¡Aghh! ¡Aghh! ¡Por fin llegué! …515, 517. ¡Ufff! Para el otro lado…515, 513, aquí está. Aghh…Aghh… Esperá que me siente, descanse, reponga un poco de aire y me contás qué hiciste hoy. O qué pretendías hacer, mejor dicho, como todos los días, porque mirá que sos insufrible vos, ¿eh? ¿Qué querés que te diga? ¿Que te felicite? Sí, ¡por supuesto que ya sé! Me contaron ni bien pregunté en qué habitación estabas. “¡Ay, qué arrojado el señor! ¡Pero qué tieeerno! Mire que querer salvar un pichoncito de paloma… Menos mal que estaba en un primer piso, que si no, no cuenta el cuento el señor… Disculpe, señora, no debí haber hecho ningún comentario.” Y yo, pura sonrisa, ¿qué podía decir? ¿Que no es arrojo sino irresponsabilidad, o peor aún, imbecilidad? ¿Que me tenés podrida? ¿Que estoy harta de atenderte, que las dietas, que la gimnasia, que cuidado de aquí, que cuidado de allá, que los controles mensuales, semanales, diarios? Total, al final el tipo hace lo que se le canta, que después viene la mujer, lo cuida y ¡oootra vuelta a la noria! Pero esta vez, basta, ni falta que hace que contestes, se terminó, conmigo no cuentes más. Te las arreglarás solito…a ver cómo hacés. Hace veinticinco años que me cuentan la misma historia de lo delicado del asunto ése del corazón y yo, estúpida, les creo. Pero como vos no creés ni en Dios, todo lo ponés en duda…Entonces, ¿qué pasa? Otro susto, otro estudio y dale que va. El señor sigue pretendiendo hacer lo que no puede, pero resulta que cuando podía, prefería la reposera. Ni abrás la boca, mirá, qué me importa, hace un montón de tiempo que ya no me escuchás, diga lo que diga. Hablo, hablo, hablo…al “cuete”. ¿Entendiste lo que te acabo de decir? Si, por supuesto que entendiste, lo que pasa es que no lo querés reconocer, creés que me tenés atada. Lo único que sabés, es decir “terminala”. Y yo me tengo que callar, por tu salud, pero a vos no te importa la mía, porque sos egoísmo en estado puro y bruto. Te conozco, mascarita. Si hasta juraría que la habitación en este quinto piso la pediste a propósito, para joderme la vida, porque sabés que le tengo terror a los ascensores. Mirame si tenés agallas y decime que no, gilún de cuarta, que fue casualidad. ¡Ah! Pero esta vez saliste trasquilado, Jorgito, porque me subí los cinco pisitos de a un escaloncito, tesorito y, sí, tenés razón (o la tendrías si te dignaras a responderme en algún momento) llegué boqueando pero no me importa, porque no te iba a dar el gusto. ¿Blanca, lívida, descompuesta? Ni ahí. Che, ¿me escuchás? ¡Mirame aunque sea, tarado! Se ve que esta vez te sedaron potente, viejo. Voy a llamar por las dudas.
- ¿Sí, señora, qué necesita?
-¿Yo? Nada, pero mi marido no me contesta. ¿Lo sedaron o, para variar, vino nadando en whisky?
-A ver… Señora, voy a buscar al médico pero, por favor, quédese sentada, si no me equivoco su esposo ha fallecido.”
-¡¡Noooo!! ¡Y encima, ahora tengo que bajar los cinco pisos, desgraciado!
Desopilante toda la historia, pero deberías firmarla al pie, o junto al título. Un abrazo
ResponderEliminar¡Aplausos Lulú! Se lee maravillosamente de corrido sin respiro acompañando el hartazgo de esa mujer, que ahora, justo cuando termina el cuento de la vida del hombre, comenzará a respirar como una diosa, aunque tenga que bajar todos esos pisos al trote.
ResponderEliminarMe encantó Luli.
Un beso,
Adela
¡Buenísimo! Bello ejemplo del mejor humor negro en un "casi" monólogo sin desperdicio. :)
ResponderEliminarBueno al menos ahora va a vivir como ella quiere.
ResponderEliminarTal vez él lo tenía merecido, ja,ja,ja... Buenisimo Lulú se lee de un tirón y esa cuota de humor negro al final es genial. Me super gustó.
Un bf.
Iris.