lunes, 9 de julio de 2012

La luna del viejo Ramúa



¡Pucha que está fría la noche, carajo! Este viento sur no trae nada bueno, será mejor tener paciencia. Total…
         Le pesan los setenta al viejo Ramúa. Las manos nervudas, llenas de cicatrices, se aferran a los remos que empujan y empujan. El Paraná  le abre un camino que baja desde la luna que aparece como un único farol en el horizonte líquido. Más allá de las islas se adivina el frío resplandor de Santa Fe.
         Allá estará la Palmira, calentándome el lugar…
         El doctor me dijo que tenía que cuidarme, que mi corazón anda aflojando, que el tabaco me arruinó los pulmones, que ¡qué sé yo cuántas otras cosas!…pero ¿qué puedo hacer? Tengo que sostener el rancho, y acá está mi vida. Más de cincuenta años… ¡Qué digo cincuenta!,  creo que nací en una canoa. Y el tabaco… ¿Cómo hago para pasar toda la noche pescando sin encender un cigarro? Es brava la soledad, o será que me estoy poniendo viejo. Es que el tiempo se me fue sin darme la oportunidad de verlo pasar. Esta helada me está agarrotando las manos, será mejor tomar un trago; la caña reconforta, es lindo sentir cuando pasa por la garganta como una brasa que te calienta y aleja los malos presagios. ¡Ahhhhhh! Así está mejor.
         Allá estará la Palmira, calentándome el lugar…
         El viento que choca contra la corriente levanta olas espumosas que mecen la canoa mientras el viejo Ramúa ve deslizarse el mundo a sus costados. También sus recuerdos se deslizan, y las imágenes se suceden una tras otra. “Como las aguas del río”, piensa. Los remos golpean una y otra vez.
         Allá estará la Palmira, calentándome el lugar…
         La luna…No trae buena pesca, pero ¡qué cosa más misteriosa! Cuando chico quería llegar hasta ella para tocarla, ver cómo se siente en los dedos. Tal vez ahora sea el momento. Si sigo su luz, quizás no esté tan lejos. En esta oscuridad somos ella y yo, nada más. Voy a apurar el paso antes que se hunda. Sí, ya sé, estoy desvariando. O será que el sueño me está ganando y me hace olvidar que tengo que llegar a la cancha* y tirar los aparejos. Mi abuela me decía que no había que escuchar el llamado de la luna, que eso no era bueno, pero… ¡Parece tan cerca! ¿Dónde puse la botella? Ah, acá está, sí. Es buena compañía la caña, y da más fuerzas para remar. Sí, allá voy. Este dolor en el pecho ya se me va a pasar, lo mismo que el sueño y el frío. Tengo que seguir. Más allá de esta negrura. Un poco más.




*Cancha: sitio de pesca en el que se ha limpiado convenientemente el lecho del río.

4 comentarios:

  1. Intuyendo la muerte, el personaje la invoca sin llamarla por su nombre. Tal vez es ese deseo de morir en nuestro terreno, en ese que aprendimos a amar y que colmamos de recuerdos. Me gustó mucho, me quedo con muchas frases de tu texto lleno de imágenes y sobre todo esta: "Es que el tiempo se me fue sin darme la oportunidad de verlo pasar". Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Javier. Algo de eso he tratado de reflejar en este relato, basado en esa bella canción de nuestro litoral paranaense.
    Un saludo desde Rosario.

    ResponderEliminar
  3. ¡Hermoso texto, Rolando! Usaste unas metáforas bellísimas y bellísima la mùsica, también. ¡Mencantó!

    ResponderEliminar
  4. Me alegra eso, Greis. La música es realmente una joya poco conocida.
    Un beso, amiga.

    ResponderEliminar