lunes, 6 de junio de 2011

LOS PEPINOS, LAS GALLINAS Y DIÓGENES (C. Alejandro)

-A las seis en punto de una tarde plácida y veraniega estaba yo sentada en mi butaca con los pies sobre la mesita, leyendo el diario, cuando entró Germán por la puerta acristalada con ese aspecto de espantapájaros que adoptan todos los cincuentones cuando se aficionan a la horticultura y convierten su indumentaria en expresión visual de su nuevo hobbie.
-“Tenemos un problema con los pepinos”- dijo con voz derrotada.
-“No exageres” –le contesté sin levantar la vista del diario-.
-“No exagero” – me replicó al mismo tiempo que emitía un sonido metálico. Quizá el sonido provenía de algún utensilio que llevaba en las manos o quizá no. Quizá se le estaba oxidando la voz. También.
-“Sí, sí exageras y, además, doblemente. Ni “tenemos” ese problema ni, sobre todo, existe más que un pepino problemático Uno solo.”

(Pobre Germán. Es tan, tan literal. Insistió en que teníamos un problema con los pepinos porque esa era su única preocupación y porque no ha nacido él para la metáfora y los símiles, ni aun para los más rudimentarios, burdos y lamentables. ¿Cómo explicarle que desde hacía una década yo ya había resuelto “ese” problema gracias a su amigo David? ¿Y cómo explicarle que sus pepinos literales y toda su pequeña plantación hortícola del fondo del jardín me tienen por completo sin cuidado? Y, para empeorarlo más, no me gustan los pepinos. Me repiten, sobre todo por la noche. Igual que el melón.)

Veinticinco años de matrimonio crean, lo queramos o no, un vínculo. Germán tiene muchos defectos pero no es veleidoso y esa seguridad tan suya me provoca una oleada de cariño irreprimible. Un día, en un documental de animales, vi un mono afanado en botar una pelota. No había nada que lo apartara de su obsesión por la pelota, por botarla, y lo intentaba una y otra vez, y una y otra vez fracasaba. Sentí por el mono la misma oleada de cariño que me produce Germán. Siempre he admirado mucho la tenacidad.
En este triple contexto de admiración, cariño y vínculo matrimonial expresé la pregunta que debería haber formulado desde el principio para no impacientar a Germán y para ahorrarme - y ante todo ahorrarles- este penoso exordio.
La pregunta- no podía ser otra- fue la siguiente:

-“¿Y cuál es ese problema que “tienes” con “tus” pepinos?” (Soy comprensiva, me dejo llevar por los sentimientos, pero hasta cierto punto).
-“Se han vuelto amarillos, de un color amarillo pálido y, ¿sabes qué significa eso?”
-“Una tragedia. El amarillo pálido no se lleva nada esta temporada.”
-“Por Dios, no banalices - (por Dios, ¿cómo no iba a banalizar?)-. ¿Es que no te das cuenta de que se han perdido todos, de que ya no valen para nada? No los he cortado a tiempo y ahora los pepinos se han vuelto amarillos y, por lo tanto, amargos.”
-“Germán –aquí levanté la vista del diario. La situación imponía un poco de cordura y la cordura se transmite por los ojos-, ¿qué importancia tiene? No son más que… ¿cuántos? ¿Diez, doce pepinos?”
-“¡Treinta y nueve, y uno de ellos siamés!”
-“De acuerdo. Treinta y nueve y el siamés. Mira, no pasa nada, tíralos o, mejor, ¿por qué no se los das a Julián y Vicky? No quiero decir para que se los coman ellos, no me mires así, sino para las gallinas. Seguro que las gallinas los comen, las gallinas se lo comen todo, no son tan exquisitas como para darse cuenta de que amargan.”

