domingo, 29 de abril de 2012
JULIETA
jueves, 26 de abril de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
INTIMIDAD
viernes, 20 de abril de 2012
Ahora
jueves, 19 de abril de 2012
Autorretrato de un tímido
martes, 10 de abril de 2012
Verdes
Los bufidos de las cabalgaduras se mezclaban con los graznidos de los buitres albinos que revoloteaban a muy baja altura; era raro encontrarlos en esas latitudes, tan lejos de sus habituales territorios de arena. Los hombres se miraron, y en sus ojos se reflejaba la desorientación.
—Tenías razón, Given. En algún momento perdimos totalmente el rumbo. Esto es lo más extraño que he visto en mi vida. Pero, ¿cómo está la herida? Los malditos tenían buena puntería.
—Sí. Pero por suerte el chaleco me protegió bastante, de lo contrario…
—De todas formas, necesitas atención, y no creo que en este lugar del infierno podamos conseguir alguna. Lo único positivo que podemos rescatar es que no van a poder seguirnos guiándose por los rastros de sangre de los animales.
—No aquí, eso es seguro, pero ellos necesitan alimento, y nosotros también. Y agua. Mira ese arroyo: esa transparencia no augura nada bueno. Y estos pajarracos se acercan cada vez más.
Banihn levantó la vista asintiendo sombríamente, luego bajó la cabeza y su semblante no mejoró en absoluto, se evidenciaba en él la sensación de que no había escapatoria, a pesar de la libertad que sugería esa llana inmensidad que no figuraba en ningún mapa conocido. Pero deberían aventurarse en ella, volver sobre sus pasos significaría una muerte segura a manos de los salvajes adoradores de la Luna Negra.
—Espera aquí, Given. Voy a revisar un poco este terreno. Creo que tenemos todavía un buen margen de tiempo —dicho esto, taloneó sobre el costal del animal que se alejó trotando con agilidad, a pesar de sus laceraciones.
El joven Given admiraba al corpulento Banihn. Creía firmemente que si alguien podía sacarlos de esa encerrona era él. La manera en que se enfrentaba nuevamente a lo desconocido hablaba de su valentía y capacidad de decisión. Lo seguiría hasta el fin del mundo, si es que no se encontraban ya allí. Todo parecía una síntesis de la irrealidad: ese arroyo, las aves… pero lo más inquietante era observar ese terreno sin límites, y ese absurdo contraste de colores que parecía surgir de una pesadilla. Y en esa pesadilla aparecía el recuerdo reciente de los camaradas masacrados sin piedad en una lucha desigual en medio de un angosto desfiladero. Banihn y él representaban la última esperanza de un pueblo diezmado por la plaga que quedó aguardando los resultados de la misión exploratoria que los había llevado hasta esos confines y que difícilmente llegaría a buen término.
Desmontó con mucho cuidado, pisando la hierba con desconfianza. Una gota de sangre brotó de su frente y cayó con extrema lentitud. Given observó como tocaba el suelo vegetal, abrazándolo, mimetizándose inmediatamente con él. Oscuros pensamientos lo asaltaron. De pronto oyó ruidos cercanos y sus sentidos se pusieron en estado de alerta. A corta distancia pudo distinguir unas extrañas bestias sin cornamenta, de gran tamaño y pelaje marrón que, asombrosamente, parecían alimentarse de esa hierba con total despreocupación. Tenían cierta similitud con sus animales, pero éstos eran más esbeltos; su hocico era alargado y sus patas más largas. Al percatarse de su presencia se espantaron y salieron a la carrera. Given no pudo menos que admirarse contemplando la elegancia con la que ganaban distancia, perdiéndose finalmente en la vastedad del paisaje.
Desde el oeste comenzó a perfilarse, como surgiendo de las profundidades de una caverna oculta en la maleza, la redonda silueta de la luna. Given se estremeció ante la visión de esa mancha oscura elevándose en el firmamento blanquecino. Supo que estaba en peligro. Montó inmediatamente y corrió a toda velocidad siguiendo la dirección que había tomado Banihn.
A poco de andar, una escena de terror se presentó ante sus ojos: un grupo de seres de larga cabellera amarilla se llevaban arrastrando a Banihn; de su cuerpo inerte se derramaban borbotones de vida que parecían desaparecer al tomar contacto con la maleza.
Lo vieron llegar. Nunca supo por qué se limitaron a observarlo casi con indiferencia mientras se llevaban el cuerpo de su compañero.
Allí quedó, mudo y sin reacción.
La solitaria figura del rojo toro de Banihn, expectante, se recortaba contra el demencial entorno de esa inmensa llanura verde. Tan verde como su sangre.
domingo, 8 de abril de 2012
MONIQUE
En una primera instancia las percibí desubicadas por completo
pero forman parte de mí, de mi caminar y aunque cayeron en la campiña de los destierros, después de años con mucho mimo doy
pinceladas sobre ellas para recuperar el origen de un pasado. En
sí, el origen no es lo primario, sólo la connotación en su espacio y tiempo hacen que sean dignas y materia de estudio. Asombrada
visiono lo que ahora yace desfallecido y con alegría medito que,
antes de ser existí y después de ser logré sobrevivir al olvido , ese
que habita en ocasiones en uno mismo.
Hoy, el sol brilla con tanta intensidad que siento como penetra por cada una de las ventanas de mi alma. Cierro los ojos para sentir como la brisa acaricia mi piel, volviendo a pasear por París entre bohemios y el arte del que simplemente a la vida lanza su canto.
