No es que sea tímido. No, no: a los demás les cuesta comunicarse conmigo. Eso es otra cosa. Para que se entienda nada mejor que dar algunos pequeños ejemplos. ¿Conocen a Lucre?, bueno… Lucrecia, para todos, pero para mí es Lucre, aunque ella no sabe que la llamo así. ¿Vieron esos ojos grandes como luceros? Ja, quién no los ha visto; en el pueblo se habla también de otras cosas, pero esos ojazos son uno de los temas preferidos en las mesas del bar de don Santiago. Yo no voy nunca, bah, voy, pero llego hasta la puerta y me arrepiento; es que disfruto más el vino si me lo tomo solo, sentado en el patio, mirando pasar la gente y dejándome llevar por los pensamientos, sin tener que oír los gritos de los parroquianos ni la música que sale de la radio de don Santiago. Podría entrar. Cuando se me dé la gana lo voy a hacer y voy a invitar a todos con cerveza bien fría para que vean que plata no me falta y me gusta compartir; y que no soy un “quedado” como dicen algunos. Cualquiera de estas noches voy a empujar esa puerta y después… Bueno, pero estoy saliendo del tema, decía: Lucre me mira con esos ojazos que dicen mucho. Yo me doy cuenta de que solamente a mí dirige esas tremendas miradas que derriten a cualquiera, no soy tonto. Más de una vez estuve a punto de hablarle, pero nunca se me ocurre qué decirle. Es que temo que piense mal de mí, se asuste y salga corriendo, ¡es tan dulce y tierna!, la siento como una flor muy frágil, delicada; y yo reconozco que mi forma de hablar es un poco tosca, todo porque no quise ir a la escuela secundaria, pero no sé si es tan importante como trabajar y ganar el pan todos los días. Seguro que a ella eso le debe gustar, cualquiera de estos días se lo voy a preguntar. Pero todavía no es el momento; ya llegará. Quiero que sea mi primera novia. Y de ahí… al casamiento. No soy uno de esos picaflores que siempre le andan rondando.
Tímido. Así dicen que soy. ¿Qué tiene de raro caminar mirando el suelo? Por lo menos así esquivo los baches y no tropiezo tan seguido. Además: ¿para qué mirar para arriba? Algún día me tocará ir al cielo, mientras tanto trato de pisar firme. Y nadie puede decir que le niego el saludo, soy un muchacho educado, así que apenas veo una sombra que pasa cerca levanto el brazo y digo “buen día”, o “buenas tardes”, claro. ¡Ja!, algunas veces descubrí que se trataba de un perro, pero bueno, cualquiera tiene derecho a estar distraído de vez en cuando. Yo me río, y listo.
¡Qué voy a ser tímido! Hasta el cura me lo dice a veces, todo porque no quiero leer en misa. No quiere entender que a mí me gusta escuchar a los demás, especialmente a la señorita Lourdes, mi maestra de quinto grado. Le digo “señorita” por costumbre; ella es una gran señora, y a pesar de que ahora es casi una anciana, sabe hacerlo como nadie y uno siente como si le hablara alguna santa… ¿cómo voy a querer leer yo?
Es verdad que casi no salgo, pero eso no significa que sea por timidez, soy un hombre serio que va de casa al trabajo y del trabajo a casa, no me gusta andar perdiendo el tiempo en las esquinas, charlando de cosas que no me interesan, como los chismes de barrio, la política o el fútbol. Nunca jugué a la pelota, ¿para qué? No entiendo eso de andar todos corriendo como locos detrás de esa bola de cuero. Cuando era chico me invitaban, pero nunca fui; algunos me dijeron que era un odioso. Hasta de “maricón” me trataron, pero a mí siempre me gustaron las chicas, claro que nunca se enteraron, porque si de algo no me pueden acusar es de atrevido o maleducado.
Ahora que lo pienso, tal vez la confusión viene de aquella vez que mi madre quiso presentarme a esa chica que vino de Buenos Aires o Rosario, no recuerdo bien. Yéssica, se llamaba, y no era nada fea la gringa. A decir verdad muy bien no la vi porque la saludé con un “hola” casi sin mirarla y salí casi a las corridas. Todos creyeron que era por timidez, pero me acordé de Lucre y me dije “¿qué pensaría ella si se enterara?”. No, no, no. Esas cosas no me gustan. Y si piensan que soy tímido, que lo piensen nomás. Algún día me van a entender.
Bueno, ahora me tengo que ir. Dentro de un rato ella saldrá de su trabajo y a mí me gusta ir a verla. Me escondo detrás de algún árbol y la sigo con la mirada hasta que dobla la esquina. Recuerdo que un martes, o jueves… no estoy muy seguro… Tampoco recuerdo si fue hace dos o tres meses —pero no importa— la cuestión es que esa tarde casi me acerco a hablarle. Pero todavía no es el momento, creo que eso ya lo dije. Hay que dejar que la cosa madure, ¿qué apuro hay?
¿Que soy tímido? Y bueno… si son felices pensando así… allá ellos.
Y que más da lo que piensen los demás, eso no es timidez es tener personalidad aunque los demás sientan que uno va contracorriente.
ResponderEliminarMuy buenas tus letras, con toques de humor y cierta tristeza causas por el propio cuestionamiento del propio ser.
Muchos besos y cariños, Pitu.
Es un relato muy dulce, Rolando. ¡Mencantó!
ResponderEliminarMuchas gracias, Monique.
ResponderEliminarSabias palabras, amiga. Aquello que para los demás es timidez, tal vez para esa persona es simplemente decisión. Probablemente la imagen que uno tiene de sí mismo nunca concuerde con la de los demás.
Besos, amiga.
Muchas gracias, Greis.
ResponderEliminarJajaja, traté de darle un toque simpático a ese personaje. Me alegra que te haya gustado.
Un beso.
Sos un muchacho educado Pituti, siempre lo fuiste y con un gran sentido del humor, me parece eschurar tu risa, cuando nos encontrabamos para ensayar bajo tu dirección en la Pquia.Santa Cruz de Villa Libertad de Rcia. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Qué tiempos aquellos, Alicia! Si nos habremos divertido con la gente del coro... Nada de caras serias ni poses. Hacíamos música pero con alegría, como debe ser.
ResponderEliminarTambién recuerdo las famosas "payadas" en casa de Graciela, jajjajjaja. Y aquella vez que nos llevaron a varios (creo que vos estabas también) a punta de fusil hasta la cárcel para investigar qué andábamos haciendo (nuestra arma era una guitarra, jajajjajjaja).
Un abrazo grandote para vos.