Ráfagas inimaginables de gases, polvo y radiación surgían de las galaxias en colisión. Agujeros negros, blancos y de gusano. Partículas fantasmales. Vórtices de materia y energía.
El cruzado levantó la cabeza con un esfuerzo supremo, sólo para ver la verde colina sembrada de cadáveres y cuerpos en atroz agonía. El sol golpeó su rostro como una espada, un instante antes de que la oscuridad ganara la batalla final.
Cambiantes y monstruosos campos gravitatorios tejían sus redes atrapando la luz.
La niebla del amanecer se levantaba del Nilo y las aves saludaban al viento con alegres y coloridos aleteos. Anak acercó su pequeña barca para comenzar la rutina diaria de cortar las plantas de papiro.
El espacio se curvaba y el tiempo pulsaba como un faro.
El cono nevado del volcán se veía al fin en la distancia. El desierto andino resquebrajaba la piel pero no la voluntad del reducido grupo que conducía a los niños elegidos para el sacrificio. La montaña y los dioses esperaban.
La expansión del universo aceleraba la destrucción del vacío, ese concepto inabarcable.
Las bases lunares habían crecido en los últimos treinta años. La colonización de Marte aumentaba sus demandas, y nuevos saltos estaban en proceso de ejecución.
La materia oscura se desplazaba como un líquido viscoso,
El cabo Ordoñez fue el primero en ver la polvareda. Los gritos y las corridas anunciaban el entrevero con la indiada que se negaba a abandonar esos territorios fronterizos y “dar paso a la civilización”.
Estrellas binarias enloquecidas giraban en un duelo de tentáculos energéticos y plasmáticos.
Finalmente, Venecia y su historia naufragaban. El olvido comenzaba su lento recorrido.
Galaxias enteras colapsaban y supernovas destellaban en todas direcciones. El tiempo y el espacio se entrecruzaban perdiendo identidad.
Los dinosaurios comenzaban a poblar el planeta, mientras sofisticados sistemas de propulsión intentaban alcanzar la velocidad de la luz. Estallaba
Espacio y tiempo. Vértigo colosal de dimensiones imposibles. La tormenta estallaba con la furia del infinito volatilizando los postulados de la eternidad.
El ser percibió la falla generalizada del sistema. Ni siquiera intuyó la presencia de una partícula infinitésima y azul confinada en un fondo negro con manchas lechosas. Simplemente tomó el tiempo y el espacio y los volvió a comprimir en un punto minúsculo. Los guardó en un recipiente con cerradura. Se tomaría un descanso. Luego, una decisión.
Publico un cuentito para ver si empezamos a reactivar el blog. Abrazos
Qué buen relato, Rolando! Me hizo acordar a "El Aleph" de Borges (y me gustó mucho más... no me gusta mucho cómo escribía Borges).
ResponderEliminar¡Excelente!
Soy Greis :)
ResponderEliminarMirá que me voy a agrandar, Greis, ja ja ja. Nada menos que Borges... (¿o hablás de Graciela Borges?, ja ja ja).
ResponderEliminarMuchas gracias.
Tratemos de reactivar este espacio. Ahora el otoño invita a escribir.
Un beso.
Wowww, qué cuentico!!! esto reactiva hasta las neuronas que andan perdidas por pereza...por supuesto que se reactivará, te lo dice una andaluza gitanilla...jajaja
ResponderEliminarMuchos besos y felicidades por escribir con tanto talento.
Espero que se hayan recuperado esas neuronas, jajjajaja. En realidad no creo que se hayan perdido, a juzgar por tus publicaciones, gitanilla.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras.
Besos para ti, Monique