Ponía el despertador a las cinco y media y automáticamente se despertaba porque si se quedaba en la cama, no se iba a levantar por lo menos hasta las once. Prendía una hornalla y ponía el agua a calentar. Encendía la radio. Iba a hacer pis. Luego se miraba en el espejo sacando la lengua para afuera. Se lavaba los dientes. Volvía a la cocina se preparaba un café cortado con un centímetro de leche y se comía unas galletitas de agua con mermelada. Prendía el primer cigarrillo del día. Miraba la hora y se desesperaba. Se estaba haciendo tarde. Todas las mañanas pasaba lo mismo. Era lento, muy lento. Prendía la ducha y metía de cabeza bajo el agua para despabilarse. El baño debía ser rápido, pero cuando el agua le caía por todo su cuerpo, era como un manantial que lo arrullaba y entrecerraba los ojos con somnolencia. Inmediatamente un cabeceo, hacía golpear su cabeza contra el azulejo y se despertaba rápidamente. Se secaba, se ponía desodorante, el mismo perfume de siempre, se peinaba sacudiendo su cabeza de un lado al otro , mientras las gotas del pelo, chorreaban por el espejo y las paredes. Salía corriendo para hacer las cinco cuadras que lo separaban del subte. Llegaba junto con el convoy. Se sentaba cuando tenía suerte y de inmediato el ronroneo monótono sumado al calor del ambiente, lo hacían cabecear. Literalmente se dormía muy profundo, así estuviese parado, y soñaba lo que no había soñado durante la noche.
Pero ese día, viernes 2 de mayo, no se durmió. Tuvo una sensación extraña, que si le preguntaban no hubiese sabido explicar cómo era. Sentía que llevaba cosas de más en su maletín.
Una señora, que por increíble que parezca se bajó a las tres estaciones de haber subido, le dio espacio para sentarse y revisar su desvencijado portafolio. Estaban los folletos, estaban los papeles carta con su nombre, las lapiceras de diferentes colores, sus tarjetas y la laptop. La abrió con pereza y lo primero que vio fue la imagen de Lucía sonriendo.
Lucía ya no estaba en su vida. Se había casado con Manuel el miércoles 30 de abril. Hacía menos de dos días. La fiesta había sido maravillosa y ella estaba radiante, como toda novia que se casa con el hombre que ama y que además es un ganador en la vida.
Él, Francisco, ¿qué era en definitiva?. Un tonto empleado de la bolsa, que alquilaba un mono-ambiente, que ni siquiera tenía auto, que recién ahora estaba empezando a asomar la cabeza, un luchador, eso sí, pero todavía le faltaba mucho camino por recorrer.
Estaba hablando de envidia. Manuel no era mucho más que él, pero había enamorado a Lucía con su sonrisa, su buen humor, ¡bah! porque sí.
Se preguntó por qué guardaba ese retrato. El viaje fue largo hasta llegar a Catedral, como nunca antes en su rutina diaria. Había tomado la decisión y en 9 de Julio pulsó cambiar fondo de pantalla. Una foto de una playa apareció por arte de magia. Volvió a sacudir sus pelos de un lado al otro. Sonrió. Se bajó en Catedral, prendió el segundo cigarrillo del día, miró la hora y se dijo que se merecía un café como Dios manda.
Hay varios aspectos en la rutina de tu Francisco con los que me identifico mucho. Tu instantánea refleja muy bien que los estados sombríos en los que solemos sumergirnos dependen de un simple gesto bien determinado para eliminarlos. Quizá Ferancisco no lo sepa, pero con ese gesto su vida comenzará a tener otro sentido.
ResponderEliminarMe pareció bien usado el componente del sueño ahogante para remarcar el pesar de fondo.
Fijate: "Prendió la ducha", el prendió me chocó, ¿fue expreso?
La vida de un hombre rutinaria como tantas Gra, pero le diste al relato el condimento de un ser que decide en ese cambio de pantalla, también un cambio de vida. Excelente relato. Me gustó mucho pero mucho.
ResponderEliminarPerdón otra vez Gra, por colgar mal mi cuento.
Un bf.
Iris.
Decididamente, el hombre necesitaba unas vacaciones en alguna playa, aunque fuera un fondo de pantalla. Magnífica instantánea de un tipo que teme a los cambios, que se aferra a la rutina y no se da cuenta que se pierde muchas cosas en su vida, justamente por ser tan "buenudo". Un beso, me encantó "espiar" a tu Francisco.
ResponderEliminarSe lee de un tirón Graciela. Cada movimiento de Francisco. Y las sensaciones todas, se perciben totalmente claras. Y en ese asumir lento la sumatoria de factores, el detonante por la pérdida —de lo que acaso ni era— y que ya no hay más Lucía, el punto de inflexión y el cambio. Realísimo.
ResponderEliminarUn beso,
Adela
Me pregunto si el cambio en la rutina fue la sustitución del fondo de pantalla o la decisión de tomar ese café... Me gusta pensar que borrar la foto de Lucía fue el disparador pero que el auténtico cambio en la rutina se produjo a partir de esa parada para tomar un café. Y es que los grandes cambios vienen a partir de acciones minúsculas...
ResponderEliminarMuy buen ritmo el de tu cuento, Gra, es imposible, además, no sentirnos identificados de algún modo con el protagonista,
Celia,