelos y prejuicios, también lo conocido porque todo lo conocido lo acabamos convirtiendo en reliquia, en nuestra propia reliquia, y las reliquias causan aprensión.
Lo que Sonia tiene en su mano es un libro que algún viajero habrá olvidado pero, ¿los libros se olvidan o se quedan en alguna parte con el propósito de que alguien concreto los encuentre? ¿Los libros aparentemente olvidados son, en realidad, libros que nos esperan? Sonia no había pensado leer durante el trayecto, tenía proyectado cerrar los ojos y, a intervalos, abrirlos para mirar el paisaje que seguramente a media tarde desaparecería engullido por el temprano anochecer de diciembre.
¿A quién se le ocurre envolver las tapas de un libro con papel de periódico? A Sonia se le viene la idea de que acaso se trate de un libro impopular o socialmente incorrecto, un texto que al propietario del libro le pareció lo suficientemente agresivo o transgresor como para secretearlo con un papel cargado de noticias con seguridad mucho más atroces e inmundas que el argumento que ocultaban. Fuera como fuese, la supuesta subversión del libro queda desmentida cuando lo abre y comprueba que se trata de “Amadís de Gaula”, un clásico medieval, una novela de caballerías de aquéllas que volvieron loco a don Quijote. Sonia la leyó hace años y no va a volver a leerla ahora, no le apetece sumirse en una historia fantástica de hechiceras, espadachines, traiciones, hijos furtivos y amores contrariados. Sonia viaja hacia Toulouse para encontrarse con el remate, bueno o malo, de una historia y por nada del mundo desea convocar pésimos finales como el de los amoríos entre Amadís y Oriana. Sonia recuerda que la novela tiene en realidad dos finales diferentes: uno, el de la obra original y otro, mucho más abierto, de una versión posterior. Sería maravilloso que la vida, su vida, también permitiese distintas versiones y diferentes finales. Sería maravilloso poder escoger uno u otro pero no es posible. La única certeza es un tren que la lleva hacia Toulouse, hacia un destino ahora incierto que será uno y sólo uno, sin opción, sin espacio tampoco para su voluntad.
Esta es su realidad.
No existe alternativa.

Una historia escrita posee la flexibilidad del papel sobre la que está impresa. Una historia que se vive debería ser todavía más flexible porque no está escrita en ninguna parte y ni aun la mínima rigidez del papel le afecta.
Una historia escrita sobre un papel puede doblarse, recortarse, hacer que las palabras de arriba se mezclen con las de abajo o las del medio, o se congreguen en reuniones imposibles o cuenten otra historia totalmente diferente.
Por su parte, una historia que se vive tiene todas las direcciones del mundo para hacer transitar su argumento; tiene todos los lugares y todos los cielos para cobijarse. La mujer llamada Oriana que hace siglos vio batirse en duelo a su querido Amadís y se arrojó desde una ventana cuando su amado murió está ahora enterrada entre las páginas de un libro que Sonia tiene entre sus manos. No ha querido volver a leer la novela y, sin embargo, no deja de pensar en ella. En ellas: en la novela y en Oriana.
Si Sonia quisiese podría escribir una tercera versión y redimir a Oriana, salvarla. Podría hacer que se enamorase del caballero Esplandián, el ganador del duelo, o convencer a la hechicera Urganda de que la resucitase por medio de un sortilegio. Podría escribir cualquier final, cualquier giro que la rescatase. Sonia, al pensar estas posibilidades, siente una punzada de envidia hacia Oriana.
Una voz grabada informa de la proximidad de Toulouse y algunos viajeros comienzan a removerse en sus asientos y a preparar bolsas y equipajes. Sonia está llegando a su destino, al final, bueno o malo pero sólo uno, de su propia historia. Ha pensado depositar el libro en alguna oficina de objetos perdidos de la estación de Toulouse pero antes siente curiosidad por ver las tapas ocultas bajo el papel de periódico. Nadie va a saber que las ha retirado, que ya las está retirando con cuidado, tratando de no hacer ruido, como si no quisiese despertar a los personajes que duermen a la espera de que un lector los obligue a reeditar su vieja historia.
La carátula del libro presenta una ilustración de Amadís a caballo, espada en ristre y vestido con su armadura. Al fondo se ve la torre de un castillo pero justo en la mitad del dibujo un retacito del papel del diario está pegado, como si se hubiese secado y amalgamado con la cubierta. Sonia tira de él y logra despegarlo casi del todo, sólo resta un pedazo de apenas un centímetro que oculta el centro de una ventana de la torre.
Al mismo tiempo que la voz grabada informa de la llegada a Toulouse, Sonia puede leer las palabras del diario que han quedado pegadas en la tapa de la novela. Sobre la ventana de la torre, allí donde seguramente Oriana vio combatir y morir a su amado, la flexibilidad del papel ha querido que queden a la vista dos palabras: “sálvate tú”.