Mónica Somosierra B.
viernes, 6 de abril de 2012
El día que desapareció el Obelisco
Pedro y yo fuimos los primeros. Corrijo: los únicos. La gente pasaba caminando como si nada. Nos miramos para comprobar que no se trataba de una alucinación individual. El semáforo nos había detenido justo en medio de la avenida 9 de Julio. Instintivamente miré el reloj: las diez y tres minutos, no recuerdo los segundos.
El obelisco había desaparecido.
Sí. El aire ocupó rápidamente el vacío repentino.
—¡Carajo! —soltó Pedro—. ¿Qué mierda pasa acá? —imposible olvidar su expresión de incredulidad; supongo que la mía no habrá sido muy diferente.
Nos fuimos arrimando despacio; la cerca también se había esfumado. Un césped verde, con apariencia de recién cortado, cubría la superficie que hasta un instante atrás había ocupado esa especie de aguja incomprensible que simbolizaba como ninguna otra cosa a la ciudad de Buenos Aires. Pisamos el centro de lo que fuera la base cuadrada de la construcción: nada; ni un solo rastro. “¡Carajo!”, solté también.
—¿Relojes? —la voz nos sobresaltó—. Importados, de buena calidad y a precio regalado —continuó el tipo mientras nos mostraba un maletín abierto. Pedro lo observó como si mirara a un extraterrestre, luego volteó la cabeza, ignorándolo por completo. No sabíamos qué hacer. El obelisco… ¿cómo demonios pudo esfumarse?, ¿qué…?
—¿Se van a perder esta oportunidad? —seguía diciendo el vendedor. Unas palomas salieron volando espantadas, escapando de los intentos de un niño que pretendía agarrarlas.
—Llamemos a la policía, a la televisión, a los bomberos, al ejército… a… alguien —temblaba la voz de Pedro.
—¿Y que miércoles les vamos a decir? ¿Que alguien se afanó el obelisco? —dije casi a los gritos—.Parece que nadie se da cuenta, viejo. Esto es cosa de locos. ¿Seguirá acá el maldito y solamente nosotros no lo vemos?, o… —me interrumpí.
—¿O qué? —dijo Pedro en tono poco amistoso—. No vengas ahora con que tal vez nunca estuvo, o alguna cosa por el estilo, Roberto, el mamotreto desapareció y listo. El asunto es saber cómo pudo pasar eso, y por qué nadie parece asombrado.
Guardamos silencio. La situación no podía ser más absurda: una Buenos Aires sin obelisco, continuando con su vida como si realmente no hubiese existido jamás. ¿Quién podría imaginarse París sin la Torre Eiffel, Venecia sin los canales?
—Esto no me gusta nada, che. Una vez vi una película en la que los marcianos secuestraban gente, y hasta barcos y aviones. Creo que a eso llaman abducción o algo así. Mirá si son los hombrecitos verdes y ahora empiezan a llevarse todo… Llamemos a la policía, que ellos se encarguen; a nosotros nos convendría volar de acá, cuanto más lejos mejor.
—Esta vez te doy la razón —respondí mientras marcaba el 911. Una voz metálica de mujer me atendió enseguida. Le expliqué el asunto a la oficial, tratando de mantener la compostura. Le dije que estábamos en la esquina de Corrientes y 9 de Julio, que el Obelisco se había volatilizado delante de nuestras narices, que nadie vio ni comenta absolutamente nada, que… Hasta que, con incredulidad —que luego dio paso a la bronca— noté que ya nadie me escuchaba. Simplemente me dejó hablando solo. Creo que en ese momento quebré el récord mundial de malas palabras pronunciadas por segundo.
—Dejame probar a mí, tengo el número de Crónica; el otro día llamé por el asunto ese de los punguistas en el Sarmiento, así que… Buenos días, mire tengo una noticia bomba para ustedes: desapareció el Obelisco, aunque parezca una broma. Resulta que veníamos caminando con un amigo lo más tranquilos cuando… ¡Malditos hijos de puta! ¿Podés creerlo? ¡Me colgaron! —“¡Me colgaron!”, repitió unas cuantas veces, la última sonó a resignación.
Nos fuimos. Desde ese día seguimos procurando llevar una vida normal. Ninguno de nosotros toca el tema con su familia ni con nadie. Nos reunimos una vez por semana en un bar, para tomar una cerveza y charlar sobre el asunto. Abrimos una página en Facebook: “Desaparición del Obelisco”. Hace dos días se agregó el primer amigo, un empleado de correo de El Cairo, Egipto. No sabemos si debemos creerle: dice que no muy lejos de la ciudad, en medio del desierto donde no había más que arena y escorpiones, aparecieron de repente tres enormes pirámides. Suena un poco loco, ¿no? Pero bueno, pasan cosas, Pedro y yo lo sabemos muy bien.
miércoles, 4 de abril de 2012
¡FELICES PASCUAS! ¡FELIZ PESAJ!
Gente querida, que tengan todos unas Felices Pascuas en compañía de los que quieren y los que los quieren.
Greis
lunes, 2 de abril de 2012
domingo, 1 de abril de 2012
Tu vientre
Es tu vientre
y es mi mano
y es el círculo
la forma
de la perfecta simetría
sin principio
sin fin,
sólo curvas encerradas
que regresan
siempre.
Y mi mano
apenas se desliza
borrando los trazos
del dolor y el miedo.
Tu vientre se conmueve
y reconoce
mis huellas digitales,
las que lleva impresas
bajo la epidermis
en cada rincón
de cada célula,
en su memoria
sin derrotas.