Otro texto y otro cuadro de Alejandro Costas
MANOS QUE HABLAN
Está claro que las
manos hablan.
Nadie en su sano juicio podría discutirlo. Quién puede defender la idea que sólo la boca tiene esa facultad exclusivamente. Si apenas nacidos, una de las primeras partes de nuestro cuerpo que registramos son, justamente, las manos y establecemos vínculos por su intermedio. A cualquier edad, dejamos traslucir nuestro estado de ánimo, descontentos y euforias, aún sin emitir sonido y siempre a través de ellas. Numeramos, aprobamos, saludamos… incluso mencionamos al miedo, en silencio, con un simple gesto. Las manos tienen un idioma independiente y voz propia. Y, siempre, reflejan nuestra personalidad.
Nadie en su sano juicio podría discutirlo. Quién puede defender la idea que sólo la boca tiene esa facultad exclusivamente. Si apenas nacidos, una de las primeras partes de nuestro cuerpo que registramos son, justamente, las manos y establecemos vínculos por su intermedio. A cualquier edad, dejamos traslucir nuestro estado de ánimo, descontentos y euforias, aún sin emitir sonido y siempre a través de ellas. Numeramos, aprobamos, saludamos… incluso mencionamos al miedo, en silencio, con un simple gesto. Las manos tienen un idioma independiente y voz propia. Y, siempre, reflejan nuestra personalidad.
Nuestras manos en los bolsillos hablan de desgano.
Desinterés.
Un rostro apoyado sobre una mano, espera. Contemplación.
Una mano sobre un hombro, contención. Apoyo y calidez
Estrechando la mano, saludo amistoso. Gesto cordial.
La palma hacia arriba, ruego. Súplica.
Un pulgar hacia arriba o hacia abajo, aprobación o condena.
Un dedo índice en posición perpendicular a los labios, reclamando silencio.
Agitándose en lo alto, denotando actitud positiva y a veces de excitación.
Lo cierto es que son capaces de simplificarnos. Cuando no podemos expresarlo todo con la palabra compensamos dándole a las manos un movimiento enérgico. Sin mover los labios, en absoluto mutismo, permite expresarnos. Habla por nosotros. Lo que estamos por pronunciar, podemos callarlo por prudencia. Ellas, al ser instinto y reflejo, difícilmente puedan ser silenciadas.
La temperatura de las manos denota emociones. Cuando las tenemos muy frías se ha suprimido esa energía emocional y puede haber falta de interés. Y si están sudorosas podemos estar en presencia de temor y congoja, pero, en general, abundará la emoción.
Un movimiento con nuestra mano puede resultar infinitamente más creíble que un arsenal de vocablos. La gesticulación impulsa nuestras palabras. La reafirman y avivan. Aportan vigor a nuestras frases e inevitablemente se complementan.
“Dar una mano”; denota solidaridad.
“Parar la mano”; expresa advertencia.
“Ir a contramano”, señala un camino erróneo.
“Al alcance de nuestras manos”, cuando estamos muy cerca de un objetivo.
“Manotazo de ahogado”, describe un estado de desesperación.
“Poner las manos en el fuego”, refiere a la confianza absoluta sobre otro.
Desde tiempos remotos, para el hombre, las manos han sido modos de comunicación. Vehículos. Una época determinada puede palpitarse a partir de la huella que sus manos legaron. La historia del hombre está ligada directamente al hacer y el hacer lo ha forjado con sus manos. De hecho, en el arte rupestre también estuvieron presentes, fundamentalmente en un sitio arqueológico notable como “Las cuevas de las manos”. Sus pobladores, hace 9.000 años, dejaron un testimonio artístico incomparable. Lejos, seguramente, de tener un ánimo de perpetuidad, lo han logrado. Sus manos allí impregnadas, como lenguaje. Gestos como pura expresión del alma. Su impronta, allí reflejada, desafiando al tiempo, impalpable y abstracto. En cierto modo, deteniendo su efecto despiadado.
La realidad, como un escenario cotidiano de manos negativas, conviviendo implacablemente con otras, positivas. Unas sobre otras intentando dominar. Son elecciones de vida que pugnan pretendiendo avasallar. Dos facetas muy naturales del hombre. Una dicotomía tan antigua como él mismo. Imaginemos…
Un índice estirado que nos señala y acusa. Que nos incrimina. Nos imputa, justa o injustamente.
Una mano sosteniendo una marioneta, nos manipula. A su vez, nuestras manos manipulan a los más débiles. Intentamos dominarlos. Víctimas y victimarios.
Un puño cerrado que arremete sobre nosotros. Nos violenta. Apremia.
Por otra parte y afortunadamente…
Hay manos que crean. Una pluma, arcilla o un pincel son sus herramientas. Dejan testimonio. Reflejan su interior. Eternamente.
Dos manos unidas por sus palmas elevan plegarias. Rezan. Aún creen.
Un par de manos que se estrechan. Van amistosa y solidariamente por la vida. Indispensables. Dignas.
Un pueblo apoyado sobre la palma de una mano. Contención. Como la de un padre. Como la de Dios.
Y el futuro? Incierto, por cierto, en la esperanzada mano de un bebé.
Vale aclarar que, no es ellos los malos contra nosotros los buenos. Somos los mismos, capaces de tener un gesto autoritario y luego, uno solidario.
Elevamos una plegaria al tiempo que agredimos a un par.
