martes, 22 de febrero de 2011

LAS ZAPATILLAS

Viejo y solo, vivía desde hace más de treinta años en este departamento hasta que la dueña decidió no renovarme el contrato. La inminente necesidad de mudarme me obligó a la desagradable tarea de revisar mis pertenencias. Y allí en un estante oscuro, durmiendo en una caja, sucias y desgastadas, olvidadas, estaban mis viejas zapatillas.

Tengo casi setenta años. Cuando mi columna vertebral era derecha y fuerte, mi estatura era de un metro noventa y cinco; el tiempo se encargó de curvar una y achicar la otra. Como habrán imaginado, fui basquetbolista. Desde los 9 años me la pasaba rebotando la pelota en el club del barrio, tirando al cesto, eludiendo a los rivales. Era mi pasión y era todo lo que quería en la vida. El bum-bum del rebote en el piso de la cancha fue mi música preferida por mucho tiempo. Llegué a jugar en primera, representé a la provincia y luego fui internacional. Y seguí jugando hasta que, ya pasados los treinta años, me ocurrieron dos accidentes: una fractura que me impidió seguir en el básquet y mi casamiento con Carolina. Cuando me recuperé de mi fractura estaba tan enamorado de Carolina que no me importó no poder encestar triples nunca más. Luego vino mi vida sin básquet y mi vida de casado, tan desastrosa una como la otra.

Al verlas, me emocioné como el que encuentra un querido amigo al que creía muerto. ¡Cuántos recuerdos de pronto surgieron de esa caja de cartón! Aquellas zapatillas viejas y pasadas de moda como el dueño, mostrando las heridas de mil combates, con cordones deshilachados y ojalillos faltantes, acolchadas a la vieja usanza, deformadas por tanto uso, me miraban desde el fondo de su caja-sarcófago como pidiéndome que las alzara como a un niño que aun no camina. Que me las calzara como antes, para que juntos volviéramos a vivir, saliendo del encierro en que ellas y yo estuvimos durante tanto tiempo. De la caja salió un olor que era una mezcla de vahos de caucho y de aire de cancha. Sentí otra vez el ruido de rebotes en el tablero, los gritos del público, los silbatos. Todo lo que me rodeaba desapareció y yo estaba en una cancha, saltando en esas zapatillas. Que por cábala usaba y volvía a usar en cada partido. En un momento, ellas se me unieron gritando con esa su voz del chirrido de las suelas patinado sobre el piso. Sí eran ellas, juro que las escuché. Miré hacia arriba y me di cuenta de que no había ningún tablero. Bajé los brazos que levantaban una pelota inexistente. Las saqué como si fueran de cristal y las abracé. Las miré bien, viejas e inútiles como yo, porque al final fueron parte de mi vida. Y ellas no me abandonaron, al contrario yo las tenía enterradas en el estante y en mi pensamiento.


Osvaldo 

6 comentarios:

  1. Será así nomás, que la vida es esa sumatoria de instantes que se nos quedan adheridos y algunos momentos largos, y otros que tanto alargamos por los recuerdos. ¿Qué seríamos sin ellos?
    Detalles tan simples, y tan vívidos, como vividos. Me encantó Osvaldo.
    Un beso,
    Adela

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  2. Tierno, emotivo relato, Osvaldo. Soy de esa clase de personas. Que no me vayan a tirar mis cajas prolijamente guardadas con cuadernos, fotos, dibujitos de mis hijos, tarjetas navideñas y de cumpleaños del tiempo de ñaupa. Para mí son ayuda-memoria, volverlas a ver es volver a vivir esos momentos. Le pusiste una emoción que me llegó. Un abrazo

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  3. Osvaldo, éste es un cuento en el que la ternura va en aumento a medida que una lo va leyendo, que se va desgranando el recuerdo. Somos quienes abandonamos los objetos, es cierto, al menos, enlo que amí respecta. Salvo papeles, no suelo guardar otro tipo de recuerdos. ¿Será hora de empezar?
    Cariños
    Lulú

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  4. Lo que me llegó de tu relato es ese darse cuenta de que el pasado está ahí, guardado, escondido, olvidado, y que puede hacer bien, o mal: todo depende de uno. Lograste darle vida a un viejo par de zapatillas de un viejo que reencontró en ellas su vida.

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  5. Ni la magdalena de Proust consiguió lo que las zapatillas de tu protagonista. La vida en un instante, atesorada en una caja, con sus olores, sus sensaciones, sus triunfos y, sí, también con todos sus fracasos.
    Un cuento excelente, Osvaldo, y mucho más por tratar de tantas cosas (de la vida, nada menos) representadas en un par de objetos inanimados y, si embargo, animados...

    Celia,

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  6. A veces los recuerdos logran materializarse en objetos que marcaron de alguna forma nuestra vida, y los sueños vuelven con una gran ternura como en tu relato Osvaldo. Me gustó mucho, pero mucho.


    Un bf.


    Iris.

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