domingo, 15 de mayo de 2011

UN MUNDO INCONSCIENTEMENTE PARALELO. (Graciela Tórtora)





UN MUNDO INCONSCIENTEMENTE PARALELO







Emilia creció sin saber quienes eran sus padres. La dejaron en la puerta de una iglesia a los pocos días de nacida. El invierno era cruel y sobrevivió gracias a un perro que alertó al cura de que algo extraño pasaba en la puerta de su casa. Estaba apenas cubierta con bolsas de plástico y papel de periódico. Lloraba desesperadamente por el frío y el hambre que sentía dentro de esa caja de zapatos donde la habían abandonado.







Emilia trabaja en una multinacional como asistente del Gerente General de la empresa. Quiere ser administradora de empresas y estudia con mucha dedicación en la U.B.A. Es callada y seria. Nadie conoce nada sobre su vida. No sacan palabras de su boca ni con sacacorchos.







Emilia fue recogida por el sacerdote que la entregó, como era su obligación, a la justicia. Sufrió hambre y frío en el internado, hasta que a los cuatro años fue adoptada por un hermosa familia que le dio educación y cariño. Pero Emilia recordaba en su entrañas el hambre y el frío. Lo llevaba adentro y ella no sé explicaba cómo podía sentir esa sensación de frío siempre. Se arropaba en su cama en invierno y verano. Odiaba todo lo plástico y nunca supo el por qué. Si le daban un vaso plástico para tomar su leche, decía que se ahogaba al tragarla.



Siempre estudiaba para ser la mejor alumna y lo consiguió. Abanderada en primaria y secundaria. Sus padres estaban orgullosos de ella. Fueron padres honestos que nunca le mintieron sobre su origen y nunca le negaron la posibilidad de encontrar su historia, pero ella siempre se negó a esto. Tranquilos, Juan y Elena, sus padres adoptivos, pusieron todas sus energías en darle apoyo su querida hija. La vieron crecer fuerte y segura. Vivían en un hermoso departamento en Villa Devoto, donde Emilia se crío sin darles problemas. Tuvo todos los juegos de acuerdo a sus pedidos y a su edad. Problemas económicos no existían en la familia. Juan era contador en una importante empresa americana establecida en el país hacía muchos años, y Elena era odontóloga y tenía su propia consultorio a pocas cuadras de su casa. Susana, que hacía las veces de cocinera, doméstica y niñera fue quien cuidaba a Emi, cuando volvía de la escuela. Para Emi, era una amiga muy importante que la escuchaba, la mimaba y le daba de comer. Sus amigos eran los de siempre, los hijos de los vecinos, los hijos de los amigos de sus padres, sus compañeros de estudio, que algunos se fueron quedando y otros fueron cambiando cuando entró en la universidad. En el trabajo no hizo amigos. Le molestaba que la criticaran. Sí. La criticaban porque que no se maquillaba, nunca se pintaba las uñas aunque vistiera bien y elegante. Era demasiada intromisión en su vida personal. Y no lo aceptaba.



En los veintidós años que tenía Emilia, jamás escuchó un grito o una mala reacción de parte de sus padres ni de Susana. Era toda paz en la familia Santos. Su familia.



El 13 de mayo de 2005 se recibió de Administradora de Empresas. Juan y Elena hicieron una fiesta enorme para festejar el triunfo de su hija y le regalaron un auto cero kilómetro. Emi estaba feliz y les dijo a sus padres que no iba subir al auto hasta que no tuviera el permiso para conducir. Elena se sintió apenada, porque pensó que por lo menos se sentaría la volante, pero ya estaba acostumbrada a las rarezas de Emilia. Hizo el curso para sacar su carnet de conducir y cuando lo consiguió los invitó a sus padres a cenar a un lugar elegante para poder estrenar el auto. Le pasó algo extrañó cuando subió. Sintió frío y sensación de ahogo. No le dio importancia y condujo sin tener problemas. El auto era maravilloso y ella estaba segura sus condiciones como conductora. La comida corrió sin problemas. Sus padres tomaron vino, ella gaseosa porque sabía que no debía beber si iba a manejar, comieron sus platos preferidos y luego partieron de regreso a la casa. Tomarían un champagne para festejar. En el camino, Elena, le regaló a Emilia un set de maquillaje. Le dijo que la quería ver más femenina y que le encantaría que algún día le presentase un novio. Juan la reprendió y le dijo que no la apurara a Emi, que tenía toda la vida por delante. Mientras ellos discurrían sobre el tema, Emilia volvió a sentir esa especie de angustia rara, inexplicable que le hacían sentir el auto y el plástico de sus asientos. Empezó a sentir frío y prendió la calefacción. Sus padres pararon la conversación inútil que estaban teniendo y le dijeron que hacía calor, pero ella alegó que sentía frío. Juan y Elena callaron. Cuando llegaron a la casa abrieron el champagne, brindaron por el futuro de Emi y sus padres le agradecieron a la vida tanta dicha. Antes de retirarse a sus cuartos, Elena no se olvidó de recordarle, entre risas, que el set de maquillaje era también para ser usado.