Y en cuanto a manipulación, de ella los padres hemos hecho, casi, un arte. Torneamos la mente de nuestros hijos a voluntad, de acuerdo a nuestras intenciones y debilidades. Por esto tenemos expertos en manipulación que son nuestros propios hijos. E incrédulamente nos preguntamos… a quién saldrán así?
Está claro que no es ellos contra nosotros, sino nosotros contra nosotros mismos…
Un rostro apoyado sobre una mano, espera. Contemplación.
Una mano sobre un hombro, contención. Apoyo y calidez
Estrechando la mano, saludo amistoso. Gesto cordial.
La palma hacia arriba, ruego. Súplica.
Un pulgar hacia arriba o hacia abajo, aprobación o condena.
Un dedo índice en posición perpendicular a los labios, reclamando silencio.
Agitándose en lo alto, denotando actitud positiva y a veces de excitación.
Lo cierto es que son capaces de simplificarnos. Cuando no podemos expresarlo todo con la palabra compensamos dándole a las manos un movimiento enérgico. Sin mover los labios, en absoluto mutismo, permite expresarnos. Habla por nosotros. Lo que estamos por pronunciar, podemos callarlo por prudencia. Ellas, al ser instinto y reflejo, difícilmente puedan ser silenciadas.
La temperatura de las manos denota emociones. Cuando las tenemos muy frías se ha suprimido esa energía emocional y puede haber falta de interés. Y si están sudorosas podemos estar en presencia de temor y congoja, pero, en general, abundará la emoción.
Un movimiento con nuestra mano puede resultar infinitamente más creíble que un arsenal de vocablos. La gesticulación impulsa nuestras palabras. La reafirman y avivan. Aportan vigor a nuestras frases e inevitablemente se complementan.
“Dar una mano”; denota solidaridad.
“Parar la mano”; expresa advertencia.
“Ir a contramano”, señala un camino erróneo.
“Al alcance de nuestras manos”, cuando estamos muy cerca de un objetivo.
“Manotazo de ahogado”, describe un estado de desesperación.
“Poner las manos en el fuego”, refiere a la confianza absoluta sobre otro.
Desde tiempos remotos, para el hombre, las manos han sido modos de comunicación. Vehículos. Una época determinada puede palpitarse a partir de la huella que sus manos legaron. La historia del hombre está ligada directamente al hacer y el hacer lo ha forjado con sus manos. De hecho, en el arte rupestre también estuvieron presentes, fundamentalmente en un sitio arqueológico notable como “Las cuevas de las manos”. Sus pobladores, hace 9.000 años, dejaron un testimonio artístico incomparable. Lejos, seguramente, de tener un ánimo de perpetuidad, lo han logrado. Sus manos allí impregnadas, como lenguaje. Gestos como pura expresión del alma. Su impronta, allí reflejada, desafiando al tiempo, impalpable y abstracto. En cierto modo, deteniendo su efecto despiadado.
La realidad, como un escenario cotidiano de manos negativas, conviviendo implacablemente con otras, positivas. Unas sobre otras intentando dominar. Son elecciones de vida que pugnan pretendiendo avasallar. Dos facetas muy naturales del hombre. Una dicotomía tan antigua como él mismo. Imaginemos…
Un índice estirado que nos señala y acusa. Que nos incrimina. Nos imputa, justa o injustamente.
Una mano sosteniendo una marioneta, nos manipula. A su vez, nuestras manos manipulan a los más débiles. Intentamos dominarlos. Víctimas y victimarios.
Un puño cerrado que arremete sobre nosotros. Nos violenta. Apremia.
Por otra parte y afortunadamente…
Hay manos que crean. Una pluma, arcilla o un pincel son sus herramientas. Dejan testimonio. Reflejan su interior. Eternamente.
Dos manos unidas por sus palmas elevan plegarias. Rezan. Aún creen.
Un par de manos que se estrechan. Van amistosa y solidariamente por la vida. Indispensables. Dignas.
Un pueblo apoyado sobre la palma de una mano. Contención. Como la de un padre. Como la de Dios.
Y el futuro? Incierto, por cierto, en la esperanzada mano de un bebé.
Vale aclarar que, no es ellos los malos contra nosotros los buenos. Somos los mismos, capaces de tener un gesto autoritario y luego, uno solidario.
Elevamos una plegaria al tiempo que agredimos a un par.
Y en cuanto a manipulación, de ella los padres hemos hecho, casi, un arte. Torneamos la mente de nuestros hijos a voluntad, de acuerdo a nuestras intenciones y debilidades. Por esto tenemos expertos en manipulación que son nuestros propios hijos. E incrédulamente nos preguntamos… a quién saldrán así?
Está claro que no es ellos contra nosotros, sino nosotros contra nosotros mismos…
PD: Haciendo click en la imagen la pueden ver más grande y apreciar los detalles que comenta Alejandro en el texto
Magnífica obra, Alejandro, muy bien complementada con un texto reflexivo y muy acertado.
ResponderEliminarMuchas gracias por este valioso aporte cultural. Agradecimiento extendido a Greis, por supuesto.
Abrazos.
Es un relato muy completo, composicionalmente atractivo, me gusta eso de conectarse con el cuerpo, las manos como una vía comunicativa importante, porque de verdad lo son. Gracias por este texto, que además me ayudó a entender cómo es que los seres humanos comprendemos la pragmática del lenguaje. Muchas gracias de verdad.
ResponderEliminar-Muchos Saludos- =)