sábado, 11 de junio de 2011

EL PURA ESPUMA

EL PURA ESPUMA.

Si arrastre por este mundo, la vergüenza de haber sido,
y el dolor de ya no ser, bajo el ala del sombrero,
cuantas veces, embozada, una lágrima asomada,
ya no pude contener...

Como casi siempre ocurre en estos casos, la trenza vino por una cuestión de polleras.
Aunque algunos dijeron, sólo para justificarlo, que fue un malentendido del Evaristo Gatica. Yo creo que no.
No me pondré del lado de uno o del otro y trataré de contar los hechos tal como me los relató mi entrañable amigo, Tito Saúl, que sabía andar de mercachifle cargando sus mágicas canasta de mimbre por esta zona. Una vez cometí el pecado de comprarle algunas baratijas para regalar y desde entonces me acosó con sus jabones de olor y frascos de agua florida. Y cortes de telas, por supuesto.
Por aquellos años saliendo del centro de Viedma hacia el sur, había un barrio que, no tengo ningún empacho en decirlo, no era peligroso para extraños y forasteros, siempre que tuvieran el esmero de presentarse con anticipación y manos limpias a los “taitas matones” del lugar, que eran quienes regenteaban toda clase de negocios turbios y obtener así el pase.
Después de la guerra civil española, llegó al barrio Manuelita Caamaño, una linda española, raramente alta, de tez blanca, cabellos y ojos muy negros. Su tía, Francisca Martínez viuda de Caamaño, como le gustaba firmar, dijo que era de Galicia, precisamente de Pontevedra, sin agregar nada más. Sin embargo, la niña, lo supe por otras vías, había llegado proveniente de las hermosas calas de arenas blancas y árboles que llegan hasta el mar, llamadas playas Mean. Pero para no abundar en explicaciones incomprensibles para los locales, su tía refería, repito, a Pontevedra como su lugar de origen. Quince años después sucedieron los hechos que ahora cuento.
La “galleguita” como apodaban las vecinas, a todas las muchachas que venían de España, sin importar si eran de Galicia, Asturias, o Maragatas, trabajó en los quehaceres domésticos de la casa, lavando y remendando para afuera.
Tiempo después se empleó en la panadería de la esquina que forman las calles Congreso de Tucumán y Bartolomé Mitre, un poco mas al centro, llamada “Les biscuits” propiedad de un francés, también recién llegado; René Lozere, quien le enseñó a hornear con leña, sabrosas croissant, crocantes baguettes y panecillos cubiertos con semillas de sésamo, amapolas, o zapallos.
Habrá sido el buen trato, o la amabilidad del francés, quien juró ser soltero y sin compromisos, que enamoraron a la “galleguita” quien al poco tiempo pasó de asalariada a socia del negocio.
Como siempre ocurre en estos casos “el diablo metió la cola” y lo que en definitiva terminó como una hermosa historia de amor feliz entre inmigrantes, ( no se porque me adelanto), por poco concluye en tragedia.
Para el mes de marzo, días antes de la boda, se apareció por la panadería el Evaristo Gatica, que para entonces, si bien, en realidad no era el “capo di tutti capi”, como un atrevido sofisma de si mismo aparentaba ser el más malo del barrio.

-¡Quiero batirme con usted! -le dijo en la cara al francés.
Manuelita, dejó la bandeja de “medias luna”sin completar y antes de retirarse para el fondo alcanzó a murmurar sollozando; - ¡nunca le di lugar!.

Calculó mal el Evaristo, porque el francés lo miró de frente y sin bajar un tranco de pulga sus ojos claros, preguntó -¿Con qué armas? -No vaya a ser que el guapo ese, creyera que le tenía miedo; que peores peleas las había pasado en la resistencia de París.

-Será a cuchillo mañana a las seis, en el patio de los Funes -contestó vacilando Gatica. Menos mal que había preparado con tiempo las palabras a decir, porque el francés, lo había desorientado de primera, con su firme repuesta.

A la mañana siguiente, antes de las seis y para no desgraciar la casa, Lozere entró por el portón directamente al patio. Habían llegado mas temprano; cuatro testigos, dos por cada parte, y conversaban, de política seguramente, con el Comisario que también quería estar presente, por si corría sangre. (Tengo todos sus nombres pero no viene al caso mencionarlos).

En el viejo álamo plateado del fondo todavía están grabados con cuchillo caliente, supongo, el año y los nombres de los ganadores de otros duelos. Algunos se repetían más de tres veces. No así el de los vencidos. Total ¿Para qué? ¿Quién se acuerda de los muertos?

Bien arreglado y emperifollado con aroma de rico perfume francés, René Lozere, después de saludar a los presentes, se paró más acá de la raya trazada en la tierra, envolvió su antebrazo izquierdo con el poncho marrón tejido, regalo de Manuelita, desenvainó su cuchillo de a cincuenta, con empuñadura templaria y mango de roble, traído de Thiers y esperó a pie firme.

En realidad todos esperaron hasta las nueve de la mañana.

Consta en el acta levantada al efecto, que hasta esa hora Gatica no se había presentado. Nadie se olvida de una cita semejante. -Este Evaristo es un "pura espuma" -sentenció el Comisario y así quedó.

Fue, nuevamente, mi amigo, el turco Saúl, quien relató en el boliche, tiempo después, que al Evaristo lo habían visto por Bahía Blanca, caminando como si nada, sin laderos a la vista, llevando no obstante, pegado a su nombre y apellido, como una extraña divisa el gracioso mote ganado en la porfía; el pura espuma .

El expediente fue cerrado por la autoridad policial antes de abrirlo. Sin embargo igual fue caratulado, a fin de proveer si se diera, en otra oportunidad y circunstancia como "S/ DUELO CRIOLLO: RENE LOZERE - EVARISTO GATICA, EL PURA ESPUMA"

Cuesta abajo -Tango – 1934
Carlos Gardel - Alfredo Le Pera

1 comentario:

  1. Bueno era cuestión de hacerle honor al apodo. Buenísimo Jorge, me gustó mucho. Un relato ameno y diferente.

    Un bf.


    Iris.

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