-Usted empieza en la primera casa a deletrear Ingeniero Chanourdie y cuando termina, se le acabó el pueblo, mire.
Así fue mi recibimiento en ese pequeño caserío del desértico norte santafesino, que si uno lo busca en un mapa no sé si lo encuentra, pero allí nació mi padre. Habiendo pueblitos con nombres preciosos como Los Amores, Los Laureles o aquellos que se llaman como la mujer, la amante o la hija de su fundador, él tuvo que nacer en ése.
Preguntar quién fue el Ingeniero es, en el mejor de los casos, encontrarse con un par de hombros levantados, la boca casi con “pucherito” y un arqueo de cejas que aseguran más asombro que respuesta. Hasta es posible que, luego de un rato de ojos bien abiertos y cabecear en el aire, se escuche un “nnnsép”.
Pues bien, Chanourdie no fue un prócer de la Independencia, muy lejos de eso, apenas uno de los tantos Directores del ex Ferrocarril Santa Fe.
Insisto, más lindo hubiera sido nacer en Florencia o Margarita.
Llegué corrido por las circunstancias, que fueron dos: el cierre de la fábrica de perchas y que el patrón me pescara con mi actual mujer, que en ese momento era suya.
Todavía vivían allí mis tíos Fermín y Emilia, verdaderos ejemplos de tesón y candidez.
Convengamos que lo más importante que le ha pasado a Chanourdie fue el ferrocarril, que en paz descanse. Sin embargo, este hermano de mi padre sigue esperando que el tren vuelva y guarda en esa pequeña estación, entre otras cosas oxidadas, el farol para hacer señales, un arado, una imprenta (¿de dónde y para qué?) y una máquina de coser Singer, con su pedal y correa.
A pesar de que si suma los años que tienen sus reliquias pasan los tres siglos, mi tío piensa que todo puede ser útil. Y lo guarda.
El despoblado Chanourdie nos ofreció la vieja casa paterna que con Carola fuimos arreglando de a poco, así que durante los primeros meses vivimos con Fermín y Emilia.
La felicidad de estar juntos era tan grande que no nos importó trabajar en el campo, actividad que ninguno de los dos conocía más que por lo que enseñaban en la escuela.
El primer día, cuando apenas despuntaba el sol, fuimos con Fermín hasta la pequeña huerta, a recoger las pocas verduras y hortalizas que crecían prácticamente sin agua, mientras planeábamos si poner o no en marcha la imprenta.
De repente, escucho: “Andá que allá debajo de esos árboles hay plantitas de tomates culeros, traete algunos para la ensalada”
Me pareció que dijo lo que dijo pero cuando quise asegurarme ya se estaba yendo al gallinero a recoger huevos.
Después de acomodar en la chata los productos de su quinta, arregló el cuero de oveja, se sentó, me pidió a los gritos “¡Hacé el fuego que ya vengo!” y partió para Las Garzas a venderlos.
Con timidez, casi con vergüenza, le pregunté a tía Emilia, mientras le entregaba los tomates si era cierto que se llamaban culeros. ¿O yo había escuchado mal?
Su carcajada me dejó perplejo pero su mano en mi hombro, cariñosa, hizo que me diera cuenta de que se reía más de mi cara que de la pregunta.
-Son plantas salvajes. Crecen a la buena de Dios y la gente cuenta que hace muchos años, cuando esta tierra era fértil porque no habían talado los quebrachos, la gente trabajaba de sol a sol, sin volver a las casas. Comían asaditos en pleno campo y hacían sus necesidades debajo de los árboles. Esos son los tomates culeros, los que crecen de las semillas que los hombres siembran sin querer y forzosamente, por no tener un baño cerca.
No pude comer la ensalada.
A los pocos días le mostré la imprenta a Carola, que atribulada y sonriente se quejó de que era de la época de Matusalén.
-De Gutenberg será, le respondí condescendiente porque, claro, yo fui hasta tercer año en el Comercial y ella apenas terminó la primaria y aunque no parezca, tres años son tres años.
-Bueno, de quien sea, quise decir que es muy vieja, no te va a servir ni para imprimir los panfletos de la Comuna…
Ahora el sorprendido era yo.
-¡Así que este pueblín tiene Comuna! ¿Y vos cómo sabés?
-Porque mientras vos juntabas tomates culeros yo me fui a pasear para conocer gente. Es lo primero que uno debe hacer si quiere buscar trabajo.
Tuve que reconocer que será ignorante pero es inteligente mi Carola y encima, aguantar que me cargara con los tomates.
-¿C-c-c-cómo sabés lo de los tomates?
- ¡Jajaja! ¡Tu tío se lo contó a Emilia! ¡Por eso no comiste! Ya te vas a costumbrar. ¿Nunca te pusiste a pensar de dónde salen los huevos? O creíste que los fabrican en los supermercados…
Volví inmediatamente a la conversación sobre la imprenta, no podía soportar tanta burla.
A pesar de mi hombría y orgullo heridos reconozco, no públicamente, que la astucia de mi mujer, carne y uña con el cura y el Presidente Comunal, hizo que nuestra imprenta “La Única”, rudimentaria pero eficaz, funcionara a pleno.
En Chanourdié, Las Garzas y sus alrededores.
17/11/2008
Aplausos, de entrada Lulu, disparaste un cuento
ResponderEliminarde aquelos, los del campo, los que tienen que
ver con la historia y desarrollo de muchos pueblos del interior. Lo de los tomates "culeros" lo conocía ¡jajaja! las cosas
que debemos comer hoy día y chitos la boca, como los tomates de los super, con piel gruesa
como la del sapo, creo que me quedo con los culeros. Carola la tenía clara, el cura y el Pte. Comunal.
Y no hablo más de este cuento magnífico.
me ha encantado.
Un beso,
Martha
¿Cómo no recordar este cuentísimo cuentazo Lulú? De los tomates culeros, de la simpleza y la sabiduría, del aislamiento que tanto ha hecho que se desarrolle el ingenio en tanto pueblito de este pueblo Argentino. Una maravilla que sí, alegra la vida y a la vez conmueve.
ResponderEliminarUn beso,
Adela
¡Qué buenísima historia, Lulú! Me morí de risa con lo de los tomates culeros y su origen... ¡jajaja! Maravillosa y simple, como el campo mismo. Un beso!
ResponderEliminar¡Me encantó! Tu cuento me transmitió la ternura y la frescura de la gente del campo, del interior, con sus historias y su humor desencajado y bien poco urbano. Por otro lado, me pareció que te soltaste a escribir "mirando con deleite" el lugar, la atmósfera y los personajes. Muy bueno.
ResponderEliminarSos genial para describir y escribir estas historias de campo Lulú, entretenidas, con la chispa necesaria para no aburrir al lector. En cuanto a lo de los "culeros" creo que paso. Me super gustó.
ResponderEliminarUn bf.
Iris.