Desde el andén de la estación un hombre ve a Sonia tras la ventanilla del tren. Ha llegado a última hora, en el instante en que el tren cierra sus puertas y, con un rechinar de ejes, se pone en movimiento. Con Sonia dentro.

Una mujer sube a un tren en la estación de Toulouse. El viaje es corto pero a veces los viajes más cortos son los que más lejos nos llevan. La mujer lleva en sus manos una novela con las tapas envueltas en papel de periódico. Quiere leer durante el trayecto pero cuando llega a su asiento -15V- y el tren arranca la inunda un agradable sopor y prefiere dormitar. La mujer guarda la novela en la malla del asiento delantero y se duerme. No se despierta hasta pasadas tres horas, hasta que llega a su destino, mira por la ventanilla y en un tren estacionado en la vía paralela sus ojos se cruzan con los de una mujer desconocida que va a emprender viaje en la dirección contraria, hacia Toulouse. Antes de apearse busca y rebusca: no comprende cómo ha podido desaparecer su novela de la malla del asiento delantero.

7 comentarios:

  1. Bueno, bueno, de alguna manera tu bellísimo cuento refuerza mi teoría sobre las partículas)
    La había leído y la recuerdo, de la misma manera que recuerdo lo que me gusta (que dice mucho más de lo que dice): con la sensación tatuada en mi mente, a prueba de cualquier intento de desmemoria.
    Buenísimo. Un beso

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  2. Hola, Celia! Me dejó impresionada esa "doble" ruta, doble vía, ese ir y venir, o trasladarse sobre el mismo riel en sentidos ¿opuestos?. Será que todos estamos en ese devenir y nos vemos reflejados en otros, idénticos o, al menos, con idénticas necesidades de definición. ¿Seremos capaces de redimirnos como hacemos con los demás? Y por qué será que la primera mujer me parece muy joven y la del final (o la de la ventanilla opuesta del principio) me parece mayor...
    Me gustó mucho.
    Ale

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  3. Como papel mojado se me había adherido este cuento tuyo, Celi... de ésos que uno recuerda siempre por las imágenes que generó.
    Qué suerte que lo volviste a publicar, me encantó volver a disfrutarlo!!!
    Besotes, besazos, dos. ¿Para que mezquinar? Un montón, mejor!
    Lulú

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  4. Imposible no recordarlo Celia. Estos cuentísimos circulares tuyos, atrapan siempre, como ese ir y venir en la vida a la que estamos prendidos, inmersos en caminos y dudas y recuerdos propios y de otros que se nos hacen nuestros porque también son nuestros, y así los vivimos y de algún modo nos van constituyendo como una rueda que nos va modificando y en ese circular, entre estados de ánimo que van variando también, seguimos sin saber creo, hacia dónde, entre emociones, por rutas de palabras.
    Impecable Celi, inolvidable.
    Un beso,
    Adela

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  5. Remarcable cuento con múltiples repliegues y yuxtapocisiones. También una profunda metáfora de las direcciones que cada uno toma en la ruta guiado por íntimas convicciones. Me recordó que cuando era chico (hace milenios!) jugaba a superponer contra el trasluz de la ventana páginas de libros (toda una peripecia que solía terminar con páginas arrancadas) para anotar las coincidencias de letras en un mismo espacio. Esperaba en esa inmaculada superposición sólo posible gracias a la luz encontrar un mensaje oculto, la verdad de todas las verdades. Por aquellas épocas, también, tuve que completar el deber de leer Amadís de Gaula. Y buscando en la red hace un rato algo que me lo recordara un poco más, encontré el otro repliegue de tu historia, porque el Amadís es una superpocisión de autores y de épocas: una especie de palimpsesto que desde tu cuento continúa su oficio de oráculo.
    Un gran cuento, Vecina, de los muy tuyos.

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  6. Lo recuerdo Celi. Excelente relato que pinta la vida en un circular constante pero a su vez definitorio.


    Un bf.


    Iris.

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  7. Hola Celi. si que me acuerdo bien de este cuento, porqué me impactó todo lo que trasmite esa llamemosle "casualidad", en ese cruce de miradas. muy bello, como siempre maestra.-
    abrazos Teresita

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