Los bufidos de las cabalgaduras se mezclaban con los graznidos de los buitres albinos que revoloteaban a muy baja altura; era raro encontrarlos en esas latitudes, tan lejos de sus habituales territorios de arena. Los hombres se miraron, y en sus ojos se reflejaba la desorientación.
—Tenías razón, Given. En algún momento perdimos totalmente el rumbo. Esto es lo más extraño que he visto en mi vida. Pero, ¿cómo está la herida? Los malditos tenían buena puntería.
—Sí. Pero por suerte el chaleco me protegió bastante, de lo contrario…
—De todas formas, necesitas atención, y no creo que en este lugar del infierno podamos conseguir alguna. Lo único positivo que podemos rescatar es que no van a poder seguirnos guiándose por los rastros de sangre de los animales.
—No aquí, eso es seguro, pero ellos necesitan alimento, y nosotros también. Y agua. Mira ese arroyo: esa transparencia no augura nada bueno. Y estos pajarracos se acercan cada vez más.
Banihn levantó la vista asintiendo sombríamente, luego bajó la cabeza y su semblante no mejoró en absoluto, se evidenciaba en él la sensación de que no había escapatoria, a pesar de la libertad que sugería esa llana inmensidad que no figuraba en ningún mapa conocido. Pero deberían aventurarse en ella, volver sobre sus pasos significaría una muerte segura a manos de los salvajes adoradores de la Luna Negra.
—Espera aquí, Given. Voy a revisar un poco este terreno. Creo que tenemos todavía un buen margen de tiempo —dicho esto, taloneó sobre el costal del animal que se alejó trotando con agilidad, a pesar de sus laceraciones.
El joven Given admiraba al corpulento Banihn. Creía firmemente que si alguien podía sacarlos de esa encerrona era él. La manera en que se enfrentaba nuevamente a lo desconocido hablaba de su valentía y capacidad de decisión. Lo seguiría hasta el fin del mundo, si es que no se encontraban ya allí. Todo parecía una síntesis de la irrealidad: ese arroyo, las aves… pero lo más inquietante era observar ese terreno sin límites, y ese absurdo contraste de colores que parecía surgir de una pesadilla. Y en esa pesadilla aparecía el recuerdo reciente de los camaradas masacrados sin piedad en una lucha desigual en medio de un angosto desfiladero. Banihn y él representaban la última esperanza de un pueblo diezmado por la plaga que quedó aguardando los resultados de la misión exploratoria que los había llevado hasta esos confines y que difícilmente llegaría a buen término.
Desmontó con mucho cuidado, pisando la hierba con desconfianza. Una gota de sangre brotó de su frente y cayó con extrema lentitud. Given observó como tocaba el suelo vegetal, abrazándolo, mimetizándose inmediatamente con él. Oscuros pensamientos lo asaltaron. De pronto oyó ruidos cercanos y sus sentidos se pusieron en estado de alerta. A corta distancia pudo distinguir unas extrañas bestias sin cornamenta, de gran tamaño y pelaje marrón que, asombrosamente, parecían alimentarse de esa hierba con total despreocupación. Tenían cierta similitud con sus animales, pero éstos eran más esbeltos; su hocico era alargado y sus patas más largas. Al percatarse de su presencia se espantaron y salieron a la carrera. Given no pudo menos que admirarse contemplando la elegancia con la que ganaban distancia, perdiéndose finalmente en la vastedad del paisaje.
Desde el oeste comenzó a perfilarse, como surgiendo de las profundidades de una caverna oculta en la maleza, la redonda silueta de la luna. Given se estremeció ante la visión de esa mancha oscura elevándose en el firmamento blanquecino. Supo que estaba en peligro. Montó inmediatamente y corrió a toda velocidad siguiendo la dirección que había tomado Banihn.
A poco de andar, una escena de terror se presentó ante sus ojos: un grupo de seres de larga cabellera amarilla se llevaban arrastrando a Banihn; de su cuerpo inerte se derramaban borbotones de vida que parecían desaparecer al tomar contacto con la maleza.
Lo vieron llegar. Nunca supo por qué se limitaron a observarlo casi con indiferencia mientras se llevaban el cuerpo de su compañero.
Allí quedó, mudo y sin reacción.
La solitaria figura del rojo toro de Banihn, expectante, se recortaba contra el demencial entorno de esa inmensa llanura verde. Tan verde como su sangre.
Greis: este cuento también respondía a la consigna del toro rojo (y no recuerdo qué más).
ResponderEliminarLa publicación no me tomó las sangrías, no sé por qué.
Un beso.
Me di cuenta cuando llegué al final. Está muy bueno el cuento, Rolando. Respecto de las sangrías... ¡Blogger nos odia! =)
ResponderEliminarMe gustó muchisimo. me atrae este tipo de redacción, semántica y sensual. De 10. saludos rolando.
ResponderEliminarMe encantó tu cuento. Tu narrativa es fluida, atrapa y envuelve en el contexto donde tus letras barajan escenas pictóricas de gran calidad.
ResponderEliminarMuchos besos y gracias por compartir, Pitu.
Muchas gracias Greis, Monique y Marcelo. Sus comentarios me animan a seguir, siempre buscando progresar en este camino de las letras. Besos a las muchachas y un abrazo a Marcelo.
ResponderEliminar