sábado, 16 de noviembre de 2013

Hombre niebla


Se arrebujó en el viejo impermeable gris intentando una escapatoria de la llovizna otoñal y de la noche que buscaba un pobre contraste en los faroles que más se parecían a faros fantasmales cuyas frías luces mortecinas sólo conseguían acentuar las sombras de los muelles desiertos de calles adoquinadas que ya nadie gastaba. Lejos, muy lejos, sonó la profunda voz de una sirena.
Una sola vez. Un lamento que se extravió en las turbias aguas del río.

   Quisiera que este tango no acabara nunca, Edmundo –la caricia de su acento francés y un perfume delicado completaban la magia que envolvía la delgada figura de la bailarina. La abrazó con la fuerza sensual de la danza.
   —Quedate conmigo, Ivonne. Buenos Aires es nuestro. ¡Carlitos canta el sábado que viene en el Armenonville! Quedémonos para siempre. Los dos.

  Hurgó en sus bolsillos procurando un cigarrillo que no encontró. Más allá, sombras en las sombras, estaban los barcos. Algunos aún se mantenían a flote, sin resignarse a una suerte que ya estaba echada. La niebla se levantaba desdibujando los contornos de las naves huérfanas de horizontes.

   —Au revoir, Edmundo. Fue maravilloso. Siempre, siempre te voy a recordar. Siempre.
    Una gaviota perdida, su pañuelo en el adiós del barco.

    Caminó lentamente, sumergido en las tinieblas de esa atmósfera irreal que olía a óxido, petróleo y podredumbre.

    —¡Vamos, Edmundo! Recibamos el treinta como se merece ¡Esas polacas están ansiosas por festejar y divertirse!
     —Bajen ustedes, muchachos. Después voy.
Los fuegos artificiales iluminan la medianoche festiva de una joven y pujante Comodoro Rivadavia que se recuesta en las colinas terrosas que dan al oeste.

      Amagó un saludo a un guardia apostado a pocos metros, pero éste parecía no ver más allá de sus propios y recónditos pensamientos. Sintió la tentación de pedirle un cigarro pero se contuvo (uno nunca sabe como va a reaccionar un uniformado).

    —No va más. Edmundo. La Compañía quebró, nuestro buque no volverá a zarpar. Dicen que las reparaciones son muy costosas, así que lo van a dejar anclado en el Riachuelo. Los jóvenes seguramente encontrarán otro trabajo, pero nosotros…

      Ivonne…Ivonne…
      La niebla es una mortaja. Chirridos de hierros movidos por un viento impiadoso.
     La silueta de un carguero sujetado por una gruesa y carcomida cadena se dibuja como un muro oscuro. Letras incompletas recuerdan el nombre que alguna vez fue.      Ecos del pasado recorren los pasillos derruidos. Murmullos apagados que se arrastran y golpean las paredes herrumbradas.
       Un hombre cubierto con un impermeable gris observa desde la cubierta.
       Ivonne…Ivonne…
       Un hombre niebla fundiéndose en la niebla.


4 comentarios:

  1. Siempre te digo lo mismo... què lindas imàgenes que usàs en tus historias! Sin embargo, en èsta me permito hacerte un comentario màs: ¿No falta alguna coma en el primer pàrrafo? Leelo en voz alta...
    Un abrazo y felicitaciones por este excelente cuento!

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  2. Muchas gracias, Greis. En verdad ese párrafo suena un poco extenso, como si le faltaran pausas. Te cuento que en general tengo tendencia a acortarlos, así que ese fue un experimento. Es bueno tener la mirada exterior para saber cómo impresiona sin nuestra subjetividad, por eso vuelvo a agrader tu honesta visión que me sirve para seguir puliendo mi escritura.
    Un abrazo grandote.

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  3. Me encanto: gracias por lleñar mi mente con imagenes tan belllas. Un abrazo en la distancia.

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  4. ¡Hola, Alicia!
    Muchas gracias por pasar. Un abrazo grandote para vos.

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