Emilia llegó a su dormitorio. Se desvistió se dio un baño bien caliente y se arropó con un pijama bien abrigado. Sabía que era noviembre, y que no hacía frío pero ella sentía un frío interno que no la abandonaba jamás. No tenía sueño, no tenía ganas de leer ni de ver televisión. Se acordó del set de maquillaje. Se levantó y lo abrió. Tenía de todo. Sombras para los párpados, diferentes tipos de pintalabios, dos tipos de correctores de ojeras, delineadores negro y café, una gama de diferentes rubores, polvos secos y volátiles, cuatro colores de bases de maquillaje, dos tipos de embellecedores de pestañas y tres colores de esmaltes de uñas. Empezó a probarse la base que le parecía más adecuada, se aplicó el corrector de ojeras, el polvo, el rubor, el delineador, el rimel y por fin el labial. Era otra persona. Se miró las uñas y eligió un rosado suave. Se las pintó con esmero. Empezó a sentir ahogo. Se miraba al espejo y se sentía de plástico. Sobre todo el esmalte. Sus uñas le daban la sensación que se asfixiaban y la asfixiaban. Se miraba en el espejo, miraba sus manos y era peor la sensación de asfixia. Se acordó del auto nuevo. La misma sensación. Bajó al garaje. Subió al auto. La asfixia era mayor. Empezó a rasgar el plástico que cubría los asientos con desesperación. Tenía un frío tremendo. Prendió la calefacción. De repente vino a su mente la imagen de una niña abandonada envuelta en plástico y papel periódico. Fue una décima de segundo, como un rayo cruzando su cabeza. Se río a carcajadas porque ahora entendía todo. Era ella. Podría deshacerse de sus problemas porque sabía los porqués. Lloraba de alegría y de tristeza. Era una mistura rara de sentimientos lo que sentía. Debía vencer el miedo al plástico, debía vencer el frío. Cambió la calefacción por aire acondicionado. Agarró con fuerza un pedazo del plástico del auto, lo enroscó alrededor de su cabeza y sintió que era libre. Pensó que las lágrimas eran todas iguales, tanto las de alegría como las de tristeza e hizo un nudo alrededor de su cuello para probar que nunca más tendría frío ni miedo al plástico, mientras sus lágrimas empañaban todo. Pero la sensación de ahogo era mayor. El plástico, entre su respiración agitada por el llanto y la emoción se le adhería aún más en el rostro y Emi se dio cuenta de lo que estaba pasando. Trató inútilmente de deshacer el nudo. Sus manos no le respondían. Eran sus uñas pintadas, pensó, porque también se estaban asfixiando.







Un vecino la encontró a la mañana muerta. Nadie supo nunca el porqué del suicidio. Nadie supo que en realidad Emi, estaba queriendo comenzar a vivir.

6 comentarios:

  1. Excelente relato Gra. El dolor y el desamparo acompañan de por vida a una Emilia que sin saberlo lucha para erradicarlos. Hay cosas materiales que marcan la existencia de una persona. Vos lo ejemplificaste muy bien con ese plástico que terminó con su vida. Buen relato, bien escrito Gra. Me super gustó.

    Un bf.
    Iris.

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  2. Lo que uno vive de niño nos marca sin dudas...
    como lo hizo con la protagonista de tu cuento.
    Excelente Graciela, me ha encantado.
    Cariños.
    Mercedes.

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  3. Graciela, este es un relato durísimo. Los misterios de la mente sobresalen aquí demostrando que las cosas que nos marcaron de pequeños, al llegar a la adultez vuelven a aflorar y está en nosotros vencerlos, elaborarlos y no permitir que algunas de esas cosas nos vuelvan a dañar. Volvé a pegar la ilustración, creo que sería bueno para completar el cuento. Un beso.

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  4. Una historia terrible Graciela. De las marcas que a fuego se imprimen en la historia lastimando así de hondo a una víctima mucho más que inocente, no siempre se puede salir. Trágico resulta que, en un caso como este, cuando ya Emilia había probado que voluntad no le faltaba para salir de ese pasado desconocido, al intentar liberarse, es esa maldita marca, que no vemos pero que ahí está, la que la ahoga.
    Se lee de un tirón Graciela, y resulta totalmente desolador.

    Un beso,

    Adela

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  5. Terrible relato, excelente narración

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  6. ¡GUAU! No había leído este cuento, Graciela. Es impresionante. ¡FELICITACIONES!

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