Después de la tormenta, el sol zigzagueaba como culebra, entre espesas nubes rezagadas. Parecían un rebaño de ovejas grises corriendo despavoridas. Grises…ni blanco ni negro. Grises, como todo lo de esta localidad.
La siesta, momento del día en el que extremadamente, deseaba volatilizarme y desaparecer. El tedio inunda cada recoveco de este lugar.
No lograba acostumbrarme. Cada nuevo día, resultaba más monótono que el anterior. Estar allí, era estar en estado inerte, pero a salvo, después de haber conocido al visitante, y huir de él.
Muchas veces, pensé que mi percepción fallaba y, en realidad, estaba del otro lado de la vida - en el espejo-, más precisamente, en la del visitante. Ya no era yo. Pero, cuando lo sentía rebullir, intentando reaparecer en mi vida, sofocaba cualquier otro pensamiento que lograra evadirme de la realidad. De ninguna manera querría volver a toparme con él. Sin embargo, extrañamente, perversamente, lo deseaba.
Ya casi no recuerdo cuando fue la primera vez… el visitante. Su presencia me impactó de la misma manera que una explosión nuclear. Me deshizo en pedazos, reconstruyéndome contaminada. Achicharró mi humanidad hasta convertirme en un fenómeno, porque su presencia, me despojaba de eso, de mi humanidad.
Más tarde o más temprano, hubiese sucedido, se haría presente. Lo certifiqué después.
Al principio, tuve la esperanza de estar loca, alucinar. Luego, la torre de papel donde la etérea fe se alojaba, se deshizo con viento de infierno, a cada bocanada mostraba sus fauces. Y me tragó. Descarnó mi ser sumiéndome en latente estado de terror. Las dudas y “por las dudas”, se deshicieron- en ese momento- ante su presencia, en algo concreto. Era real. Era él. Era yo. No mi mente. Eran mis ojos, quienes lograban manifestarlo, en cualquier lugar donde residiera.
Sobre el piso, no caminan las ánimas, y el visitante lo hacía. Lo hacía con esos sin sonidos de sombras, de esas sombras que no necesitan sol, para manifestarse. En la omnipotente oscuridad, podía detectar sus intensos ojos sobre mí. Espiándome, imitando cualquier movimiento.
Sentí miedo, mucho miedo, cuando estiró sus manos hacia mí.
¡BRRRRRRRRRRRR! ¡Qué miedito!
ResponderEliminarAlgo "existe" ahi (detrás de ese espejo) ...y una mitad de ti quiere quedarse. Ahora que ya eres parte de "eso" podrás ir y venir a gusto. El visitante ahora es tu aliado, y te espera. Buuuuuu!
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