sábado, 26 de febrero de 2011

LA PALOMA DEL LLANTO. (C/ de José Luis) Alejandra Glauber.

Se había encadenado a la valla que circunda el edificio del Congreso Nacional, cuando se le agotaron las ganas de seguir reclamando que le devolvieran su casa, ocupada por clandestinos; y sus ahorros, depositados en el banco de la vieja Caja Nacional de Ahorro y Seguro. Atrapó el interés de algunos medios durante el noticiero del mediodía y de la noche de aquel día. Se asustó cuando se le hizo evidente que su huelga la mataría, sin transeúntes que lo advirtieran ni deudos que la lloraran, y se desencadenó. Disimulada y digna esperó y, cansada por la intemperie acumulada de su alma, se durmió agachadita contra la reja.

Protegida por un nylon, dormía sobre un colchón de goma espuma sin funda, que iba perdiendo pedacitos de esponja con cada aparición de las palomas que picoteaban las migas que ella compartía. La plaza y las ventanas del edificio oficiaban de palomar y, en bandada, la rodeaban con sus aleteos infernales mientras se disputaban el alimento que desaparecía con la voracidad del hambre compartido. Algunas parecían domesticadas porque sobre las pertenencias callejeras bamboleaban sus cuerpos en caminatas confianzudas y hasta llegaban a acurrucarse dentro de sus cuellos, quietas y alineadas como estatuas. A veces arrullaban acompañando el discurso monocorde y ya no se sabía si las incongruencias dichas por ella se escuchaban entrecortadas por su llanto senil o por el grito de las aves alocadas.

Después del primer invierno alguien le acercó una planta dentro de una cacerola enlozada y ella la incorporó a su cajón de manzanas, a su colchón y a su soga para colgar ropa que nadie sabía dónde lavaba. Las palomas esperaban mientras ella terminaba de trenzar sus canas y, en cuclillas, hundía la mano en la bolsa de pan para desgranar con sus uñas los trozos que su puño contenía hasta que decidía abrirlo y arrojaba el señuelo, ávida de compañía.

Era parte del folclore, quizás por eso no se notaban sus elementales necesidades insatisfechas ni la función interrumpida de su condición humana. Ni su olor ni su extremada delgadez molestaban porque estudios sobre las sociedades y sus comportamientos explicaban su existencia. Todos se acostumbraron y fue sólo después de una gran tormenta de verano que inundó y estropeó mercaderías de negocios aledaños, que lo advirtieron. Ella faltaba. Entonces, hubo que nombrarla. Todos la llamaron la Paloma del Llanto.

6 comentarios:

  1. Muy triste tu leyenda, Ale, pero exquisitamente escrito este tramo de la vida de la Paloma del Llanto. Un beso.

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  2. Tan fuerte lo que sucede con tantas Palomas y Palomos del llanto, Alejandra, como magnífica la forma en la que lo has escrito.

    Un beso,
    Adela

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  3. Muy pero muy triste, Ale, en cada ciudad hay Palomas semejantes, aunque las causas no sean las mismas. La indiferencia sí es la misma en todos lados.
    Besos
    Lulú

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  4. Hermoso relato Alejandra, una historia que al leerla quisiéramos que fuera sólo un cuento más. Sólo un deseo. Me gustó mucho.


    Un bf.


    Iris.

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  5. Excelente cuento, Ale. Exquisitamente contada la historia y retratado el personaje. El final es estremecedor: la que formaba parte del paisaje cotidiano, aquélla en la que nadie reparaba porque estaba siempre ahí, fue bautizada cuando faltó. Como en el caso de las cosas, también las personas adquieren su mayor grado de identidad cuando faltan.

    Celia,

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  6. Ale, este es un relato magnífico, actual y conmovedor. La ausencia que pesa más que la presencia.

    Beso,
    Ali Nuri.

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