viernes, 6 de abril de 2012

El día que desapareció el Obelisco




















Pedro y yo fuimos los primeros. Corrijo: los únicos. La gente pasaba caminando como si nada. Nos miramos para comprobar que no se trataba de una alucinación individual. El semáforo nos había detenido justo en medio de la avenida 9 de Julio. Instintivamente miré el reloj: las diez y tres minutos, no recuerdo los segundos.

El obelisco había desaparecido.

Sí. El aire ocupó rápidamente el vacío repentino.

—¡Carajo! —soltó Pedro—. ¿Qué mierda pasa acá? —imposible olvidar su expresión de incredulidad; supongo que la mía no habrá sido muy diferente.

Nos fuimos arrimando despacio; la cerca también se había esfumado. Un césped verde, con apariencia de recién cortado, cubría la superficie que hasta un instante atrás había ocupado esa especie de aguja incomprensible que simbolizaba como ninguna otra cosa a la ciudad de Buenos Aires. Pisamos el centro de lo que fuera la base cuadrada de la construcción: nada; ni un solo rastro. “¡Carajo!”, solté también.

—¿Relojes? —la voz nos sobresaltó—. Importados, de buena calidad y a precio regalado —continuó el tipo mientras nos mostraba un maletín abierto. Pedro lo observó como si mirara a un extraterrestre, luego volteó la cabeza, ignorándolo por completo. No sabíamos qué hacer. El obelisco… ¿cómo demonios pudo esfumarse?, ¿qué…?

—¿Se van a perder esta oportunidad? —seguía diciendo el vendedor. Unas palomas salieron volando espantadas, escapando de los intentos de un niño que pretendía agarrarlas.

—Llamemos a la policía, a la televisión, a los bomberos, al ejército… a… alguien —temblaba la voz de Pedro.

—¿Y que miércoles les vamos a decir? ¿Que alguien se afanó el obelisco? —dije casi a los gritos—.Parece que nadie se da cuenta, viejo. Esto es cosa de locos. ¿Seguirá acá el maldito y solamente nosotros no lo vemos?, o… —me interrumpí.

—¿O qué? —dijo Pedro en tono poco amistoso—. No vengas ahora con que tal vez nunca estuvo, o alguna cosa por el estilo, Roberto, el mamotreto desapareció y listo. El asunto es saber cómo pudo pasar eso, y por qué nadie parece asombrado.

Guardamos silencio. La situación no podía ser más absurda: una Buenos Aires sin obelisco, continuando con su vida como si realmente no hubiese existido jamás. ¿Quién podría imaginarse París sin la Torre Eiffel, Venecia sin los canales?

—Esto no me gusta nada, che. Una vez vi una película en la que los marcianos secuestraban gente, y hasta barcos y aviones. Creo que a eso llaman abducción o algo así. Mirá si son los hombrecitos verdes y ahora empiezan a llevarse todo… Llamemos a la policía, que ellos se encarguen; a nosotros nos convendría volar de acá, cuanto más lejos mejor.

—Esta vez te doy la razón —respondí mientras marcaba el 911. Una voz metálica de mujer me atendió enseguida. Le expliqué el asunto a la oficial, tratando de mantener la compostura. Le dije que estábamos en la esquina de Corrientes y 9 de Julio, que el Obelisco se había volatilizado delante de nuestras narices, que nadie vio ni comenta absolutamente nada, que… Hasta que, con incredulidad —que luego dio paso a la bronca— noté que ya nadie me escuchaba. Simplemente me dejó hablando solo. Creo que en ese momento quebré el récord mundial de malas palabras pronunciadas por segundo.

—Dejame probar a mí, tengo el número de Crónica; el otro día llamé por el asunto ese de los punguistas en el Sarmiento, así que… Buenos días, mire tengo una noticia bomba para ustedes: desapareció el Obelisco, aunque parezca una broma. Resulta que veníamos caminando con un amigo lo más tranquilos cuando… ¡Malditos hijos de puta! ¿Podés creerlo? ¡Me colgaron! —“¡Me colgaron!”, repitió unas cuantas veces, la última sonó a resignación.

Nos fuimos. Desde ese día seguimos procurando llevar una vida normal. Ninguno de nosotros toca el tema con su familia ni con nadie. Nos reunimos una vez por semana en un bar, para tomar una cerveza y charlar sobre el asunto. Abrimos una página en Facebook: “Desaparición del Obelisco”. Hace dos días se agregó el primer amigo, un empleado de correo de El Cairo, Egipto. No sabemos si debemos creerle: dice que no muy lejos de la ciudad, en medio del desierto donde no había más que arena y escorpiones, aparecieron de repente tres enormes pirámides. Suena un poco loco, ¿no? Pero bueno, pasan cosas, Pedro y yo lo sabemos muy bien.

4 comentarios:

  1. ¡Buenísimo el cuento, Rolando! Me gustaría saber cómo sigue la historia. ¿Por qué todos "ignoran" la desaparición del obelisco?

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  2. Planteas un tema muy interesante, realidad o pura ficción, quizás hubo un descenso a dimensiones inferiores y lo que antes se podía percibir de repente aún estando dejó de ser visionado...
    Ahora, me pregunto porque es tan importante tener esas directrices de referencia hasta el punto de llegar a perderse sin ellas???
    Me encantó, sigue con esta narración da para mucho.
    Felicidades!!!
    Muchos besos Pitu.

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  3. Muchas gracias, Greis. El relato deja con ganas de despejar las incógnitas, ¿verdad?, jajajajjaja.
    ¿Por qué nadie se asombra ante esa desaparición?
    ¿Por qué las pirámides aparecen recién ahora? ¿por qué nadie, salvo estos dos -tres ahora- son los únicos que notan los cambios?
    Todavía lo estoy averiguando, desde que noté que repentinamente la ciudad de Rosario es bordeada por un gran río. ¡Ohhhhhhh!
    Veremos qué pasa.
    Un beso.

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  4. ¡Oh, ma belle Monique!
    Haces preguntas que no puedo responder, dame tiempo y tal vez pueda continuar con esta historia. Es que... están pasando cosas...
    Esta noche vendría muy bien que se me aparecieran repentinamente algunas botellitas de siciliano. En una de esas tengo suerte. Si es así, te avisaré.
    Muchos besos amiga.

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