(Julián y Vicky son nuestros vecinos. En un cincuentón hay aficiones peores que la horticultura como comprobé el día que Julián decidió criar sus propias gallinas.
Detesto las gallinas. Son sucias, invasoras y rompen mi relax con sus molestos cacareos. Por no hablar del gallo. Porque el gallo es indispensable para la puesta de huevos. Y Julián quiere huevos frescos.
Mentar la posibilidad de nutrir las gallinas de nuestros vecinos con los malogrados pepinos fue todo un acierto, como ya había anticipado para mí misma. A Germán le horroriza tirar cosas, es conservador por naturaleza y, con el tiempo, estoy convencida de que desarrollará uno de esos espantosos síndromes, el de Diógenes en concreto.
No se lo pensó dos veces. Arrancó los pepinos y los llevó a casa de Julián que, agradecido, le regaló a Germán una botella de un vino sólo apto para curar heridas en tiempo de guerra.)

-“Nunca pensé que los pepinos se volverían amarillos. Hasta ayer eran completamente verdes, de un verde precioso, ¿cómo ha sido posible?”
-“No lo pienses más –lo tranquilicé. A las gallinas les encantarán-. Duérmete y deja de darle vueltas.”
Y se quedó dormido, porque esta conversación la mantuvimos esa misma noche.

De madrugada el gallo ya no cantó.
Transcurrida una semana ya habían muerto todas las gallinas de Julián. Ya no invadían mi jardín; ya no ensuciaban la verja divisoria con sus repugnantes excrementos; ya no rompían mi relax con sus inoportunos cacareos.
Muertas. Todas.
¡Bravo!

La escopolamina es un alcaloide que se extrae del beleño. Produce amnesia y, en dosis elevadas, una amnesia mucho más duradera. Eterna, podríamos decir. Lo que yo no sabía es que, además, decolora las plantas.
La probé en la maceta de begonia y la begonia amarilleó y murió. Luego rocié los pepinos con la seguridad de que empalidecerían y Germán tendría que deshacerse de ellos. Si la escopolamina no hubiese causado ese efecto en los pepinos los hubiera arrancado yo misma y alguna excusa habría inventado para justificarme ante Germán. Él siempre está dispuesto a creer cualquier cosa, la más elemental. O eso pensaba yo.
Mi propósito siempre fue librarme de las asquerosas gallinas de Julián. Y mi propósito se cumplió.
¡Bravo!

(Veníamos del entierro de David cuando Germán me dijo:
-“Lo que mata a los pepinos y a las gallinas, por este orden, también mata a las personas. Qué pálido estaba el pobre David, y no sólo porque estuviera muerto con ser ésta una muy buena razón. Que tenga un buen sueño eterno. Eso le deseo, ¿qué otra cosa si no?”
Me quedé mirando fijamente a Germán que cabeceó en un gesto afirmativo de una elocuencia atroz.
-“Lo sabía desde hacía tiempo. También lo de los pepinos. No soy tan tonto como parezco aunque he de reconocer que fallé la primera vez. “Este coñac huele como el perfume de tu mujer”, me dijo David. Me había equivocado de frasco. Creí que la ponzoña que usaste para los pepinos la habías guardado en un frasco de tu perfume favorito pero no, conservaste lo que te sobró en otro diferente. Tú siempre guardándolo todo. Cuando seas vieja padecerás uno de esos síndromes raros, el de Diógenes en concreto. En fin, no pasa nada. Todo se ha solucionado. Tú te has desecho de las gallinas y yo de… bueno, prefiero no decirlo. Si no lo digo es como si no hubiera sucedido, ¿verdad?)

Y esto aconteció dos meses después de que los pepinos empalidecieran y las gallinas murieran.
Es cierto que veinticinco años de matrimonio crean un vínculo férreo…

11 comentarios:

  1. Celiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii !!
    ¡Bienvenida a casa!
    ¡Qué buen relato de humor negro!
    Esta mujer, la envenenadora, ¡que personajón!
    De vecina, no la quisiera y menos de amiga. ¡Ja! ¡Ja!

