En el hotel donde se hospedaba Celina Wolf se llevaba a cabo un congreso de oftalmología, que había saturado las instalaciones y las líneas telefónicas. La imposibilidad de utilizar los celulares la hizo esperar varias horas hasta que la operadora pudo comunicarla con su hermana melliza, Cris.
Acababa de ducharse y con la toalla aún enrollada en la cabeza, corrió al teléfono:
―¡Hola! ―atendió descubriendo su oreja.
―¡Hola, Celina! Soy Cris. ¿Qué pasa? Estoy preocupadísima por el mensaje que dejaste. ¿Cómo estás?
―¡Ay, Cris! ¡Qué suerte que pudieron comunicarnos! Acá hay un lío bárbaro por unos médicos y un congreso que tienen totalmente copado el hotel. ¡No tengo señal de wi-fi! Estoy desesperada.
―Pero, ¿qué es lo que te pasa?, ¿está ahí con vos, Rossanno?
―No. Él está tomando sol en la pileta. Yo no puedo ni asomarme porque estoy muy descompuesta por el viaje. No pude dormir nada. Además algo me cayó mal y no paro de ir al baño. Cris, me quiero volver.
―Celina, ya hablamos de esto. Son las vacaciones de tu marido, tenés que acompañarlo. Además no es tan grave, estás en un lugar maravilloso, te vas a poder comprar de todo. Acordate lo que te encargué, traeme todo en talle médium porque estoy más flaca. ¡Ah! Y no te olvides la cámara para Jan. Está inaugurando su muestra y no tiene tiempo de nada, le prometí que vos se la comprabas allá. Pobre, está tan entusiasmado que ni siquiera puede ir al negocio. Viste cómo es. En época de exposiciones se pone más sensible que nunca, a veces ni vuelve a casa, se pasa la noche seleccionando fotos…
―¡Cris! ¿Lo único que te importa es lo que te pasa a vos?, como siempre, desde chicas, mamá siempre lo dijo. ¡Sos una egoísta! ― Celina se sentó en la cama, lloraba con el auricular en la oreja y el pelo le chorreaba sobre los hombros― ¿No entendés que estoy harta de ser la señora de Di Rosso? ¡Me voy a divorciar!
―¡No, Celina! ¡Pensalo, por favor! ¿Qué vas a hacer sin él? ―intentó Cris.
―Qué “vamos” a hacer sin él ―corrigió Celina.
―Ay, Celi, calmate. Ponete la biquini, esa tan linda fucsia que te regaló Rossanno después de la cirugía. Dale, andá un rato a la pileta con él y tratá de cambiar la cara. Te mando un beso, tomá sol vos que podés.
Alrededor de la pileta, una hilera de reposeras blancas, contrastaba con el bronceado de sus ocupantes. Rossano Di Rosso untaba su prominente abdomen con “Caribean Hawwaing Bronce”. Se acomodó sus anteojos de sol y, disimulado, cubrió también su frente y su calvicie para evitar ardores. Se sacó las ojotas Adilettes, que todavía llevaba puestas en sus rechonchos pies y las acomodó a su lado. Alzó la mano, en la que lucía un anillo con piedra de rubí en el dedo meñique y llamó al camarero.
― ¿Cómo me has dicho que te llamas?―le preguntó al joven cuando acudió con libretita y lapicera en mano.
―No le dije mi nombre, señor ―contestó mientras Rossano lo observaba con detenimiento― Krístobal, soy el mettre de piscina, señor.
―Krístobal, un Martini –encargó ―Y ¿a qué te dedicas en tus ratos de ocio? Porque un chico tan guapo como tú no puede dedicarse únicamente a servir Martinis, ¿verdad?
―Soy cantante ―dijo tímidamente― y actor. Hago un pequeño número de stand up en el show del hotel, esta noche, durante la cena. ¿Con ingredientes?
― ¿El show lo haces con ingredientes? ―rió a carcajadas Rossano― Bueno, bueno, habrá que verlo entonces. Era una broma, Krístobal. No pongas esa carita, que te afeas. No, tráemelo solo.
En la mesa de los Di Rosso, el plato de Celina permanecía servido. Había dejado que se enfriase sin tocarlo y bebía, de a sorbos, el champagne con el que Rossano acompañara la cena. El vestido largo y ceñido era un modelo exclusivo de las Oreiro, había pasado la tarde en el spa, en sus manos y sus pies resaltaban uñas impecables color carmín y el cabello brillaba por las luces del escenario que se encontraba a escasos metros. Miraba a su alrededor sin mucho interés y bostezaba tapándose delicadamente la boca.
― ¿Qué?, ¿ya tienes sueño? ―increpó Rossano mientras terminaba su volcán de chocolate y dulce de leche.
― ¡Sabés que el avión me hace mal, Rossano!
― Ma sí, ¡qué humor!, Celina. ¿Por qué no vuelves al cuarto y duermes? Mañana te sentirás mejor. Yo me quedo al show.
― Hasta mañana ―Celina se secó la boca con la servilleta y se paró al mismo tiempo que anunciaban la continuación del espectáculo.
―Chau ―contestó Rossano viéndola desaparecer entre las mesas.
Al joven Krístobal no le cambió la vida, pero Rossano fue generoso con él durante su estadía en el International. Esa temporada pudo ahorrar lo suficiente y no lo pasó mal. Se encontraban al finalizar el show, casi todas las noches y hasta que Rossano regresaba a la cama en la que Celina dormía profundamente.
Celina salió de shopping a diario y, para el regreso, había ocupado tres maletas tamaño grande. No olvidó la Nikon para su cuñado, Jan, ni las ofertas en talle M. Pensó que, después de todo, su hermana tenía algo de razón, durante la charla telefónica de ese día la había convencido. Ni bien pisara Buenos Aires le pediría que la acompañase. Ambas necesitaban volver al cirujano, era imprescindible algún retoque.
Eco cua Rossanno y la jermu dos chicos "plasticos" de esos que andan por ahi... Ma si!! ba fangullo!! (un retoque cua un retoque la). God! EXELENTE.
ResponderEliminarMuy muy bueno
ResponderEliminarUn retrato bravísimo de actualidad con excesos
Un abrazo
¡Ay sí! ¡Cualquier cosa con tal de que nos paguen el botox!
ResponderEliminarMuy bueno. Interesante la trama, con brío y escenas bien planteadas.
ResponderEliminarFeroz realidad de un sistema decadente en lo que brilla es strass y lo que vale es la imagen. Impecable, tocaya! :)
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