    ¡Felicitaciones!
    Besossssss,
    Ali :)

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  2. ¡¡¡Hola Celi!!!
    Qué alegría verte por estos lares. Se te extrañaba.
    Un problema que trae aparejada una historia casi de terror. Buena idea, bien planteada. Me super gustó Celi.

    Un bf.

    Iris.

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  3. Por fin mi querida Celiiiiiiiiiiiiii!!!!!!
    Extrañaba tus cuentos tan perfectos como éste, que tiene el contenido del humor negro, que lo majeás de maravillas.
    Gracias Celi!!!!!!
    Besotes
    Gra

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  4. HOLA CELIA, mucho gusto. Estamos de acuerdo, el amante es solo un recreo, no obstante cuando se prolonga el juego siempre gana el vínculo más fuerte. Es así que la fragilidad se vence cuando a la cita acuden solo dos. El que sobra de una u otra manera, debe marcharse. Buenísimo! Totamente de acuerdo. Un saludo.

    Marcelo (deleted).

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  5. Quisiste decir ..que "un pepino" no puede finalmente hacer "la diferencia".

    Hay mucho más (que eso) para cultivar y cosechar. De eso se trata tu moraleja verdad?

    Lo dijo muy claro German "hay que cortar a tiempo la cosa" (sino luego se pierde al sabor de lo que alguna vez fue dulce).

    Finalmente la sensibilidad de ella por Germán le permitió recapacitar y finalmente mantenerse allí (pues cuando el mono no quiere soltar la liana, la liana no puede hacer mas que seguir sosteniendo al mono).

    No queda claro a quien le hizo tomar escopolamina en bajas dosis. ...Supuestamente había en el perfume que olía el ingenuo de David. El cual ya no podía dar cuenta de lo que hacía (claro). German no lo pudo liquidar con el cogñac, porque no entiende de "pócimas".

    Estas cosas si que son cosas que sabe manejar una mujer..God! Que sutilidad.

    Lo de las gallinas, el gallo y los huevos no germinados aun no lo analicé. Pero ya con lo que se vé este cuento es fantastico. Una obra maestra. Felicitaciones de nuevo Celia.

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  6. Che, esta, la envenenadora ..no será de virgo con ascendente en escorpio. Hay mamita querida!!!

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  7. Celia, tu cuento de humor negro es de antología. Es increíble como el tema de los pepinos actuó como disparador de historias.
    Una maravilla de cuento!!

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  8. ¡Aleluya! Así que 25 años de matrimonio, crean un vínculo férreo ¿ eh? Mamma mía, ¿quién conoce a quién? Humanossssss……Qué dúo, qué distancia y qué cercanía… Me ha encantado por lo realísimamente cruel y claro, humorístico como para que pueda saborearse el trago. A hiel, sin intoxicarse. Guardando secretos secretísimos con los que cada uno, a su particularísimo modo, decide deshacerse, decide extinguir “aquello” que al otro acaso lo mantiene vivo, mientras que a ellos “eso” –de no extinguirlo– los seguiría matando. Cosa extraña el humano, que habiendo extinguido lo “otro” se quedan entre ellos, vegetando, y guardándose secretos que ni siquiera lo son. Un tapado descubierto, maravillosamente humano, de la “a” a la “z” , como tu cuentísimo , Celi
    ¡Qué alegría leerte!
    Un beso,
    Adela

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  9. Celia, como portador y representante de los afectados por el síndrome de Diógenes que por estas pampas sobreabundan declaro: Ta bueno...

    Un be... (me cansé),

    José

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  10. muy bueno el cuento!!!!
    pero una señora asi nadie la ha de querer ni de esposa ni de amante che!!!!
    que peligro!
    Un beso enorme Celia, me ha encantado!

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  11. "con ese aspecto de espantapájaros que adoptan todos los cincuentones cuando se aficionan a la horticultura y convierten su indumentaria en expresión visual de su nuevo hobbie."
    Celia, me has hecho reir y disfrutar. Gracias por no haberte ido de la Villa, aunque seguramente la idea se te habrá cruzado por la cabeza. Un abrazo.

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